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Multitud de personas contemplan en el puente de San José la crecida del río en 1897. bivaldi

Antonio García Peris, el fotógrafo de Valencia

Cien años atrás expiraba un referente cultural del cambio de siglo. Grandes personalidades, paisajes industriales y obras de arte fueron inmortalizados por su cámara

ÓSCAR CALVÉ

VALENCIA.

Martes, 3 de julio 2018, 01:11

Existen pocas cosas más cotidianas que los selfis o autorretratos tomados con un móvil. Unos los realizan para recordar momentos irrepetibles por su belleza, otros para reivindicar actos deleznables. El número de motivos para autorretratarse es proporcional al volumen de neuronas insondables de cada mente humana, así que hagan cuentas. No obstante, algunas de esas causas convergen en una inquietud propia de nuestra especie que se remonta a la Antigüedad. El deseo de inmortalizar el aspecto físico de cada individuo fue una práctica arraigada en diversas y pretéritas culturas, algunas de las cuales consideraban inseparable la preservación de cuerpo y alma. Pero siempre ha habido clases. En el Antiguo Egipto la mascarilla funeraria (técnica artística que conseguía un retrato tridimensional casi idénti co al rostro en vida del difunto) sólo estaba al alcance de las más altas dignidades. Uno se pegaba la gran vida sólo si era faraón. Allí y en el más allá. En cualquier caso, y todavía en la Antigüedad, el anhelo de mantener vivo el aspecto individual -tradicionalmente exclusivo de las clases pudientes-, fue también ligado a personas que encargaban la materialización de su retrato para que la historia jamás olvidara sus logros, por lo general militares. No todas las causas para la elaboración de retratos fueron elevadas. Veamos un ejemplo. A finales de la Edad Media los pintores tuvieron que ponerse las pilas ante las reiteradas quejas de los monarcas. Durante siglos la tradición artística había abandonado el interés por el naturalismo en favor del simbolismo. ¿Resultado? Los pintores, abocados a unos códigos cerrados sin apego a la mímesis (a la imitación de la naturaleza), ya no sabían retratar. Así que cuando un rey le pedía a su pintor que fuera a retratar a la princesa X para comprobar si esta podía aspirar a ser su prometida, podía hallarse con poco más que un seis y un cuatro como supuesto retrato. Con muchos matices, esta carencia gestó la aparición de la técnica al óleo.

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Ya hacia el primer cuarto del siglo XIX un invento repleto de precedentes no menos sugestivos estaba llamado a sacudir la historia de la imagen en general y la del retrato en particular: la cámara fotográfica. Sus avances técnicos y su rápida difusión pronto llegaron a nuestra ciudad. Tanto que hacia 1850 ya existían en Valencia cerca de una decena de daguerrotipistas, técnicos del primer procedimiento fotográfico caracterizado por formar la imagen sobre una superficie de plata. A la luz de los avances, aparecieron nuevos estudios fotográficos que empleaban el papel como soporte. Entre ellos destacaría sobremanera el de Antonio García Peris, el retratista de la burguesía valenciana a quien hoy rendimos un humilde homenaje en el centenario de su fallecimiento. Buena parte de los rostros que transformaron nuestra ciudad en la coyuntura del anhelado progreso fueron capturados para la posteridad por la cámara de Antonio García. Pero nuestro protagonista también registró la maquinaria que testimoniaba esa modernidad, las caras más representativas de aquello que hoy denominaríamos la 'jet' y multitud de obras de arte, justo cuando se dilucidaba cuál era la funcionalidad de la fotografía. Y sí, García Peris también fue mecenas y suegro de Sorolla, por lo que no es difícil intuir que tanto el pintor como su obra constituyeran uno de los temas predilectos del fotógrafo. Si les he despertado la curiosidad por García Peris sigan leyendo. Si les apasiona, una estupenda y reciente tesis doctoral (2015) de Marta Leticia Sánchez profundiza con el rigor que es debido, además de surtir de buena parte de los datos aquí presentes.

