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Pablo Alcaraz
Carpesa
Sábado, 23 de septiembre 2023
Que cómo estaba la plaza de Carpesa en la segunda semana de los bous al carrer. Pues abarrotada. Los aficionados pudieron reencontrarse con esta festividad por la puerta grande después de ocho años, concretamente desde 2015. Los festejos de la semana pasada transcurrieron sin incidentes y la pasión por los toros inundó las calles de esta pedanía del norte de Valencia.
La tarde del sábado comienza con una vaquilla que corretea por la plaza de la Iglesia. Unos pocos valientes se llevan los primeros olés del respetable que aguarda tranquilo y seguro desde las alturas de los balcones o detrás de las vallas que rodean el espacio. La mayoría prefiere ver los toros desde la barrera y aprovechar para salir cuando el animal se encuentra lejos. Los animales se suceden y los toreos también. Un joven acapara casi todas las ovaciones por sus carreras al límite. Reta a la vaca, intercambian miradas, ella bufa mientras se agacha, él flexiona las piernas y empieza el duelo que se salda con el chico exhausto tras los barrotes.
Los asistentes tratan de llamar la atención del animal de las maneras más variopintas posibles: utilizando chalecos reflectantes a modo de capotes, con gritos o con fuertes pisotones en el suelo. Incluso con una mezcla de todas ellas. Sin embargo, la más efectiva parece ser el silbido que hace a las vacas girar la cabeza de un lado a otro para saber hacia donde embestir. A veces, lo hacen con tanto ímpetu que la toman con el cadafal o con los barrotes metálicos de los alrededores.
De repente, el silencio se apodera de la plaza durante unos instantes. Ha habido una cogida. Los miembros de la peña El Carpesano y los empleados de la ganadería se apresuran en sacar a la vaquilla del ruedo para que los sanitarios puedan auxiliar al herido que, por suerte, ha podido refugiarse en el patio de una de las casas después de la cornada. El personal médico se apresura en comunicar que todo está bien y que «sólo ha sido un revolcón que no reviste gravedad».
La oscuridad de la noche cae sobre Carpesa, pero las bolas de fuego que porta en sus astas el toro embolado iluminan la plaza. El encendido de las antorchas es un auténtico ritual, hasta que llega el momento clave: el corte de la cuerda. El rostro del animal impacta más si cabe con los círculos ígneos sobre su cabeza. Empiezan las carreras, momentos de tensión que se prolongarán hasta bien entrada la madrugada en la pedanía.
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