MAR GUADALAJARA
Lunes, 7 de febrero 2022, 09:41
A Ramón le conocen en todo el barrio. Presume de su implicación desde que llegó hace más de 50 años. Presume porque puede y muestra con orgullo el reconocimiento que le hicieron en la Junta de Distrito por ser un vecino solidario y ejemplar. Por eso no es de extrañar que le llamen el alcalde de Malilla; aunque el mérito podría no ser sólo suyo pues la ausencia del verdadero alcalde «por estos lares», como dice Ramón, también podría tener algo que ver. «La última vez que estuvo aquí Ribó aún no era alcalde», confirma.
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Malilla es uno de los barrios más grandes de la ciudad y no sólo por su extensión sino porque también es uno de los más poblados, superado por Benicalap, Benimaclet o Patraix, pero con la diferencia de que este barrio sigue aún en expansión. En Malilla viven 22.100 vecinos, según los últimos datos de la estadística municipal. Tan sólo durante el 2021 se han empadronado en el barrio más de 1.300 nuevos.
Sin duda es el patio trasero de la ciudad, forma parte de ella pero a penas se sabe de su existencia. «¿Que qué pasa en Malilla? Nada, aquí no pasa nada porque a la gente se le ha olvidado que existimos, no saben ni el nombre ni casi donde estamos, ahora que están construyendo detrás de La Fe urbanizaciones nuevas, se empeñan en llamarnos de otra manera, pero esto es Malilla», dice Ramón.
Malilla no suele estar en boca de las autoridades municipales, tampoco es conocido por su ambiente, ni por sus problemas, pero casi en silencio, sin que apenas sea noticia, está creciendo. Es allí donde está por llegar un estallido de viviendas, una zona de PAIs y ahora mismo la parte de la ciudad más expansiva. Sobre todo, se trata de su último tramo, el que llega hasta V-30 y que está a espaldas del Hospital La Fe. Ahí donde se empeñan en que pierda el nombre.
Manuel, como Ramón, llegó al barrio cuando aún no había ni calles. «Ahí enfrente había sembradas acelgas cuando abrí el bar, había una casa de un señor que tenía gallinas, y algún chalet, ya está, la calle esta la hicimos al remiendos», relata Manolo que a sus 81 años sigue detrás de la barra del mismo bar. Desde allí es desde donde ha visto cambiar el barrio. «Aquí ves de todo, el otro día vinieron media docena de la discoteca, estaban borrachos y me destrozaron el cristal después de haber bebido y comido aquí, decían que era muy caro, lo destrozaron todo», comenta para después añadir que en realidad es un barrio tranquilo, salvo casos puntuales.
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Casi todos se empeñan en remarcar que es un barrio tranquilo, sin delincuencia, sin grandes problemas, «tal vez por la famita que le han echado al barrio», apostilla Ramón. María es vecina y farmacéutica. Ella confirma que Malilla tiene «un lado oscuro». Aún así siente orgullo de barrio. «A mi madre le han atracado un montón de veces pero siempre ha tenido el respaldo y la ayuda de todos los vecinos; es verdad que antes había droga, atracos, robos, pero ahora no se ve tanto, era gente de fuera del barrio porque aquí todos los vecinos nos hemos ayudado siempre», asegura.
La joven dice que ella no se iría nunca de allí, aunque falten cosas básicas . «Aquí la gente joven quiere venir, y los que se fueron ya han vuelto, está claro que faltan cosas que realmente son imprescindibles, si tuvieramos eso, sería ya maravilloso», asegura.
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Es precisamente eso lo que también se reitera casi por sistema: que muy tranquilo, que es un lugar excelente para vivir, que tiene muchas tiendas y negocios pero también muchas necesidades, que siguen esperando el centro de salud que no llega, que hacen falta más colegios e institutos y hasta un centro cultural, una buena biblioteca y por supuesto que no tienen ni una residencia pública para que la gente más mayor no tenga que salir del barrio. «Es cierto, es de lo que la gente más se queja, el centro de salud, es muy pequeño, no dan a basto», reconoce Pilar, dependienta en una zapatería. Otra Pilar, esta vez la del estanco, añade que también esperan la llegada del metro. «Si por aquí hubiera al menos una parada», lamenta.
Con una asociación de vecinos «descafeinada», como dice Ramón, al barrio le falta más fuerza. «Hemos peleado mucho porque cuesta que lleguen las cosas, tendríamos que volver a la calle, volver a hacernos notar», dice casi reclamando recuperar el barrio y su nombre.
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