![Monte de Piedad de Bancaja | Este banco de Valencia es una joya](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202212/17/media/cortadas/175920501--1968x1310.jpg)
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Avanzada la pandemia, quien paseara por la plaza Obispo Amigó pudo observar cómo con puntualidad suiza se formaba una cola casi kilométrica alrededor del hermoso edificio donde tiene su sede una institución no demasiado conocida, el Monte de Piedad de la Fundación Bancaja. La entidad ocupa la sede que fue de la antigua Caja de Ahorros de Valencia, un inmueble de fecunda historia que conserva todavía el sello de la buena arquitectura finisecular. Un caserón de imponente estampa, una auténtica joya: tan valiosa como las otras que custodia según el régimen propio de todo monte de piedad y lenguaje de otro tiempo: «préstamos con prenda de joyas». Una institución nacida en España en el siglo XVIII según el modelo original que los padres franciscanos fundaron en Italia unas cuantas centurias atrás y con la misma intención: combatir la usura, que equivale también hoy a ayudar a los desfavorecidos. Con alguna variante, ese sigue siendo el propósito con que este Monte de Piedad valenciano atraviesa el siglo XXI.
Si ese paseante que reparó en la colas que rodeaban el edificio en la fase más crítica de la pandemia se diera hoy una vuelta por la manzana donde se aloja el monte de piedad, verá como también en vísperas de Navidad crece el tráfico de clientes que entran y salen de la oficina. Que es una oficina bancaria muy particular: un modelo de inclusión financiera que ejerce su papel desde hace nada menos que 144 años. Sin otra interrupción que aquellos dos meses pandémicos de clausura, como enfatiza Ana Soto, directora de la entidad y también de sus hermanas repartidas por Alicante, Castellón, Murcia y Albacete. En total, ocupa a dieciséis trabajadores, de los cuales la mitad se ubican en la sede de Obispo Amigó, el edificio que Soto recorre mientras explica las particularidades de su funcionamiento y observa que se registra, en efecto, ese ritmo superior de la clientela propio de la Navidad. En la sala de espera, una docena de personas aguardan su turno. Cuando reciben la llamada, desfilan por las ventanillas donde la plantilla («Formada por gemólogos profesionales, somos todos titulados universitarios», subraya Soto) ejerce su trabajo con discreción y diligencia: reciben las joyas entregadas en préstamo, las pesan («Nuestra garantía es que son básculas homologadas oficialmente», avisa la directora) y luego las analizan. Unos segundos después, tasadas de acuerdo con los códigos propios de estas instituciones, el cliente firma el recibí y sale a la calle con el dinero en metálico en su bolsillo. Un esmerado y raudo servicio que apenas tiene relación con los trámites habituales en el mundo financiero, más farragosos.
A esa especificidad aludirá Soto continuamente, a medida que avanza la charla: a la diligencia con que se despacha en el Monte de Piedad a la clientela, con otra particularidad que también menciona con profusión, ese fin social al que obedece la entidad. «Los beneficios se destinan a obra social y cultural», señala. «Es decir», añade, «que revierten en la sociedad». Un modelo de economía circular que ayuda a satisfacer las necesidades de su cliente tipo: una persona integrada en los colectivos más vulnerables de la sociedad, que llega hasta la sede de la entidad en situación de desamparo y empeña algún bien familiar para afrontar esa delicada coyuntura. Aunque Soto, con elocuente vehemencia, no se cansa de repetir que en realidad cualquiera puede ser un día cliente del Monte de Piedad. Lo puede ser y de hecho lo es, como advierte ella: «Los Montes de Piedad están aún estigmatizados porque se asocian a una imagen de pobreza que no se corresponde con la realidad». Una afirmación que ejemplifica con casos concretos: «Vienen personas a quienes les han denegado un crédito o tardan en concedérselo, que necesitan el dinero para una situación muy concreta, una comunión, unas vacaciones especiales o darse un capricho».
