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Lola Soriano
Valecnia
Domingo, 26 de septiembre 2021, 01:05
Cada caso es un mundo, pero todos coinciden en señalar que es imposible descansar. Las historias que se esconden en los hogares donde se sufre la proliferación de terrazas, la venta ambulante de alcohol y la práctica del botellón son ... muy variadas, pero toda paciencia tiene límite y las víctimas de estas cuestiones de orden público exigen unidad de acción de las administraciones para prevenir antes que curar.
Vecinos como Marta López, residente en la plaza de Honduras, no dudan en señalar que «ya me da hasta miedo salir los fines de semana. A las 22 horas como mucho estoy en casa. No salgo a las 7 horas porque entonces quedan los borrachos y los violentos».
La habitación de Marta da a un patio interior, «pero las de mis hijos dan a la calle y tienen que venir a dormir conmigo». Confiesa que «hay días que me voy a trabajar sólo descansado dos horas y tomo medicación para dormir».
Jorge Morant, otro vecino de la zona, afirma que «no podemos ni abrir las ventanas porque el bullicio es tremendo». Añade que «hay dos negocios que se están quedando con casi todos los locales y venden cubatas a 3 o 5 euros y cervezas a 1,50 euros. Luego salen los lateros con carritos a seguir con la venta de alcochol. Pensamos que hay un exceso de licencias, muchos locales no controlan lo que hacen sus clientes y les permiten que pongan altavoces. Hay días que me voy a trabajar durmiendo sólo dos horas. Tras el fin del toque de queda se ha desmadrado».
Una vecina de Blasco Ibáñez, Chelo, argumenta que «me toca ir a dormir con unos auriculares puestos para no enterarme del escándalo. No puedo abrir las ventanas». Añade que «el pasado fin de semana fue el peor que he visto en 35 años. Había más de 2.000 personas en el jardín central de Blasco Ibáñez y, por la mañana, era un mar de plásticos».
Afirma que «tenemos sensación de impotencia porque atacan nuestros derechos y se burlan hasta de la Policía. El otro día les decían 'Maderos, fuera'».
Otro residente, Manolo, que abre la puerta de su casa a LAS PROVINCIAS a la una de la madrugada para comprobar el ruido, explica que «no es sólo el botellón. Hay una gran oferta de terrazas donde venden alcochol a bajo coste. Hay unos locales que se están haciendo con el mercado de venta de alcohol y me pregunto si piden el carnet para ver si tienen 18 años».
Describe que el jueves día 16 «a las 20 horas ya fuimos testigos de dos jóvenes que sufrieron comas etílicos, porque la única diversión es beber sin parar. Tenemos locales modelo Magaluz».
Manolo afirma que «invito al alcalde o al político que quiera a que suba a mi balcón y vea todo lo que sufrimos todos los días».
Paula Aguilera tampoco entiende «cómo cada vez hay más locales y siguen dando licencias. Luego aparecen los lateros y la gente bebe y se pelea. El otro día me encontré a un joven durmiendo en mi ascensor».
Esther S., una comerciante, explica que «los fines de semana si puedo me voy a mi segunda residencia porque es imposible dormir aquí. Empiezan con el tardeo, no puedes ni pasar por la acera, y luego hacen destrozos».
Un residente en Blasco Ibáñez, J. C. , precisamente ha sufrido ya varios actos vandálicos en su vehículo. «Me han roto cuatro veces el espejo retrovisor. Ahora les ha dado por subirse a los coches y saltar de uno a otro. Me abollaron el techo y un vecino me ayudó a arreglarlo». Otro joven, I. H., explica que «desde que se acabó el toque de queda no podemos vivir. Nunca había visto tanta acumulación de personas». Afirma que el follón le ha afectado al sueño. «Me despierto dos veces. Me ha cambiado el ciclo del sueño».
La presidenta de la asociación de vecinos de Ciudad Jardín, Xelo Frigols, comenta angustiada que «tengo ventanas con cristales dobles y ya no me sirven porque se oye todo. Tengo que hacer una gran inversión para ponerme cristales de triple hoja. Me está afectando al sueño y el otro día tuve hasta una crisis de hipertensión».
Otra vecina, Pilar Page, afirma que «me he gastado 4.000 euros en ventanas con tres capas de cristales. Hay un problema de orden público y no nos dan solución política porque no quieren enfrentarse al problema».
