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Decenas de vecinos recorren las calles del barrio, este martes por la tarde. JESÚS SIGNES
Barrio de Orriols en Valencia | Los 24 desaires al barrio de Orriols

Los 24 desaires al barrio de Orriols

Inseguridad. Los vecinos salen de nuevo a la calle tras año y medio de protestas sin que sus quejas sean escuchadas

Álex Serrano

Valencia

Miércoles, 14 de diciembre 2022, 00:12

El cielo había amenazado lluvia todo el día, pero cuando convives con incendios, peleas, robos y trapicheos de droga, unas pocas gotas no te amilanan. Los vecinos de Orriols se han esculpido sobre el yunque de la adversidad, como el marinero club de fútbol que acogen en su barrio, y se puede aplicar a ellos cualquier metáfora que hable de resistir contra (casi) todo. La de la aldea gala, por ejemplo. Decenas de residentes volvieron a salir este martes a la calle para manifestarse contra una inseguridad que, claman, afecta a su día a día, complica proyectos de vida a quienes, aterrados, esperan cada noche ver reflejadas en sus salones y cocinas las luces azules de las sirenas de la Policía o los Bomberos.

La manifestación de este martes se desarrolló bajo el lema «con delincuencia no hay convivencia». Es la séptima que organizan, junto a diez asambleas y seis caceroladas desde junio de 2021. No se puede decir que las administraciones no hayan hecho nada: se han celebrado seis mesas interconcejalías con los departamentos del Ayuntamiento, así como varias reuniones con la entonces vicepresidenta del Consell y consellera de Políticas Inclusivas, Mónica Oltra, y con la conselleria de Vivienda. Pero de poco han servido. 24 desaires de unas administraciones que, más allá de buenas palabras, no han hecho demasiado por el barrio.

Así lo denuncian los vecinos, que ayer salieron en una manifestación que empezó en la plaza de la Ermita, bajo el sonido de una alegre batucada, antes de seguir por Duque de Mandas y detenerse unos instantes en el número 262 de la avenida de la Constitución, uno de los enclaves más conflictivos del barrio. Ahí vive Mari Carmen, que explica el calvario que supone vivir «puerta con puerta» con un edificio okupado casi en su totalidad. «La Policía viene todos los días. Anoche le quitaron a mi vecino la bicicleta de la terraza. La semana pasada atracaron a un chaval en la calle», relata hastiada. «Los que más follón meten son chavales jóvenes de como mucho 25 años», explica Mari Carmen, que recuerda que hace unas semanas la comunidad fue noticia por varios incendios durante varias noches seguidas en un ático okupado situado en la finca de al lado.

Los problemas han llegado a afectar al día a día. «Mi hijo bajaba a la perra por la noche y ahora ha dejado de hacerlo, la baja de día», cuenta Mari Carmen, que indica que los vecinos creen que en el edificio okupado hay «un laboratorio para hacer anfetaminas porque todos los días, sobre las 21 horas, »viene un coche de donde bajan varios bidones de 25 litros de productos químicos. Además, hay una casa entera que es un invernadero de marihuana. La Policía viene y durante tres o cuatro días todo está tranquilo, pero luego vuelven«.

Una marcha de residentes recorre, pese a la lluvia, la zona bajo el lema «con delincuencia no hay convivencia»

«¿Miedo los okupas? Qué va, si a muchos de ellos los conozco desde pequeños», dice Sabi, una vecina de San Juan de la Peña

«No podemos decirles nada porque da miedo. Son gente joven que se ríe en tu cara. Aquí han robado de todo: patinetes, móviles... Hemos tenido escándalos, peleas... En esta finca hay familias con niños que tienen miedo», finaliza Mari Carmen. La manifestación continúa su recorrido bajo una fina lluvia y los paraguas hacen acto de presencia mientras los residentes cortan la antigua carretera de Barcelona con el sempiterno «con delincuencia no hay convivencia» en la boca.

La manifestación sigue por Santiago Rusiñol, San Juan Bosco y San Juan de la Peña. Se adentra entonces en lo que se conoce como zona cero, las calles más conflictivas del barrio. Ahí vive Sabi, una vecina que no duerme cuando sus dos hijos salen de fiesta hasta que no llegan a casa. Como tantas otras madres y tanto otros padres, claro, pero con la salvedad de que ella no lo hace por miedo a que grupos organizados de jóvenes les atraquen o les peguen. «Vivimos en un sinvivir continuo. Vemos tráfico de drogas continuo, peleas bastante fuertes, aunque no tan fuertes como la reyerta de hace unos años. Son gente joven que están aquí instalados en el barrio como si fueran los reyes», cuenta Sabi, que desliza una frase lapidaria: «¿Miedo? No. A muchos de ellos los conozco desde pequeños».

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