

Secciones
Servicios
Destacamos
JUAN SANCHIS
VALENCIA.
Lunes, 14 de enero 2019, 00:10
Gisela tiene ocho años. Sufre una parálisis cerebral y hemiplejía. No puede deglutir y se alimenta con una sonda gástrica. Fue abandona al nacer y entró en el Cottolengo del Padre Alegre de Valencia con apenas un año. Allí ha encontrado un hogar. Es la más joven de las 65 mujeres, la mayor tiene 92, que viven en la residencia atendidas por las Hermanas Servidoras de Jesús del Cottolengo del Padre Alegre en Valencia.
La orden nació en Barcelona en 1939 para atender el Cottolengo impulsado por el padre Alegre a principios de la década de 1930. Llegaron a Valencia en 1943 (acaba de cumplir los 75 años) y empezaron su labor en el Hospital de la Misericordia en la calle Baja. Pronto recibieron una donación de terrenos donde se construyó el edificio actual en Benimaclet, entonces en plena huerta. La riada de 1957 aceleró el traslado a la nueva sede.
El de Valencia es uno de los ocho cottolengos (más la sede central) que atiende la orden en España, Portugal y Colombia. Es para mujeres. La congregación sólo atiende dos centros con hombres en Barcelona y Madrid.
La hermana Eva María Delgado es una toledana, nació en Talavera de la Reina, que antes de ingresar en la orden en 2002 era enfermera. Ahora es la directora. Joven, pero con una amplia experiencia (ha pasado por Colombia y por otros centros en España) explica que hay dos requisitos para ser admitidas en el centro: «Tener una enfermedad crónica y terminal y no tener medios económicos». Para ello sólo piden un informe médico y otro social que acredite su situación.
El Cottolengo es un hogar de por vida. Hay algunas residentes que llegaron en 1943 y allí siguen. Con 80 años o más. «Somos una gran familia», señala Delgado, quien destaca que muchos desfavorecidos encuentran en estos centros un lugar donde pasar su vida.
«Esto no es una residencia. Nos gusta llamarlo casa porque intentamos crear un ambiente de familia», añade Delgado. Hay que tener en cuenta que la mayor parte de las enfermas pasan allí su vida. En ella tienen su sala de estar, su habitación, además de clases y talleres.
Están atendidas por las siete hermanas que están en Valencia y hay contratados una treintena de trabajadores entre cocineras, limpiadoras, fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales... Además, cuentan con un amplio equipo de voluntarios.
«Les damos cariño. Esto es lo básico. Muchas veces lo que necesitan es sentirse querido», destaca Delgado. Muchas no pueden ni comer solas. Otras son más autónomas «y ayudan a las demás, como en una familia». Cada una, las que pueden, tienen una tarea. Algunas sencillas, otras más complicadas. Desde doblar ropa o lavarla hasta tender la colada.
Se levantan a las 7:15. A esa hora las hermanas llevan ya dos horas en pie para hacer su oración. Las residentes que quieren pueden asistir a la Eucaristía. Tras el desayuno empiezan las actividades (fisioterapia, clases, terapia ocupacional) hasta la hora de comer. A las 12.45 comienza el primer turno. Por la tarde, más actividades hasta la cena. La jornada termina a las 21.00 cuando se van a la cama.
Acogen todo tipo de enfermas. Algunas entran muy jóvenes, como Gisela, y permanecen hasta su muerte. El año pasado falleció la mayor, con 98 años, que estaba en la residencia desde el comienzo. Otras ingresan más tarde. En estos momento la mayor parte de las mujeres que llegan sufren algún síndrome derivado de alguna adicción (alcohol o drogas). «Vienen con una demencia y la mayor parte son extranjeras, especialmente del este de Europa», aclara Delgado.
Lo normal es que los enfermos dejen su pensión, si la tienen. Es una ayuda, pero la mayor parte de ellas son no contributivas por lo que su importe no es muy elevado. «Pero da lo mismo, también pueden estar si no cobran nada», explica.
Y todo se mantiene gracias a la Providencia Divina para manifestar el amor de Dios. La orden no tiene detrás una fundación con patrimonio. No tiene posesiones ni recibe subvenciones. Las hermanas únicamente pueden aceptar lo que la gente buenamente decide darles. Parece imposible, pero así llevan más de 80 años. Y tienen lo necesario. «Él sabe lo que necesitamos», resalta la hermana Delgado.
El Cottolengo es una institución muy querida en Valencia y en Benimaclet. Recibe muchas ayudas y cuenta con numerosas voluntarias, algunas con más de 30 años colaborando. «Estamos muy integradas. La gente nos quiere. Quizá el estar en medio de la ciudad facilita que seamos conocidas», aclara.
Las hermanas llevan una vida muy exigente. Pero Eva María Delgado deja claro que compensa. «Lo hacemos por amor a Jesucristo», explica. Agradece los galardones que a veces les conceden, como la Medalla de Oro de Valencia que recibieron del Ayuntamiento al cumplir los 75 años, pero «arrancar la sonrisa a una de estas enfermas, no tiene precio», apunta la directora.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.