Lorena Compés, residente en el Cedro, explica que «yo soy joven y estudiante y no veo bien el botellón y el vandalismo. Les ofrecen hasta droga y algunos salen de fiesta con cuchillos. Están degradando el barrio».
En la Federación de Vecinos de Valencia hicieron esta semana un encuentro sobre el botellón y el vandalismo en varios puntos de la ciudad y explicaron en un comunicado que «hacen falta respuestas concretas. Medidas efectivas para que el Ayuntamiento haga frente al problema». Y añadieron que «escuchar a nuestros ediles cosas del tipo 'está pasando en todos los lados' o 'esto no tiene solución' o el mismo hecho de seguir permitiendo la sobreocupación del espacio público no nos ayuda a recuperar la tranquilidad ni la confianza».
Pero no sólo los vecinos se consideran víctimas, Dani García, hostelero de la plaza del Cedro, indica que «hay profesionales que somos responsables, pero no pillan a las mafias de lateros que se acercan a los jóvenes y venden de todo, porque los que hacen esos botellones no vienen a los locales». Añade que «tenemos clientes de toda la vida que se están pensando si venir. El otro día cientos de jóvenes cortaron Blasco Ibáñez y ni yo ni la Policía podíamos pasar con el coche».
Además, esta situación se traduce en un problema de limpieza y el Ayuntamiento de Valencia ha activado un dispositivo que cuesta 20.000 euros a la semana, es decir, 80.000 euros al mes.
A ojos de los más jóvenes la práctica del botellón es una de las pocas opciones asequibles que les queda tras la pandemia para socializar. Y aunque no justifican ni se enorgullecen de ello, sienten que se les ha dado la espalda, se les ha criminalizado y nadie se ha preguntado qué les lleva a hacerlo.
«Porque qué otra cosa se puede hacer, sin las discotecas abiertas o algunas que cobran entradas muy caras, con las terrazas hasta la una y después de llevar casi dos años encerrados, con un panorama bastante malo, desmotivados ... al final lo que buscamos sólo es sociabilizar, conocer gente», dice Andrés Fernández de la Asamblea General de Estudiantes de la Universidad de Valencia (UV). «Ahora que ya estamos vacunados a día de hoy necesitamos de algún tipo de distracción y es verdad que es irresponsable pero lo que también es irresponsable es no tener una alternativa de ocio para los jóvenes», añade.
Con esta opinión coinciden muchos otros jóvenes, incluso desde el Consell Valenciano de la Juventud; su vicepresidenta, Irene Peris incide en la falta de alternativas en el ocio. «Se tienen que ofrecer más cosas, más espacios y actividades que nos sirvan a los jóvenes para relacionarnos. Ahora, con la pandemia, salir a un banco con tus amigos era de lo poco que se podía hacer, tampoco tienes más dinero, ni poder adquisitivo para otras cosas, pero no se puede ni criminalizar por ello ni generalizar, porque el botellón no es lo que representa a los jóvenes», comenta Peris.
Ella cree que con alternativas se podría dar respuesta al botellón sobre todo con una oferta cultural potente y «al aire libre», asegura, se podría atraer a la juventud hacia espacios más saludables y cívicos.
«El otro día estaba en la plaza Honduras cuando cerraron los locales y era una locura porque había muchísima gente, cientos de personas. No defiendo hacer vandalismo o destrozarlo todo, tampoco que se moleste a los vecinos, pero yo he hecho botellón y al final creo que es un poco a lo que podemos aspirar porque todos esos chavales si tuviesen un piso o un trabajo con buenos ingresos, lo más seguro es que no elegirían estar en la calle», relata Álex López, secretario de la asociación Erasmus de la Universidad Católica de Valencia (UCV).
Para Sergio, otro joven valenciano, el asunto del botellón es un reflejo de «la salud mental que influye en cómo actuamos y a la gente a raíz del Covid se les ha cortado toda la opción de ocio y su manera de relacionarse entonces se buscan alternativas a eso fuera de la legalidad», explica, y además percibe que «se nos achaca el tener la culpa de lo malo, aunque hay todo un reclamo en base al alcohol y se nos empuja también a ello, nadie nos integra ni nos toma en serio y después cuando hacemos botellón nadie se pregunta el por qué». POR MAR GUADALAJARA
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