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Después de meses confinados, sin acceso a las calles (o muy restringido, al menos), hemos vivido un proceso de reconquista particular de nuestras ciudades. Tras unas semanas de parálisis total, de espacios completamente vacíos, debimos recuperar las rutinas y la relación que cada cual mantenía con determinadas vías, plazas y otros recovecos del lugar en el que vive. Esos paseos que han venido después -primero acotados por horas, más tarde ya sin restricciones- nos han permitido reconciliarnos con nuestros entornos e, incluso, descubrir aspectos en los que no habías reparado hasta ahora o a los que no les habías concedido valor.
A mí me ha sucedido con el color de València, con los tonos que predominan en muchas de sus fachadas y que a veces nos pasan inadvertidos. O con la reacción que provoca que un edificio se salga de la norma y destaque precisamente por su tonalidad. Ocurre, por ejemplo, cuando uno recorre la plaza del Ayuntamiento y se encuentra con la casa Ernesto Ferrer y el edificio Noguera. O si camina por la calle Barcas y se topa de frente con el imponente ladrillo rojizo de la que fue sede del Banco de Valencia. O si sale a los jardines del Parterre y repara en los azulejos verdes del precioso edificio Bolinches. Otros posibles itinerarios nos conducirían a zonas en que la riqueza de los pigmentos es mayor, pequeños oasis de color en una ciudad bastante uniforme, como son los barrios de Ruzafa, el de Patraix o la zona de Convento Jerusalén. Por no hablar de otros elementos como los grafitis y las pinturas callejeras, que se manifiestan en las paredes de toda la ciudad. Aportando mucho color, por supuesto.
Atrapadas entre las calles Islas Canarias y Asturias están las Casas Baratas Infanta Isabel, construidas a finales del siglo XIX, que destacan por su luminosidad. Igual de inesperado (y de colorido) es el grupo residencial La Previsora, que proyectó Cayetano Borso en L'Hort de Senabre. Y escondidas en uno de los ramales de la avenida del Puerto se hallan las viviendas de principio del siglo XX de la calle José Aguilar, con todo tipo de elementos llamativos en sus fachadas.
¿Por qué nos llaman la atención los colores? Eso daría para otro reportaje. De hecho el universo cromático ha sido objeto de análisis e investigaciones en distintos campos (la ciencia, la psicología, la filosofía) y ha interesado a toda suerte de profesionales, desde pensadores clásicos como Aristóteles hasta divulgadores contemporáneos como Philip Ball o artistas como Josef Albers. Ricardo Falcinelli en el interesante 'Cromorama' (Taurus) se propone estudiar cómo el color transforma nuestra visión del mundo y recuerda que todas las sociedades han formulado desde siempre sistemas simbólicos en los que reconocerse y en los que el color ha tenido un papel fundamental. «Hoy en día no es solo una percepción o una cualidad de las cosas, sino una categoría psicológica que existe junto al modo de producirlo, de difundirlo y de representarlo», añade.
Apliquemos todo esto a la arquitectura, a la influecia que tienen el rojo, el verde, el amarillo o el azul, por citar algunos, y así nos cercioraremos de que estos pueden alterar los estados de ánimo de quienes viven y trabajan en determinadas construcciones. Eso quiere decir que inmuebles emblemáticos, como la Finca Roja, la fábrica de aceites de la avenida del Puerto o el edificio Ros Ferrer, no dejarían indiferentes a los que los habitan o visitan. Se lo preguntamos a tres arquitectos que residen en València para ver qué opinan. «Desde los primeros vestigios de la arquitectura, en Grecia, lo que ahora nos ha llegado como unas enormes piezas de mármol desnudas eran, en realidad, una conjugación de colores intensos que no tienen nada que ver con la imagen que tenemos de las actuales ruinas. En aquella época los diferentes colores se empleaban para enfatizar los elementos que componen los edificios; triglifos, metopa, frisos, etc. Desde entonces, el uso del color en la arquitectura no solo ha resaltado los elementos arquitectónicos, si no que también se ha empleado para otras finalidades, como muestra el trabajo de Bofill en la Muralla Roja (y en toda La Manzanera) o como sucede en las casas de pescadores del Cabanyal. La relación de la luz en el espacio puede afectarnos en ocasiones sin darnos cuenta. Un mismo emplazamiento predominantemente oscuro conseguirá que relajemos la vista cuando la dirijamos hacia él y no percibamos los objetos de una forma definida», explica Merxe Navarro.
