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TAMARA VILLENA
Valencia
Domingo, 14 de julio 2019, 00:27
Una reliquia aislada frente al mar de Valencia. Así permanece el viejo faro, un recuerdo lejano en la memoria del Marítim y cerrado bajo llave desde 2015, encallado en las inmediaciones de la Autoridad Portuaria (APV). Tras 110 años de historia, sus puertas jamás se volvieron a abrir, excepto para alguna labor de mantenimiento. Después de la ampliación del puerto, la altura del nuevo dique y su lejanía del foco dificultaban la visibilidad de la luz desde el mar, por lo que fue necesario sustituir la centenaria torre por otro referente que pudiese apreciarse mejor sobre el agua. Desde hace cuatro años, los navegantes de la costa valenciana dirigen su mirada hacia el nuevo e innovador faro en el Muelle de Cruceros.
El rey Alfonso XIII puso la primera piedra para la construcción del antiguo faro en el por entonces Muelle de Levante el 10 abril de 1905, durante la que fue su primera visita oficial a Valencia. Hasta su inauguración en 1909, los marineros se conformaban con las 'torres-hoguera' que, desde algunas terrazas del Cabanyal guiaban a los navegantes con señales de fuego que les permitían encontrar el camino a casa. «Entonces no había edificios de grandes alturas en la costa y esas luces se podían ver desde el mar», relata Miguel Pascual, responsable de comunicación en la APV.
Con una fachada cubierta de piedra, la torre se construyó a 500 metros de su ubicación final, que por aquel entonces no era más que una roca sobresaliente en el mar. Fueron necesarios tiempo, esfuerzo y paciencia para formar progresivamente, con los medios de principios de siglo XX, un paseo de piedras que llevase hasta donde debía estar el foco. «Se iban añadiendo las baldosas sobre las que se trabajaría al día siguiente, así hasta llegar al punto donde se ubicaría el faro», ilustra Pascual.
En su interior no faltan los detalles, aderezados por el paso del tiempo: «Llora óxido», observa Marco A. Sáez, técnico de señales martítimas en la APV y encargado del faro, sobre las manchas en la chapa blanca que recubre el interior de la construcción, propia del armazón de los barcos antiguos. Sus ventanas se estrechan según se asciende en altura, hasta el punto de llegar a dejar apenas un par de centímetros para la entrada de luz: «Esta es la ventana de lanzar flechas», bromea el técnico sobre el curioso detalle, que se debe a la misma constricción de la estructura en su parte superior. Las escaleras alternan peldaños verdes y rojos que guían inconfundible -y necesariamente- los pasos de cualquiera que se adentre en la estructura de hierro. Esta elección de colores está pensada para evitar accidentes provocados por las prisas o los despistes: «Así sabes dónde pisas», justifica el operario.
MIGUEL PASCUAL | RESPONSABLE DE COMUNICACIÓN DE LA APV
La luz define la función de cada faro en el mundo, lo que le genera una identidad propia. Cada uno tiene un tiempo y un ritmo. «Los destellos que emiten están registrados en un convenio internacional -explica Pascual-. Todas las torres disponen de una frecuencia de iluminación distinta, por lo que es imposible que un marinero confunda el faro de Valencia con otro», indica el experto. Así, además de orientar sobre la proximidad de la costa, el resplandor ubica al navegante: «El faro antiguo emitía tres destellos cada seis segundos, o uno cada cinco. Al ver la señal, cualquier marino sabía dónde estaba, era el GPS de la época», asegura Sáez. El nuevo funciona con un parámetro distinto, no se empleó el mismo patrón que para el antiguo: «Emite un haz de luz cada diez segundos», explica el encargado sobre la señal actual.
Ahora los navíos siguen ese referente, mucho más colorido y menos convencional, construido a base de fibra de vidrio y carbono. El cambio fue instantáneo. Sus luces se apagaron en el mismo momento en que se instaló el nuevo foco, la noche de San Juan de hace cuatro años. «Se comunicó de inmediato su baja para registrar oficialmente la ubicación del nuevo y evitar confusiones», explica Sáez.
Uno frente al otro, en muelles distintos y con kilómetros de por medio, lo único que tienen en común es su función. Pero lo que corona la lista de disparidades entre ambos es su automatización. Mientras que el antiguo precisaba de un operario para su funcionamiento, el nuevo no necesita ni siquiera estar conectado a la luz. «Se carga con placas solares, no hemos tenido que conectarlo jamás a la electricidad», reconoce Pascual. Es más que autárquico: «Sostenible e independiente», asegura el responsable de APV. «Su consumo de energía es de solo 70 vatios, menos que una bombilla de casa. El antiguo, en cambio, necesitaba unos 3.000», ilustra Pascual. Funcionaba con un juego de dos bombillas que no podían desparejarse: «La costa nunca se debe quedar a oscuras, así que en cuanto se fundía una, se ponía otra. Era lo más moderno por aquel entonces», concreta Sáez.
La centenaria torre quedó sin uso y relegada al olvido, por lo que es una perfecta desconocida para las generaciones más jóvenes. En su día fue frecuentado por familias, turistas y curiosos, pero su entorno es ahora inaccesible y sus vistas unrecuerdo privilegiado. «Antiguamente esta zona era el 'paseo del faro'. A principios de los noventa se cerró al público porque la ampliación del Muelle de Levante la convirtió en una terminal de trabajo poco segura para visitantes», detalla Pascual. «La zona se cerró paulatinamente desde la profesionalización del puerto», explica Federico Martínez Roda, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Católica de Valencia (UCV). «Lo primero que se limitó fue la zona donde están los coches de Ford cuando empezaron a traerlos, justo cerca del faro antiguo», orienta el especialista, cuya tesis doctoral se centró en el puerto de Valencia.
MARCO A.SÁEZ | TÉCNICO DE SEÑALES MARÍTIMAS
«Hace unos años el puerto era un recinto mucho más abierto para la población -indica Martínez-. Ahora está totalmente profesionalizado por la mercantilización y su acceso es muy restringido», detalla el doctor. La decisión de cercar el paso al entorno del faro indignó más allá del Marítimo y «afectó a muchos pescadores que acudían desde las poblaciones cercanas, de hasta un ratio de unos 30 kilómetros», asegura Martínez.
Con la restricción no llegó solo el olvido, también el desconocimiento de su existencia por parte de las generaciones más jóvenes. El faro antiguo es una incógnita para muchos valencianos, incluso para los que pudieron visitar su entorno. La idílica y remota ubicación de este tipo de construcciones implica que siempre hayan estado rodeadas de todo tipo de tópicos y que sean fuente de leyendas, aunque la mayoría no se cumplieron en el de Valencia. Nunca tuvo ese carácter idílico ni contó con un farero que habitara su interior. «Aquí jamás tuvimos esa figura del hombre solitario al que se le traía la comida en barca durante las épocas de temporal, nunca llegó a vivir un trabajador de forma permanente», desmiente Sáez sobre el mayor cliché del oficio. Aunque eso no significa que no hubiera nadie a su cargo: «Eso sería imposible, el mantenimiento siempre fue y será necesario. Incluso ahora», concluye.
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