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El edificio Navarro II, situado en el primer ensanche de la ciudad.

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El edificio Navarro II, situado en el primer ensanche de la ciudad. Tamara Villena

Dentro del Edificio Navarro II

El emblemático inmueble del primer ensanche de Valencia esconde en su interior un palacete construido hace más de un siglo

TAMARA VILLENA

Valencia

Domingo, 25 de noviembre 2018

Remontémonos unos cuantos años atrás: principios de época y aires nuevos en una Valencia que miraba hacia el futuro. Entraba el siglo XX y, con él, cambios y ampliaciones para adaptarse a unas tendencias modernistas que, haciendo honor a su nombre, traían novedades a la ciudad. La urbe se quedaba pequeña, sus calles estrechas y manzanas reducidas ante una burguesía que reclamaba su espacio en la capital, en una carrera improvisada por huir de la ruralidad. La presencia del edificio Navarro II en el primer ensanche de Valencia recuerda esa historia discreta y silenciosa que guarda todo aquello que da forma a una ciudad, hasta sus partes más ínfimas. Aunque esta, precisamente, no es una de ellas.

«Es toda una joya». Federico Félix no puede ser más claro y certero a la hora de describir el edificio en el que vive desde hace más de 35 años, en la calle Félix Pizcueta. Y no solo por su fachada o apariencia exterior. En este caso, y populismos aparte, la belleza también está en el interior: en concreto, en el chalet que atesora su parte trasera, mimetizada en una zona ajardinada con más de un siglo de antigüedad. Nacho Lavernia, reconocido diseñador valenciano y ganador del Premio Nacional de Diseño en 2012, pasa por ese patio trasero a diario desde hace casi una década para acceder a su estudio, ubicado justo en el piso superior del distintivo chalet. «Esta zona se construyó antes que el resto, es de 1905. La finca es posterior, de 1910», aclara el creativo, que ha decidido mantener la esencia del interior de la pequeña villa trasera en la que él y su equipo trabajan y donde destaca una espectacular cúpula abierta que ilumina sus reuniones bajo un directo torrente de luz: «La bóveda del techo es original, no la hemos reformado. En realidad prácticamente todo, porque nosotros no hemos tocado casi nada, más allá de incluir algunos muebles», asegura Lavernia.

La bóveda del chalet mantiene todavía mantiene su estilo original. Tamara Villena

«El jardín y chalet de la parte interior no es algo habitual», explica Antonio Gómez, profesor de historia de la arquitectura en la Universitat Politècnica de València (UPV) y profesional del sector. «Las manzanas del ensanche de Valencia debían haberse dedicado a jardín, pero la complacencia municipal permitió que los dueños del suelo pudieran venderlo o construir naves industriales y rentabilizar su patrimonio.-detalla el experto-. Muchas veces estas piezas aisladas, como el chalet, son restos de una instalación industrial, donde no era raro que se edificase una casita para los dueños o para el gerente y su familia. Su conservación hasta nuestros días es todo un regalo: «Es una delicia tener esas zonas, tenemos una auténtica maravilla», reconoce Federico.

Un privilegio que no pasa desapercibido ni para los curiosos ojos de aquellos turistas que pasean por el primer ensanche valenciano y se encuentran con las puertas del edificio abiertas. Pedro aguarda en su interior, desde hace ya casi cinco años, atendiendo a vecinos, visitas y mantiendo este vestigio arquitectónico: «Sustituí al anterior portero, que llevaba veinte años en el edificio», comenta. No se le pasa ni un detalle del edificio, que se creó como inmueble independiente al centenario chalet: «Supongo que la familia o quien viviese aquí decidió vender el terreno, así que se construyó la finca justo delante, pero se dejó el patio abierto como pasillo para que se comunicase con el jardín y que los inquilinos del chalet pudiesen pasar hacia la casa interior», comenta el responsable del mantenimiento del edificio.

«Se dejó el patio abierto como pasillo para que se comunicase con el jardín y que los inquilinos del chalet pudiesen pasar hacia la casa»

Cuidados que, dicho sea de paso, no parecen suponer un añadido: «La verdad es que el jardín y la parte trasera no me llevan más trabajo que regar las plantas de vez en cuando. El patio interior no es nada costoso de mantener», reconoce Pedro. Federico, como portavoz del resto de vecinos, resta modestia a su comentario y asegura que «contar con Pedro es toda una suerte». «Él se encarga de regarlo y adecuarlo todos los días para que esté perfecto. Estamos encantados», reconoce el inquilino, quien también despeja las dudas sobre la repercusión económica de esta zona sobre el conjunto: «La zona ajardinada no supone ningún esfuerzo costoso o gasto añadido, más allá de que dos veces al año vienen jardineros especialistas, una para podar y otra para repasar -cuenta Félix- Con eso, y la labor de mantenimiento de nuestro conserje, basta», concluye.