Antonio García, pintado por su yerno Sorolla. LP

Calificado por José Huguet como el mejor fotógrafo valenciano, Antonio García nació en Valencia en el año 1841, apenas dos décadas después de la eclosión de la fotografía. Con quince años comenzaba sus estudios de Bellas Artes. Recién acabada la formación (1860), obtenía su primer trabajo a las órdenes del castellanoleonés Baldomero Almejún, reconocido escenógrafo y profesional del retrato fotográfico, por entonces empleado en el Teatro Principal de nuestra ciudad. Junto a Hipólito Cebrián (el gerente del Principal), Antonio abría su primer estudio fotográfico: Cebrián y García. Se encontraba ubicado en la calle Niños de San Vicente, donde estaba el colegio imperial del que les hablé pocas semanas atrás y muy próximo por tanto a la zona donde proliferaban los estudios de este tipo, en la calle de Las Barcas y alrededores. Tres años más tarde, García Peris se independizaba con un nuevo local. Iniciaba entonces una carrera meteórica con todos y cada uno de los pasos para alcanzar la cima del prestigio profesional: el aumento de clientes facultaba la adquisición de maquinaria fotográfica traída del extranjero que incorporaba los últimos avances. No es asunto baladí. El tiempo de exposición podía variar de 1 a 5 segundos en función del aparato usado. Si se usaban máquinas primitivas, el hoy llamado 'postureo' resultaba más forzado si cabe. Eso sin contar con que todavía se estaba a expensas de la meteorología, pues muchos estudios todavía no disponían de luz eléctrica. Pero García Peris contaba con la última tecnología y modernizaba sus instalaciones en aras de esa prosperidad, anunciada también por los premios que conseguía en diversas exposiciones y certámenes. No es de extrañar que el mismísimo rey Alfonso XII fuera fotografiado por nuestro hombre (1875). En 1878 conoce al que será su futuro yerno, Joaquín Sorolla. No hay unanimidad respecto al modo. Algunos indican que Sorolla era compañero del hijo de García, otros que el contacto fue directo con el fotógrafo, puesto que trabajó a su servicio iluminando con pincel las fotos. Es indiscutible que de manera casi inmediata García se convirtió en mentor de Sorolla. También que a los pocos años el pintor y Clotilde, la hija de Antonio, comenzaban una gran historia de amor. Aspectos que pudieron agudizar el interés de García Peris por la reproducción de las obras de arte. Como ha estudiado Concha Baeza -referente académico sobre García-, la obra de Sorolla fue la más fotografiada.

Peris captó algunas de las escenas más impactantes de nuestro pasado

Los motivos eran diversos: desde la documentación de los trabajos entregados por el joven pintor a la Academia de Bellas Artes de San Carlos, hasta la publicidad selectiva. Firmada por Sorolla, García Peris envío una reproducción fotográfica al monarca de uno de los cuadros de su yerno. Pero el fotógrafo también reprodujo obras de otros artistas coetáneos como Emilio Sala o Joaquín Agrasot. Una cosa es la teoría, que 'grosso modo' señalaba que la reproducción de la obra de arte finiquitaba su aura, y otra cosa muy distinta la práctica. Los pintores no sólo se servían de ella en sus composiciones, sino que también empleaban la fotografía para dar a conocer sus obras.

Exposiciones industriales

Paralelamente, a partir de los años 80, Antonio García fue contratado por diversas fábricas con objeto de fotografiar las imponentes maquinarias con las que contaban estas empresas que, dispuestas a cambiar el mundo, no podían trasladar artilugios semejantes a las recurrentes exposiciones industriales. Con un imparable reconocimiento (fotógrafo de la Casa Real, presidente de la Unión Fotográfica Valenciana en 1903, medalla de oro en la Exposición Nacional de Madrid en 1905), Antonio García Peris no sólo se convirtió en el fotógrafo predilecto de la burguesía de nuestra ciudad. También fue el preferido por actrices (María Guerrero), bailaoras (Pastora Imperio), cantantes (Julián Gayarre), toreros (Frascuelo) y un largo etcétera de personajes famosos.

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Por otra parte, este hombre extraordinario captó con su cámara algunas de las escenas más impactantes de nuestro pasado a modo de reportero gráfico. La nevada de 1885 o la visita de la regente María Cristina en 1888 son sólo dos ejemplos, pero una imagen vale más que mil palabras. El puente de San José en 1897 con nuestros antepasados observando la subida del río sería un magnífico epílogo visual. Ocurre que el verdadero final fue un 1 de julio, el de 1918, cuando Antonio García, todavía en activo, falleció a los 77 años de edad.

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