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Historia de Valencia | El artista que retrató la Valencia de hace 500 años

El artista que retrató la Valencia de hace 500 años

Pintor de ciudades. Nacido en Amberes, Anton van der Wyngaerde recaló a orillas del Turia para ejecutar el encargo de su patrón, el rey Felipe II: inmortalizar la España de su tiempo

JORGE ALACID

Jueves, 28 de julio 2022, 13:23

Felipe II, el llamado Rey Prudente, pasó a la Historia a través de una serie de atributos muy singulares: entre ellos, su condición hacedor de la España moderna y también su rol como rey múltiple. Porque lo fue de España, pero también de Portugal, merced a la unión dinástica que le permitió reinar en el país vecino como Felipe I. No conforme, también ostentó sobre su cabeza la corona inglesa, fruto de su matrimonio con la reina María I. A la prudencia que le distinguía podemos concluir, vista su biografía, que añadió el valor de la audacia: hijo del emperador Carlos I, Felipe II prácticamente se inventó un país. Proporcionó a España una cierta identidad nacional, observable en las magnas obras que llevaron su sello (el Escorial, por ejemplo, cumbre de su reinado) y detectable en la letra pequeña de algunas decisiones menores que contribuyeron al mismo fin: divulgar una imagen del Reino como potencia mundial que intimidara fuera de sus fronteras y concediera a sus súbditos algo parecido al orgullo nacional.

Así se explica que el rey llamara traer a España en 1561 a una curiosa figura, un prestigioso profesional procedente de Flandes y militante en el gremio artístico. Había nacido en Amberes en 1512 y se llamaba Anton van den Wyngaerde, aunque también respondía al nombre de Anton van der Wyngaerde o Antoon van den Wijngaerde... Un trabalenguas para un hispanohablante: de ahí que fuera conocido en España con el más prosaico nombre de Antonio de las Viñas (o Antón de Bruselas). Este dato es esencial para cartografiar su peripecia mitad viajera/mitad artística, con una dosis de vertiente documental: como ocurría con Felipe II, nuestro pintor llevaba Europa en su cabeza (había trabajado en su país y también en Italia e Inglaterra). Guardaba alguna lógica que pudiera rendir servicio a la Corte que le contratara con la misma intención con que el rey de España puso precio a sus pinturas con el encargo de retratar el país entero, sus principales ciudades y sus rincones más pintorescos. El cometido tenía una intención propagandista y asimismo notarial: registrar cuanto veían sus ojos y anotaba su pincel. Por ejemplo, Valencia. La Valencia de su tiempo. Esa hermosa ciudad que plasmó en el conjunto de más de 60 cuadros que engloban el conjunto de su producción española.

Una comitiva ingresa en la ciudad, entonces aún amurallada. Imagen del libro 'Las vistes valencianas'

Wyngaerde ejerció como una especie de pionero de aquellos primeros fotógrafos que siglos después recorrerían el continente para retratar en sus ingenios cuanto veían sus ojos. En su caso, se valía de la técnica pictórica para inmortalizar las estampas más icónicas de las ciudades que visitara por encargo del monarca. De Valencia son conocidas unas hermosísimas vistas datadas en 1563 del 'skyline' de entonces, incluyendo el desaparecido Palacio Real, los edificios que jalonaban el tránsito del Turia por el antiguo cauce y el dédalo de callejuelas que hoy conocemos como Ciutat Vella, hacia donde se dirigía en una de sus pinturas más célebres una comitiva que llegaba desde el norte a pie y a caballo. Soldados, con seguridad. Era una Valencia militarizada, donde el género que practicaba Wyngaerde (el llamado género corográfico, que busca la descripción de un territorio a través del arte) quedaba justificado por el vértigo de la Historia de aquel momento de alta intensidad, a resultas por ejemplo de la difícil convivencia con la población morisca. Unas vicisitudes que golpeaban con frecuencia y contumacia las puertas de la ciudad por donde ingresaban los héroes del pintor flamenco.

En ese mismo año, Wyngaerde visitó otras localidades valencianas como Sagunto o Játiva, pero la capital se llevó lo mejor de sus creaciones. Esos paisajes urbanos que recreó con buen gusto y esmerada técnica, con una preciosista delicadeza en el uso del color, pero también los parajes de la periferia, como el Grao o la Albufera. A Valencia llegó con sus útiles de pintura desde Madrid, donde se había estrenado como artista al servicio del Rey, que le concedió el título de «pintor ordinario» según un itinerario que le llevó luego por Castilla, Aragón más tarde, Cataluña poco antes de alcanzar Valencia, y Andalucía y otros territorios años después. Hasta 1570 continuó con su cometido: hay constancia documental de su paso por Extremadura, de nuevo Castilla, Madrid por fin. En la capital del Reino murió en 1571; dejaba como herencia una fértil producción que hoy puede leerse, más allá de su reconocida valía artística, como un compendio de la España de su tiempo según la mirada extranjera de un artista cuya obra duerme en instituciones de profundo prestigio: la Biblioteca Nacional de Austria, con sede en Viena, el Ashmolean Museum de Oxford y el Victoria and Albert de Londres. Sus fondos conservan el testimonio de otra de sus facetas como artista: las piezas que alumbró como pintor de guerra, fruto de su presencia como un enviado especial de la época en escenarios tan famosos como la batalla de San Quintín, donde se armó la que se armó.

Para los expertos, del arte de Wyngaerde debe destacarse que prima la minuciosidad y un talento infrecuente en la época para el relato topográfico de las imágenes: sus dibujos son criaturas que nacen al natural y se decantan por un punto de vista cenital. Son retratos panorámicos, a vista de pájaro, donde el profano que las observe con una mirada valenciana se podrá deleitar recreándose en otros elementos de elevado valor sentimental. Cómo era la ciudad de entonces, cómo se puede intuir que eran quiénes nos precedieron. O qué aspectos del pasado hemos olvidado y cuáles se han derrumbado por el puro paso del tiempo. Y cómo nos veía quien nos visitó por encargo del rey Felipe II: qué imagen tendrían de Valencia sus contemporáneos. La siempre sugerente mirada extranjera.

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