Parte superior de la fachada del chalet. Tamara Villena

En extinción

Parte baja de la construcción ubicada en el jardín. Tamara Villena

El llamativo chalet con zona ajardinada del interior del inmueble es una de las reliquias arquitectónicas que todavía guarda el callejero valenciano. Una, de pocas: «Hay varias en Valencia», asegura Gómez. Por ejemplo, «entre la avenida del Puerto y Aragón existe una también, aunque la fábrica de la que formaba parte ya ha desaparecido», aporta el profesor. La mayoría, como de costumbre, son tesoros de los que pocos logran saber a día de hoy.

El edificio de tres pisos se alza en el callejero de la ciudad como uno de los puntos referenciales de aquel ambicioso y práctico periodo arquitectónico de principios de siglo, que apostaba por romper vínculos con el pasado en una funcional apuesta social. «El inmueble pertenece a un periodo en el que el arquitecto lo tenía prácticamente todo permitido. Estamos hablando de la época entre 1830 y 1950 aproximadamente, en la que el arte no se juzgaba con los mismos parámetros que tras las vanguardias», argumenta Gómez.

'Escoge' y 'elige'

«La arquitectura española de finales de siglo XIX y principios del XX es tremendamente difícil de clasificar de forma exacta», explica Gómez. «Navarro II no es un edificio modernista o de 'arquitectura de fin de siglo' -continúa el arquitecto-. Por la notable geometrización que ha imprimido el arquitecto en sus rasgos generales, es una construcción ecléctica, de lenguaje clásico y con influencias vienesas de la Secesión, lo cual en Valencia es bastante habitual. La Estación del Norte es un ejemplo de libro sobre ello» especifica el experto.

«Si te fijas, la decoración es una mezcla de elementos de distintos repertorios: las ménsulas con forma de triglifos dóricos del clasicismo, decoración vegetal como en la puerta del patio podría proceder de elementos decorativos de mobiliario -argumenta Antonio-. El eclecticismo está basado en escoger elementos de ítems inexistentes en distintos estilos o épocas y formar con ellos algo nuevo. Mirando la puerta de madera con el dintel triangular, comprobamos que el arquitecto ha actuado con una libertad extrema y confianza en su propia sensibilidad artística», asegura el profesional del sector.

«La palabra [eclecticismo] viene del griego 'eclekein' (escoger) y del latín 'eligere' (elegir). No es simplemente un estilo artístico, es una filosofía vital que también tiene su expresión en arquitectura», concluye Gómez.

Reflejo de una época

Eso sí, siempre ha habido clases y clases. Una obviedad que encuentra su máxima expresión en la practicidad arquitectónica con la que se concibe toda edificación, bajo una funcionalidad motorizada por el clasicismo de la que el edificio Navarro es un claro reflejo: «En la ordenación en altura también se refleja la estructura social del momento que se imprimía en las construcciones: no todas las plantas son igual de altas, el arquitecto establece una jerarquía -comenta Gómez-. El entresuelo es menos elevado que las otras plantas, se destinaba a oficios y oficinas porque al soportar las molestias de la calle era menos caro», detalla.

Interior de la construcción en el primer ensanche de la ciudad. Tamara Villena
Imagen principal - Interior de la construcción en el primer ensanche de la ciudad.
Imagen secundaria 1 - Interior de la construcción en el primer ensanche de la ciudad.
Imagen secundaria 2 - Interior de la construcción en el primer ensanche de la ciudad.

Esta operatividad sigue manteniendo a día de hoy: «En el edificio hay nueve viviendas, pero en los dos espacios de la planta baja sólo hay despachos. Son todo propietarios a excepción de esos dos bajos de uso comercial», confirma Pedro. «Y del resto de las siete viviendas, hay cinco que estamos desde esa rehabilitación de hace más de treinta años», apunta Federico. «La zona principal del inmueble era el primer piso -asegura el profesor universitario-. Era el más valorado de la finca porque cuando no había ascensor era el de acceso más cómodo de entre los alejados de la calle, por lo que estaba ocupado por la gente con el nivel económico más elevado. Aunque este no es el caso, era habitual que la fachada del primero estuviese también más ornamentada que el resto», orienta Gómez. «A continuación, en el segundo estaban las viviendas para gente con menor poder adquisitivo y, por último, el ático, con una altura inferior al resto y normalmente con un decrecimiento ornamental», relata Antonio. «Hay una zona en Milán que todos son edificios así, con tres o cuatro pisos de altura de viviendas y un jardín interior de 200 ó 300 metros, que es lo que mide este», añade Federico.