Unas pretensiones muy prosaicas que el Monte de Piedad satisface según esa pauta arriba relatada, con elevadísima inmediatez y otros atributos adicionales. Porque para llevarse el dinero en el bolsillo como esos clientes que abandonan hoy la sede, en un gris mediodía de otoño, apenas se necesita burocracia, en abierto contraste con el funcionamiento habitual en el sector bancario. No es su única ventaja. Cita por ejemplo Soto un rasgo peculiar de la entidad: que las joyas se recuperan cuando los depositarios las reclaman. Más bazas a favor: la clientela dispone de intereses anuales muy contenidos, que hacen más llevadero este trago, y nunca pierde la propiedad sobre los bienes, que pueden traspasar también vía herencia a sus descendientes en caso de fallecimiento. «Además», agrega Soto, «los préstamos se puede renovar anualmente o cancelar cuando se quiera, sin penalización». Todo son ventajas... pero muy desconocidas. Un mal que Soto achaca a la falta de cultura financiera que distingue a la sociedad española, que no deja de lamentar aunque sin decaer en su entusiasmo. «Nos adecuamos a las necesidades de cada cliente y le ofrecemos una atención personalizada», afirma.
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Un entusiasmo que replican el resto de trabajadores que deambulan esta mañana por el edificio o los que prestan servicio tras el mostrador. «Damos confianza y profesionalidad», recalca Soto, quien confiesa: «Este es un trabajo muy satisfactorio. Estamos muy orgullosos de la labor que realizamos». Una satisfacción y un orgullo que tiene cifras: 12.500 personas con préstamos vigentes pasan cada año por su oficina, aunque la cifra total de clientela es superior, hasta alcanzar los 28.000 préstamos anuales. También está tasado el importe medio de las transacciones, fijado en unos 850 euros, igual que está tasado un intangible, de índole emocional: la experiencia tan singular que caracteriza a quien entrega sus joyas en depósito, que en algún caso es tanto como ceder un trozo de su vida. No son momentos «especialmente dramáticos», apunta Soto, pero gozan de un alto valor sociológico, porque ante la ventanilla esperan su turno personas «de todas las clase sociales». Y reitera: «De todas». «Esto es para todos los públicos», matiza, «pero es verdad que en los últimos años hemos notado un perfil de público distinto». Se refiere a una clase de clientela que menudea desde la pandemia, cuando por el Monte de Piedad se acercaron profesionales liberales, pequeños autónomos, dueños de pymes o parejas jóvenes con hijos, estrangulados por el desplome de la economía, que vieron en esta entidad «una alternativa a la financiación bancaria» gracias a joyas dormidas en un cajón «que no te pones ni te acuerdas de que las tienes».
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Ese tipo de clientes que menciona Soto desmiente los clichés asociados a este mundo: por ejemplo, que la clientela sea femenina en su mayoría, aunque sí se percibe alguna distinción de género en las cajitas donde se depositan las joyas llevadas en prenda: más propio el anillo entre ellas, como el reloj entre ellos. El Monte ya dijo adiós a otros estereotipos, típicos de aquel ayer, cuando se empeñaba hasta la mantelería y era habitual entre los caballeros el alfiler de corbata de oro. ¿De oro? De oro son la mayor parte de bienes que se entregan en préstamo, pero la entidad se reserva la última palabra: aquí sí que es oro todo lo que reluce, porque la plantilla aplica su lupa profesional de ocho aumentos y su ojo bien entrenado para descartar toda joya que no acredite los quilates que se le suponen. Dispone además de laboratorio especializado y una tecnología de alta fiabilidad para la identificación «perfecta» de las piedras preciosas.
Un brillante universo que se guía por su particular patrón oro («El oro es siempre el valor patrimonial máximo», asegura Soto) y que vivió su particular resurrección durante aquel tiempo de la pandemia que parece tan lejano. «Hicimos un papel increíble», se enorgullece la directora de la entidad, mientras va cerrando la puerta de la oficina que custodia, señala el rico mobiliario y decoración que también abrillantan el edificio, con su suelo de reluciente mármol travertino, y se despide con una sonrisa. Y con una frase recurrente: «Aquí hacemos una gran labor porque no tenemos un objetivo concreto de beneficio. Nuestra finalidad no es hacer negocio».
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Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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