Salir a la calle acompañando a la recién elegida alcaldesa de Valencia es toda una experiencia. El día anticipa lo que puede ser el verano, un calor sofocante que invita a buscar la sombra. Y más si uno -mejor dicho, una, que aquí el sexo ... no es que importe, es que es determinante- arrastra consigo una barriga de ocho meses y pico, un niño que ha hecho campaña con su madre -no le quedaba otra- y que verá la luz en los próximos días. Lo de que es toda una experiencia, ya lo imaginarán, es debido a que la elección, el favor del pueblo, te da de repente un plus de popularidad. Si las encuestas reflejaban que te conocía el equistantos por ciento de los valencianos, ahora son prácticamente todos los que al verla se quedan mirando o giran la cabeza, como diciendo...
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Ya en las escaleras del ayuntamiento ha habido un grupo de visitantes que la ha reconocido, «¿es la alcaldesa, verdad?», y que le ha pedido hacerse una foto, a lo que ella ha accedido gustosamente. Pero es que al salir por Arzobispo Mayoral y tomar la calle de la Sangre, al pasar por una taberna, dos parejas que estaban en la terraza tomando una cerveza se han levantado a aplaudir y gritar «¡Bravo, bravo!», como si se tratase de una prima donna de la ópera tras un éxito clamoroso en el Palau de les Arts. De momento, la fama no se le ha subido a la cabeza, así que se ha vuelto hacia ellos, les ha saludado y dado las gracias.
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Pablo Salazar
En la plaza del Ayuntamiento, un veterano funcionario se emociona al verla y la abraza. Está claro que tenía ganas de cambio. En Barcas, más de lo mismo. Una mujer que la reconoce, deja de hablar por el teléfono móvil y repite el ritual, «alcaldesa, muchas gracias, qué contentos estamos». Hay otra que también la para, primero para darle la enhorabuena y después para exponerle un problema de su calle, En Sanz, unas vallas que no quitan o algo así. Catalá apunta, ya tiene deberes y aún no ha tomado posesión del cargo.
Vamos hacia el barrio de la Universitat, pasamos por la plaza del Patriarca y enfilamos la calle de la Nau para hacerle unas fotos. Le gusta la zona, aunque es poco barrio. La gente se vuelve a su paso, algunos sacan el móvil para inmortalizarla, otros se acercan a darle mano o al pasar le dicen un espontáneo «¡felicidades!». Aguanta el ritmo y no pierde la sonrisa pero el cansancio de las dos semanas de búsqueda del voto, de recorrido por la ciudad, de debates, mítines, entrevistas y pocas horas de sueño pasa factura. Con el 17 de junio -constitución del ayuntamiento- a la vuelta de la esquina y el 23 de julio -elecciones generales- a continuación. Cada cosa en su momento y en cada momento una cosa, me viene a decir. El momento Catalá ha llegado. Aunque ahora mismo, su mayor urgencia, inaplazable e indelegable, se llama, o se va a llamar, Francesc. Que cuando nazca tendrá como madre a la tercera alcaldesa de Valencia en sus 2.161 años de historia.
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