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Sábado, 11 de marzo 2017, 01:00
La sorprendente noticia saltó el 10 de marzo de 1967 y todos los periódicos la llevaron a sus primeras páginas al día siguiente: diversas fuentes aseguraban que Svetlana Alilúyeva, hija del ex dictador de la URSS Iósif Stalin, había pedido asilo político a Estados Unidos.
LAS PROVINCIAS dedicó dos páginas del día 11 al asunto, que continuaría en primera línea de la actualidad internacional durante mucho tiempo después, porque era tema a la vez de máxima atención política entre las dos grandes potencias mundiales y con una gran carga de morbo.
El periódico publicó aquel día una crónica en exclusiva de Derek Lambert, desde Moscú, en la que narraba que la noticia de la deserción no había sido divulgada aún en la capital soviética. Además, Joseph Morozov, hijo del primer matrimonio de Svetlana (tuvo también una hija, Ekaterina), le había confesado su tremenda confusión, pues desde hacía dos días esperaban su regreso de Nueva Delhi, adonde había viajado para llevar las cenizas de un amigo hindú con el que convivió los últimos años.
Todo parecía indicar que el viaje a la capital india (con el preceptivo permiso extraordinario del Kremlin) fue la excusa perfecta que encontró Svetlana para huir del régimen soviético. Más tarde se sabría que había intentado escapar con sus hijos, pero ante la imposibilidad de lograrlo, prefirió irse sola. Su desagrado con el mundo soviético se fue agravando desde que descubrió, en vida aún de su padre, las atrocidades criminales que éste había cometido.
Un hecho que la marcaría trágicamente fue saber que su madre no falleció de muerte natural, sino que se suicidó de un tiro, harta de soportar la brutalidad de Stalin. De ahí que, cuando pudo, Svetlana adoptara el apellido materno Alilúyeva.
Para mayor complicación, la muerte del dictador dio paso a una etapa menos dura con Khrushchev, lo que hizo que Svetlana perdiera el estatus de hija de Stalin.
En la India pidió asilo político, pero la propia Indira Gandhi se lo rechazó para no soliviantar a la URSS. Fue entonces cuando se asiló en la embajada norteamericana, que la envió un tiempo a Suiza para evitar tensiones. En altas instancias de Washington temían que, en plena guerra fría, aquello complicara aún más las relaciones con Moscú, por lo que prefirieron 'enfriar' las noticias. Svetlana no llegó a Nueva York hasta un mes después, siendo recibida con gran expectación mediática.
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