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Javier frente a una barrera arquitectónica en Benimaclet. J. Signes

Las barreras de la ciudad

Los discapacitados sufren cientos de obstáculos en Valencia y demandan a las administraciones que se pongan en su piel

Mar Guadalajara

Sábado, 15 de febrero 2020, 23:29

«La silla te condena pero desde hace dos años son mis nuevas piernas, siempre he respetado aunque sin saber lo duro que era, me he dado cuenta de que puedo hacer muchas cosas pero de puertas para dentro», dice David que aún le cuesta hablar de cómo un accidente le dejó parapléjico hace dos años. Cada día entrena: coger el autobús, dejar al niño en el colegio, ir al centro de rehabilitación ... va cumpliendo nuevas marcas. «Es la ciudad la que me limita», cae en la cuenta de que siempre habrá una barrera que sortear.

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Un ascensor estropeado, un botón inalcanzable, la puerta más estrecha, aceras en pendiente, bordillos, socavones en pasos de cebra por no hablar de edificios públicos, museos, ambulatorios, colegios e incluso hospitales, relatan las asociaciones que rechazan la accesibilidad como requisito y extrañan compromiso ante una necesidad universal.

«Todos pasaremos por ello en algún momento, no sólo por una silla de ruedas, también por suerte la gente se hace mayor», reflexiona Adolfo Conesa, presidente de la coordinadora de personas con discapacidad física CODIFIVA. Y añade: «Si la propia administración no cumple con los mínimos es difícil que exija a las entidades privadas, por eso las asociaciones queremos aportar ideas, proyectos y como usuarios, supervisarlos, porque pese a poner la etiqueta de accesible, la mayoría ni es funcional ni es útil».

«Hasta por ir por la acera me han gritado», dice David con una mezcla entre timidez y frustración. Enmudece al pensar en cómo se sintió. «Es que parece que no podamos salir a la calle; porque las rampas de los autobuses no siempre funcionan, los bordillos de cada paso de peatones me hace la espalda polvo, los conductores no respetan tampoco los aparcamientos reservados y por el carril bici también les molestamos», explica.

Raquel ayuda a David en el centro de ASPAYM en Benimaclet dedicado a las personas con lesión medular. Como trabajadora social lucha por conseguir su autonomía. «Les apoyamos en la eliminación de barreras en su domicilio, buscamos paliar todas las necesidades por su nueva situación; la mayoría ha sufrido un cambio brusco por accidentes de tráfico o deportivos y por zambullidas», comenta que trabajan con ellos hasta coger el transporte público. Sin duda para Raquel lo más duro está en la defensa de sus derechos. «Siempre defendemos que la accesibilidad sea universal porque cuando construyes así se lo facilitamos a cualquier persona. Lo que más nos limita cuando luchamos por ello es la economía, que las administraciones públicas siempre nos dicen: esto está previsto, esto no se puede hacer, no tengo dinero...», asevera.

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Hace dos décadas que se regularon sus derechos, entre ellos la accesibilidad pero sin una norma uniforme. La confederación valenciana de asociados por la discapacidad, COCEMFE, denuncia que la ley estatal aún está por desarrollar pese a que el Tribunal Superior obligó al Estado a su puesta en marcha tras haberse saltado los plazos marcados. Mientras, la norma autonómica es obsoleta y esperan participar en su nueva tramitación. Hace un año que el Consell anunció un «decreto pionero» que aún no ha visto la luz.

Su presidente, Juan Mondéjar, lamenta que esta sea «la cruda realidad» y reconoce que se siente molesto. «No hemos llegado a garantizar esa accesibilidad, no se han cumplido los plazos dados ni por la ONU, ni por los órganos europeos que dieron hasta diciembre de 2017 como fecha límite. Aunque sea tarea ardua resulta increíble que no hayan hecho absolutamente nada en más de una década», dice Mondéjar.

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Javier frente a un socavón en un paso de cebra que le impide cruzar en el barrio de Benimaclet. J. Signes

Javier, 45 años. Un accidente lo dejó en silla de ruedas

«Cuesta ser independiente y no nos ponen las cosas fáciles»

Su carta de presentación es cruda: «una lesión medular completa, soy tetrapléjico». Un accidente de tráfico le dejó en silla de ruedas. Javier lleva la cuenta: 18 años y un mes desde el día en el que volvió a nacer. El deporte le ha dado el impulso que necesitaba. «Durante bastante tiempo fui en silla eléctrica porque no tenía la fuerza como para moverme en una manual, pero desde hace cuatro años gracias a la rehabilitación lo he conseguido y también uso una 'handbike'», dice con orgullo. Sale de ruta con ella casi todos los fines de semana y además entrena en un equipo de rugby.

«El deporte me ha dado agilidad y también motivación por ser autónomo, porque cuesta ser independiente y en la calle no nos ponen las cosas fáciles», explica.

Vive en el barrio del Carmen y ha sido usuario del transporte público en la ciudad. «He usado mucho la EMT y hay adaptados pero no todos, cuando llegas a la parada no saber muy bien y igual tienes que esperar a que venga uno en el que puedas subir; con rehabilitación he conseguido ir con la 'handbike' y ahora me muevo así por el carril bici», dice.