«Cuando se proyectó y construyó el primer ensanche no existía planeamiento urbanístico»

Antonio Gómez | Arquitecto y Profesor en la upv

Navarro II se edificaba en una Valencia que comenzaba a expandirse de manera casi anárquica, sin más instrumentos de control que «el 'plano de alineaciones' y las 'ordenanzas municipales', ambos importados de las leyes del ensanche del siglo XIX. -comenta el experto-. Cuando se proyectó y construyó el primer ensanche no existía planeamiento urbanístico, ni siquiera había una 'ley del suelo'en nuestro país», argumenta Antonio.

«El edificio ahora tiene más de 100 años, pero en la rehabilitación que se hizo cuando yo entré hace unos 35 años, ya se quiso mantener su esencia interna y externa. Se respetaron especialmente la parte del pabellón trasero y el jardín», asegura Federico sobre la conservación del inmueble. «La próxima rehabilitación será pintar el chalet. Por dentro es una preciosidad: son todo fresnos originales, está todo igual que cuando se construyó. Actualmente está Lavernia aquí, llevará unos ocho o diez años con su despacho en el palacete», cuenta el vecino.

Más allá del palacete

El banco de cerámica original que todavía se encuentra en la zona ajardinada. Tamara Villena

«Lo que ahora es el patio de la entrada antes era la zona para carruajes, lo que había en la construcción original para aparcarlos y no entrar con ellos hasta el jardín», revela Pedro. Y es que, aunque sea la parte más popular, la antigua construcción no es el único tesoro que aguarda en el interior de este edificio valenciano. «El patio interior, con el jardín y el palacete, son sin duda mis partes favoritas. Yo creo que es lo más relevante a destacar del edificio, pero también los fresnos del techo, especialmente los del chalet. Son impresionantes», recomienda Federico. «El banco que se conserva en el jardín es original, de cuando solo estaba el palacete y su jardín. Y también lo son las piezas de cerámica de las macetas y de la fuente central, que tiene hasta peces», expone el conserje. Federico confiesa que precisamente el 'banquito de Gaudí', como llaman los propios vecinos a esta centenaria pieza de cerámica, es su lugar de recreo particular: «Siempre que como en casa me salgo ahí a fumarme un 'purito'», reconoce.

«El primer piso es diferente a los otros dos, la entrada al rellano es diferente, más elaborada, y tiene una puerta con la que las dos alturas superiores no cuentan», explica Pedro en una guía resumen por el edificio. Durante el improvisado trayecto, el conserje comenta que, tras modificaciones y reformas internas, cada vivienda es también distinta. Pero de puertas para fuera, todo queda en familia: «Los portones de los pisos también son originales, son todos iguales. Lo único que cambia es que alguno de los últimos vecinos en entrar a la finca le ha dado una capa de pintura y por eso se puede ver alguno más oscuro que los demás», detalla el trabajador. En el último piso, dejando atrás la vertiginosa escalera (casi al estilo Hitchcock) y una delicada - y nada casual- silla bordada, llama la atención la simplicidad del último tramo de la construcción. Tan sencilla que la única salida hacia el tejado es el mismo punto en el que irremediablemente se fijan los ojos, una escalera de metal justo en la pared, ascendiendo hacia una abertura que da paso a la azotea: «Es el único acceso a la terraza, no se puede pasar de ninguna otra manera y hay que atravesar la ventana también para poder salir de aquí -explica Pedro-. Una vez, vino un técnico a reparar un motor de los que están fuera y cuando le dijimos que tenía que pasar por la ventana, se negó y se fue», relata entre risas el conserje.

Vista superior de la escalera interior del edificio. Tamara Villena

«El edificio tiene dignidad y se reconoce en él una gran labor de oficio, tanto a nivel técnico como operario, que se echa de menos en muchas construcciones consideradas 'modélicas'», reconoce Gómez. La finca es uno de los silenciosos emblemas de un ambicioso periodo donde la ejemplaridad arquitectónica parece repartirse -casi en exclusiva- entre las construcciones más vanguardistas. «Las piezas eclécticas como esta no suelen catalogarse con la importancia mediática que tienen otros», advierte el arquitecto. Aunque quienes saben lo que tienen no necesitan más: «Creo que con el renombre que tiene está bien. La gente conoce el edificio, principalmente por el jardín y la zona trasera. De hecho, suele pasar gente por la calle y piden entrar a verlo, y nosotros les dejamos, por supuesto. Es muy agradable tener esta zona y que se fijen en ella», concluye Federico.

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