«Sabemos que los colores modifican la percepción de los espacios. Los oscuros y saturados los encogen, los delimitan, los claros los amplían, los expanden. También podemos modificar la luminosidad de un lugar a través de los colores o evidenciar, poner en valor, determinados aspectos. Por tanto su presencia injiere allí donde se aplica», apunta Mateo P. Palmer, que recuerda «la misteriosa relación con las emociones». «Hablamos de colores más serenos, más tranquilos; de colores más estimulantes, más provocativos a la hora de aplicarlos en los interiores, porque damos por hecho esa propiedad para influir en los estados de ánimo».
Sonia Rayos está convencida de que el color de las ciudades «no es algo accesorio ni secundario, tiene más que ver con las características cromáticas del entorno, la luz, la materialidad y por tanto la cultura de cada zona. Evidentemente cuando se utilizan áridos de un territorio para el revoco de un edificio la integración del mismo en el entorno es mayor, y esto aporta un valor añadido a la arquitectura de un lugar».
Teniendo en cuenta esta relevancia desde hace más de 25 años que un grupo de profesionales de la Universitat Politécnica trabaja para preservar el color de nuestra ciudad, porque de ese modo -argumentan- protegen su imagen histórica. «Somos aquellos que vivimos, y en cuanto hace referencia al lugar que habitamos, estamos íntimamente influidos por el territorio en el que se desenvuelve nuestra vida, y que se encuentra caracterizado por unos colores geológicos propios, cuya percepción está condicionada por unos valores singulares de luz ambiental. Así, vivimos una experiencia cromática matizada por las características de nuestro propio entorno natural, y por las posibilidades cromáticas que nos ofrecen los materiales que lo constituyen», afirman.
Este equipo interdisciplinar de investigadores del Instituto Universitario de Restauración del Patrimonio fue fundado por la pintora Ángela García y han continuado con su labor profesionales como Jorge Llopis, Juan Serra y Ana Torres. Esta última se detiene a explicar las características de València: «Es una ciudad muy barroca y los colores se deben a los materiales diversos de las tierras naturales que tenemos alrededor y de otros que llegaron de fuera, de Italia por ejemplo, porque nuestro puerto ha sido muy importante». València se caracteriza por el azul cerámico de las tejas que cubren las cúpulas de las iglesias y por los ocres y las almagras, salidos de las areniscas, y puntualmente los verdes.
«Pero no debemos generalizar, cada barrio es distinto y hay que atender varios patrones. No es lo mismo catalogar arquitectura artesanal que palacios», asegura Torres. Por ello han creado una carta cromática específica para el Carmen, otra para Velluters, para Mercat, para Seu Xerea y para Sant Francesc (en las que además de los tonos preponderantes -antes mencionados- se aprecian también, aunque en menor medida, variaciones de azul o verde). El Ayuntamiento aprobó hace unos años una ordenanza que aconseja a los arquitectos tener en cuenta estas consideraciones. «No es de obligado cumplimiento, pero sí nos llaman para pedir asesoramiento. La idea es que cada intervención respete la historia y la cultura de cada zona y que no tengamos que asistir a pifias cromáticas que se cometen por modas. Hubo un tiempo, por ejemplo, que aquí se pintaban las casas en blanco y negro y eso nunca ha existido», indica Torres. Este equipo se fija además en los tipos de acabados (ladrillo visto, esgrafiados, estuco) o en los materiales (piedra, mármol, cerámica, madera). Les gustaría que su trabajo se extendiese a otras zonas (como Benimaclet o el Cabanyal), pero esa decisión requiere un presupuesto y corresponde a las instituciones municipales.
