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El barrio de Campanar, el encanto de un pueblo en plena ciudad

Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Lunes, 27 de agosto 2018, 12:48

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Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
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Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

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Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Andoni Torres
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Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
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Andoni Torres
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Andoni Torres
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Andoni Torres
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Andoni Torres
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Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
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Andoni Torres
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Andoni Torres
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Andoni Torres
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Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
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Andoni Torres
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Andoni Torres
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Andoni Torres
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Andoni Torres
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Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
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Andoni Torres
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Andoni Torres
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Andoni Torres
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Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
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Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
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Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

Andoni Torres
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.
Es una de esas zonas poco conocidas de Valencia. El barrio de Campanar reúne todas esas características que se espera encontrar en un remoto y solitario pueblo, y no en plena urbe. Calles tranquilas, casas antiguas, fachadas con un encanto diseñado por el paso del tiempo. Recorrer sus aceras es pasear por un rincón de paz, ajeno al constante ajetreo de la ciudad. Una especie de paréntesis entre el tráfico, ruido y bullicio, en un lugar donde el reloj parece detenerse, mientras las sombras del atardecer se van colando por cada resquicio. Entre paredes blancas, tonalidades ocre, fuentes y ventanas que se asoman a décadas de historia, permanecen mosaicos en honor a lo que el pueblo fue. Azulejos que recuerdan al oficio hornero y la patrona, la Virgen de Campanar, cuelgan de paredes en las que los ladrillos soportan más años que peso. Casas, unas bajas y otras ilustres, que recuerdan un tiempo no tan lejano, muestras de la Valencia pasada rodeadas de la ciudad actual.

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lasprovincias El barrio de Campanar, el encanto de un pueblo en plena ciudad