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El botellón es como la energía: ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. O se traslada. ¿Que el Ayuntamiento cierra, este viernes sí, ... las plazas de Honduras? Pues los chavales se mueven, que para eso son jóvenes. Su peregrinar por la zona universitaria les lleva a colonizar Blasco Ibáñez, que se convierte en 'Blasco Botellón', una avenida donde encontrarse ingenieros aeroespaciales que te enseñan orgullosos el cohete que han lanzado a un kilómetro en el aire mientras apuran un cubata. «El mío es sólo agua», dice uno de ellos, con la voz ligeramente resbaladiza.
En una noche más tranquila que la del jueves, en parte porque ya no era el día de fin de exámenes y en parte porque miles de jóvenes ya habían salido dirección a Mallorca o estaban en capilla del viaje de fin de curso, el botellón se dejó notar este viernes en el bulevar central de Blasco Ibáñez, ese que se pateó el portavoz municipal de Ciudadanos, Fernando Giner, el jueves temprano para 'pillar' a los operarios de limpieza adecentando la zona a primera hora. Habrán tenido también trabajo este sábado porque cientos de jóvenes, menos que el jueves en la playa, eso sí, hacían botellón en los bancos del tramo situado entre Manuel Candela y el anfiteatro, justo frente a una conocida discoteca con nombre de dirección en el mar.
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Es ahí donde un grupo de chicos y chicas apura unas copas. Atienden a LAS PROVINCIAS contentos, alegres de que han terminado exámenes, y sin miedo de salir en el periódico. «¿Sois todos mayores de edad, verdad?», pregunta este diario, y no es una cuestión baladí porque son todos jóvenes. Mucho. Tanto que los ingenieros aeroespaciales de los que hablábamos antes, que tienen unos 20 años, ya se sienten «unos abuelos» alrededor de quienes hacen cola a la puerta de la discoteca. Cuando haces un reportaje sobre el botellón, te puede pasar de todo, como que te pregunten si eres de National Geographic cuando te ven con la cámara. O que te pidan el contacto para enviarte una nota de prensa sobre un proyecto de la Universitat Politècnica de València. O que se nieguen a salir a cara descubierta. O que te digan que les hagas fotos y luego te pregunten a qué página de Instagram vas a subirlas porque quieren verse retratados con sus amigos.
El traslado del botellón a la avenida estuvo motivado por el cierre de las plazas en Honduras por parte de la Policía Local, lo que ocurrió antes de medianoche. Sin embargo, los vecinos insisten en que el problema de la zona está muy vinculado a las terrazas, muchas de las cuales seguían abiertas pasada la 1 de la madrugada, con cientos de jóvenes sentados a la mesas. Mucho ruido, sí, pero menos que el jueves. Los carteles de «Stop ruido» y «Queremos descansar», eso sí, seguían presentes en las ventanas cerradas a cal y canto, algo imprescindible si los vecinos quieren pegar ojo.
También estuvo todo más tranquilo por la Ciutat de les Arts i les Ciències, donde también hay una discoteca. En este entorno el botellón se desperdiga por el río, pero no se forman grandes grupos, a menos a primera hora de la noche. También es gente ligeramente más mayor que la de otras discotecas de la ciudad, como la de la playa, en torno a la cual anoche también hubo botellón, aunque de dimensiones ligerísimamente más reducidas que las del pasado jueves por la noche.
Estas reuniones ilegales para beber en la calle también se dan de cruces para afuera. Hasta en los lugares más insospechados. Como en la misma Devesa. La Asociación de Vecinos Devesa-Albufera denunció, a última hora de la noche, la presencia de un grupo muy amplio de usuarios en patinete eléctrico que se habían instalado en el lago del Puchol, una zona de alto valor ecológico porque es enclave de nidificación para chorlitejos y charranes, a hacer botellón. Cuando llegó este diario, ni rastro de la reunión. Bueno, no es del todo cierto: el escándalo que hacían las aves acuáticas evidenciaba, en opinión de los vecinos de la zona, que sus nidos podían haberse visto afectados por un botellón exprés que podía formar parte de una excursión nocturna en patinete por la Devesa.
La previsión del Ayuntamiento y la esperanza de los vecinos de la ciudad es que el botellón sea como muchas flores y se marchite con el calor. La llegada del verano, con la consiguiente vuelta a sus países de origen de los alumnos de Erasmus y el traslado a los lugares de veraneo o a sus municipios de origen para miles de jóvenes estudiantes, ha de acallar ligeramente el problema, que revivirá en septiembre. Entonces, ya estará aprobada, o debería estar a punto, la nueva ordenanza de convivencia, que dará a los agentes de la Policía Local nuevas herramientas para tratar estas situaciones y que está parada en la asesoría jurídica municipal, como ocurrió con su predecesora, que 'encalló' en los abogados de la ciudad en 2018.
Mientras tanto, los ingenieros aeroespaciales (literalmente podrían llevarnos a Marte en unas décadas, tiene razón Aarón Cano cuando habla de que quienes hacen botellón son hermanos, hijos o vecinos) seguirán acudiendo a beber en la calle a 'Blasco Botellón'. Saben que no es legal, pero insisten en que las discotecas «se han subido a la parra con los precios»: «De 30 euros no bajas en ninguna». Y encima, si hacen el esfuerzo de gastarse ese dinero para entrar a alguna, parecen «los abuelos» de la sala. Tienen 20 años. Se refieren a que quienes acuden a las discotecas son, sobre todo, estudiantes de Selectividad, que tienen dos o tres años menos que ellos. Son dramas de juventud, que se curan con el tiempo, como el ansia de beber y ver pasar la vida tirados en un banco de una de las avenidas más importantes de Valencia.
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