Pasee con su mente por València. No se fatigue al hacerlo. Y piense en edificios indiscutibles que acaparan miradas. «La calle Caballeros es un ejemplo maravilloso del buen uso del color, o la calle La Paz. Me horroriza la entrada de València por la pista de Ademuz, con esos edificios revestidos de aplacados de aluminio y acabados con muros cortina con vidrios que reflejan los horribles edificios que tienen enfrente», señala Sonia Rayos. A Mateo P. Palmer le gustan los tonos azules. «Seguramente por lo que tienen de color del mar, por esa relación con otras arquitecturas vernaculares mediterráneas. Si bien estos tonos son escasos en las construcciones, sí abundan en sus cúpulas de azul cerámico, en su skyline histórico. Uno de los pocos ejemplos está en el número 11 de la Plaza de la Santa Cruz, restaurado hace un tiempo, que tiene un azul agrisado que transmite serenidad y elegancia. En el otro sentido está la Casa Judía de València, en la calle Castellón, 20. Art-decó «multiculturalista», con reminiscencias al estilo egipcio, al árabe, al hindú, al hebreo. Tengo el temor de que sea confundida, lo ha puesto muy fácil, alguna noche del 19 de marzo con lo que no es y acabe pasto de las llamas», bromea.
«La luz mediterránea tan particular da un cariz especial a los colores. Aquí los colores intensos de las casas del Cabanyal, la casa Judía o Santa María Micaela destacan y brillan de forma especial. Esto consigue, en el caso del Cabanyal, añadir vitalidad al hecho mismo de pasear por sus calles, cosa que es maravillosa», defiende Navarro.
Es imposible no apreciar y disfrutar de algunas viviendas coloridas de la calle la Reina, o no sorprenderse con el barrio de la Aguja -que sobrevive sin que se le pegue nada de la avenida del Cid- o no apreciar viviendas en la calle Murta, como la que usó Almodóvar en 'La mala educación', con el trencadís como protagonista. El color de la ciudad se deja ver en tejados, zócalos o miradores. «Muchas veces la inundación llega fruto de las obras de 'street art', como en el Carmen», sugiere Navarro. Esto nos conduce a otro tema, a la capacidad del color para ofrecer nuevas vidas a barrios degradados, a actuar como un lavado de cara. «El color es un material muy económico con resultados muy atractivos», destaca Mateo Palmer. «Lo hemos visto en muchos ejemplos, algunos como la intervención en la aldea de Kampung Pelangi en Indonesia, es todo un manifiesto de cómo el color, en este caso llevado al extremo, puede transformar la percepción de un paisaje urbano y su economía. Es un claro ejemplo del modo en que un asentamiento deprimido es posible que se convierta, con un presupuesto reducido, en un paisaje naif y optimista. Y por poner un caso cercano, él explica lo que ha sucedido con la calle Moret, la calle de los colores, «era anodina y con escaso movimiento de gente y se ha reivindicado ahora como una vía de paso y visita».
Hace unos años sorprendió cómo el barrio Don Bosco, un grupo de casas construidas en régimen de cooperativa por los socios del cercano Centro de Antiguos Alumnos Salesianos en València al lado de Primado Reig, trataba de dejar atrás la marginalidad y la degradación con una iniciativa de los vecinos, que dieron tonalidades espectaculares a sus fachadas. En la calle Tucumán, en Monteolivete, ocurre algo parecido. Por no hablar de las vías de Ruzafa, que usaron esta fórmula hace tiempo para reinventar el barrio. Y vaya que si lo reinventaron, casi pasándose de frenada. También sucede al contrario: «en los barrios con mayor poder adquisitivo, como en el entorno a Jaime Roig o Botánico Cavanilles, se utiliza mucho -analiza Rayos- el ladrillo cara vista o la madera, que es más caro que las fachadas con acabado enfoscado y pintado, por poner un ejemplo».
«Ama el color. Toma riesgos. Sé curioso». Es una frase de la diseñadora Kelly Wearstler que casi funciona como eslógan, pero que encaja bien aquí como conclusión. Este recorrido culmina hablando de sensaciones, de pulsiones. Nos hemos centrado en el color pictórico, pero igual de importante es el color de la percepción. Casi ninguno vemos del mismo modo un naranja, un gris o un rojo y eso influye en lo que nos reporta después. Para algunos un rojo será pasión o calor y para otros un tono agobiante. Del mismo modo que el amarillo puede ser radiante y alegre y el azul fresco y relajante, pero para algunas personas es probable que los reciban como demasiado fríos o cálidos.
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