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LAS PROVINCIAS
Lunes, 2 de enero 2017, 08:48
Él decía que nunca había visto el parecido, pero conforme pasaban los años su aspecto se asemejaba aún más al del actor Humphrey Bogart. De hecho, la melodía que sonaba en su móvil cuando alguien le llamaba era la de la película Casablanca. A sus 86 años, Pedro Castellanos, el alma del restaurante La Marcelina, falleció ayer y deja un profundo vacío en la sociedad valenciana.
Poco tienen que ver sus inicios en la canción con su larga trayectoria posterior en la restauración. Quizá que en uno de sus viajes por todo el mundo recalara en Valencia, donde conoció de cerca los arroces que se cocinaban en La Marcelina y se encandiló, como enamoraba él con sus rancheras. Fue un flechazo a primera vista. Comenzó como asiduo cliente, pero pronto descubrió que la propietaria del emblemático restaurante quería venderlo y no se lo pensó. Tiró de los ahorros que tenía y de préstamos y se convirtió en el dueño de un establecimiento que poco a poco se iba a convertir en imprescindible en Valencia. No fue fácil, porque Pedro Castellanos era músico y poco entendía de hostelería, aunque esa circunstancia no fue un obstáculo para él. Echo mano de lo que más tenía, esfuerzo e ingenio, y consiguió levantar un local que languidecía. Pero al poco tiempo de comenzar su andadura en la playa de La Malvarrosa se topó con algo con lo que no contaba: el restaurante se quemó. A pesar de todo, ese día ningún comensal se quedó sin comer. Apagaron las llamas como pudieron y sirvieron las comandas a todos los clientes.
De sus cocinas salía una gran variedad de arroces que atraían a innumerables clientes, muchos de ellos de reconocida fama, aunque Pedro Castellanos trataba a todos por igual y lo tenía muy claro: «La Marcelina tiene suficiente categoría para no reverenciarse ante ningún personaje popular».
Y ahí estaba él, con su sempiterna elegancia. Riguroso traje con corbata y pañuelo a juego y una amplia sonrisa. Así recibía Castellanos a todos sus clientes, a los que trataba con una amabilidad exquisita, la misma con la que se dirigía a sus empleados. Porque sus trabajadores ya formaban parte de la familia de La Marcelina. De hecho, varias generaciones, desde cocineros a camareros, habían pasado ya por el restaurante.
Afable y con un don de gentes incrustado en su adn, Pedro Castellanos supo ganarse a una clientela que poco a poco le iba demostrando su fidelidad. Así fue creciendo La Marcelina hasta convertirse en un referente en Valencia y, sobre todo, en la playa de la Malvarrosa.
Hasta allí han peregrinado famosos de toda índole, desde actores, cómicos, políticos, futbolistas y un largo etcétera que han contribuido a que este restaurante, fundado en 1888, siga con las puertas abiertas.
Gran parte de este mérito también está en las ideas que siempre bullían en la cabeza de Castellanos. Una de la que más orgulloso se sentía era la de Cena en torno a..., donde elegía a un famoso con renombre y lo rodeaba de amigos para rendirle un homenaje durante una cena de gala. El primer personaje en recibir el reconocimiento deja entrever el carácter de Pedro Castellanos, ya que el escogido fue la propietaria de La Pepica, el restaurante ubicado junto al suyo.
Con 42 años a sus espaldas al frente del local, en diciembre de 2014 decidió echar el freno y ceder la gestión al grupo de La Cartuja
Se ha ido un pilar fundamental dentro de la gastronomía valenciana, un hombre que no pasaba desapercibido; quizá por ello Lauren Bacall giró rápidamente la vista cuando vio a Pedro Castellanos sentado en la primera mesa del comedor de La Marcelina.
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