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Ascensor del siglo XIX que conserva el Museo de Etnología. MIGUEL ÁNGEL POLO
El arte del cotidiano subir y bajar en Valencia

El arte del cotidiano subir y bajar en Valencia

Ascensores del siglo XIX que iniciaron su viaje en la ciudad a la velocidad de 0,10 metros por segundo, son hoy pieza de museo

Laura Garcés

Valencia

Martes, 18 de abril 2023, 00:42

Que no suban los niños, cierra bien la puerta. El otro día el vecino del cuarto se quedó encerrado. Coincidí con él y no me dijo ni mú. Sólo hablamos del tiempo... Podrían ser si es que no lo son historias de ascensor, de esos anodinos artefactos de hoy que, cuando a finales del siglo XIX empezaron a evitar las escaleras a la velocidad de 0,10 metros por segundo, eran algo bien distinto. Casi se podría decir que elevaron a la categoría de piezas de arte el tal cotidiano como molesto ejercicio de subir y bajar. Y así con el paso de los años se revelan en instantánea que ilustra cómo se ha construido una sociedad, la cultura en la que se ha asentado cuando sube y baja a diez o más metros por segundo.

Valencia en 1896 ya podía presumir de contar con uno de esos elevadores que el paso de los años ha convertido en pieza de museo. En aquellos últimos años del siglo XIX, en medio de grandes avances y bajo los cánones estéticos del Modernismo, preciosas cajas elevadoras empezaron a extenderse por la ciudad realizadas a partir de las maderas más nobles y con los enrejados –jaulas de seguridad para salvar la cabina–, más soberbios en las mejores casas de la capital.

Detalle puerta de un elevador en la Gran Vía Marqués del Turia. MIGUEl ÁNGEL POLO

Puertas de madera con decoración profusa, atractivas piezas doradas con tiras de botones para pulsar el número del destino deseado, sofisticados tiradores para abrir y cerrar las puertas de unas cabinas que se asemejan a un reducido salón con sillones tapizados donde sentarse durante el trayecto que recorría la distancia entre las plantas de los edificios. Si tan atractivos resultan hoy, que hasta tienen dedicado un Día Mundial (23 de marzo), cuánto más lo serían en su tiempo.

En Valencia queda constancia de 1896 en un ascensor que estuvo en uso hasta 2006 y que conserva el Museo Valenciano de Etnología. La pieza, como relatan desde el espacio expositivo, procede de la casa Sánchez de León, en el número 2 de la calle San Vicente esquina con el acceso a Santa Catalina, finca histórica construida por el maestro de obras Lucas García Cardona.

Botones para indicar el destino. MIGUEL ÁNGEL POLO

Es un ascensor fabricado por Enrique Cardellach y Hermanos, de Barcelona, que se instaló en 1896. La caja «es de madera facetada, con cristales y espejos. La jaula y las puertas de seguridad son de hierro forjado y muy decoradas», puntualizan desde el museo.

Más allá del valor estético, como el del que todavía está en uso en el número 58 de la Gran Vía Marqués del Turia, estos pequeños reductos de paradójica privacidad pública son testigos de la profunda transformación urbana y social que trajeron consigo.

Empezaron a instalarse en una época en la que «los pisos más valorados de un inmueble eran los inferiores». En las plantas altas residían las familias «de menor capacidad económica; incluso la calidad de construcción era diferente». Pero con su aparición cambiaron las cosas. Se acabaron las diferencias entre plantas. Ahora los inmuebles eran «socialmente homogéneos y posibilitaron la aparición de barrios exclusivamente burgueses».

Decoración modernista en la reja de un ascensor. MIGUEL ÁNGEL POLO

Ahí está el ejemplo de la pieza que, tras un profundo proceso de adaptación a las nuevas exigencias, todavía sube y baja en el 58 de la Gran Vía Marqués del Turia. La pieza pervive por el interés que sus propietarios mostraron hasta conseguir el reconocimiento de su valor patrimonial por parte de las autoridades, tal como relata José Ruiz, propietario de Talleres Ruiz que se encarga del mantenimiento del aparato. La firma, que se introdujo en el universo de los elevadores en 1931, cuenta con larga experiencia que permite a José Ruiz ofrecer datos como la velocidad a la que 'circulaban' los primeros ascensores: «A 0,15 metros por segundo, mientras ahora lo hacen a 10 y más metros por segundo».

Toda una conquista de la velocidad, pero no la única de la que habla este especialista. Ruiz coincide con la voz del Museo de Etnología cuando señala que al principio sólo las casas más adineradas disponían de ellos, pero se fueron popularizando y así sumando a su valor elevador el de igualador social.

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