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Recoge a su hija a diario del colegio. Ella usa patines para seguirle el ritmo. Así llegan hasta casa juntos donde él es completamente independiente.

«Tenemos una suerte de ciudad plana, pero no está bien adaptada, la gente no se imagina lo que podemos encontrar: hay aceras que no son rectas, están inclinadas, también bordillos demasiado altos y socavones en la calzada al cruzar pasos de cebra te das cuenta que te puedes quedar ahí enganchado», describe señalando al detalle las situaciones que vive en Valencia. «En mi barrio hay aceras lisas pero también muchos adoquines, incluso para subir a la acera está difícil al final acabas necesitando ayuda», comenta.

Javier se ha implicado en la ayuda a personas que han pasado por lo mismo. Se sabe valiente y contagia a sus compañeros. Pese a todo está convencido de que las cosas pueden cambiar, sobre todo dando visibilidad. «Lo primero que se ve es la silla de ruedas, pero también necesitan accesibilidad los carritos de bebés y no nos engañemos, todos nos hacemos mayores, por eso creo que un paso importante es sensibilizar y educar, si la gente tuviera más empatía nos iría mejor», dice señalando como remedio ante la falta de respeto, educar en seguridad vial.

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La silla eléctrica de Juan no puede superar un bordillo en un cruce en el Cabanyal. I. Marsilla

Juan, 38 años. A los doce fue atropellado por un coche

«Lo de que las calles estén adaptadas es mentira»

«Qué esta ciudad está adaptada es mentira», sentencia Juan. A sus 38 años lleva 26 moviéndose en silla de ruedas. Depende de ella desde el atropello y no es capaz de comprender cómo en todo ese tiempo poco se ha avanzado.

«A los doce años tuve un accidente, me atropelló un coche», relata. Lo que no cuenta es que en realidad evitó que atropellaran a su madre. Juan tiene dificultad para comunicarse pero es lo mejor que sabe hacer. No tiene pelos en la lengua. Un fitipaldi, así le llaman en el centro de día de Cruz Roja, que sabe cómo sacar una sonrisa a sus compañeros.

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Todos los días va desde su residencia cercana al Hospital General hasta el barrio del Cabanyal donde está el centro de día. Se traslada en transporte público pero explica que debe planificar su ruta con antelación. «Voy en el autobús y aunque tienen rampa, aún quedan algunos que no y te dicen: lo siente, espera al siguiente o la rampa no funciona, como si yo no llegara tarde a nada», comenta. Juan llega tarde con cualquier mínimo contratiempo, por eso sale de casa «casi con una hora de antelación».

A las puertas de una librería se quedó hace poco. Otro lugar que pasa a engrosar la larga lista de vetos. «Con escalones tan altos y si no tengo a nadie es imposible», una vez más se queda fuera. En cines, teatros e incluso museos, pese a su curiosidad Juan se pierde muchas cosas. Sabe que el límite no lo tiene él.

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«Deberían de cambiar muchas cosas para que realmente fueran accesibles los sitios de la ciudad. Hay algunas rampas muy empinadas, también bordillos que no están bien y en los que me he quedado encallado, a veces es muy difícil moverse por Valencia porque el transporte también es complicado… se nota que Ribó no tiene a una persona así cerca, a ningún familiar en silla de ruedas», se queja.

La lectura y el cine le permiten borrar cualquier barrera. En este refugio encuentra fuerzas para luchar por conseguir ser cada vez más autónomo. Y pese a todo siente que puede más. «Otra persona lo puede tener aún peor, y yo lo veo en mi residencia, todos son muy mayores y apenas salen», señala que pese a su situación es él quien más se empeña en salir a la calle. «Me gustaría cambiar todo el país y toda la ciudad, pero es difícil aunque no imposible», dice Juan esperanzado en que las cosas mejoren.

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Las nuevas tecnologías para superar los límites

Se quedan sin ir a una cena con amigos, renuncian a conferencias o viajes de trabajo, sufren la primera fila en el cine, el veto en los teatros e incluso las barreras afectan a su educación y a su carrera profesional.

El afán por superarse les obliga a buscar soluciones y alternativas útiles. Y para ello proponen el uso de las nuevas tecnologías contra los límites de la calle.

En CODIFIVA trabajan en el desarrollo de una aplicación que cree un trayecto accesible. Como un navegador que proporciona las opciones para llegar hasta un destino marcando el origen. De esta forma el usuario puede estar informado, conocer el tiempo de duración e incluso el coste por el trayecto. Asimismo, apuntan a aplicar estas herramientas en los servicios públicos.

El propio presidente en la Comunitat, Adolfo Conesa, relata cómo de difícil es alcanzar el botón en los ascensores del metro Así propone instalar un comando de voz con el que poder llamarlo ya que la movilidad de sus brazos también puede afectarles.

Ofrecer información es otro de sus objetivos, no siempre saben cómo estará de adaptado un lugar y para ello las aplicaciones móviles pueden ser la clave.

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