Fuensanta, el barrio entre la miseria y la misericordia

La plaza de Murcia es el corazón de este barrio que surgió de la miseria, para dar una casa a quienes lo habían perdido todo después de la riada. La vida se concentraba allí. Lo recuerda Maria José, que ahora usa la plaza como atajo hacia su casa. «Aquí nos juntábamos todos y cuando paso recuerdo a la gente en el bar que había ahí, a las señoras que salían de comprar y a los niños jugando; esto era como el centro del barrio y aquí donde te encontrabas con todos, éramos como una familia», recuerda. Hace tiempo que las persianas de los comercios y tiendas están bajadas en esta plaza que ahora ha dejado de latir.

Lo que pasó es de nuevo la miseria y se ve al pasar esta misma plaza, en las calles cercanas y justo antes de llegar a la Avenida Tres Cruces. Las fincas bajas, de no más de cinco alturas, todas calcadas, muchas de ellas tienen rota la puerta del portal que está abierto de par en par. Desde las ventanas de las plantas más bajas se intuyen muebles y trastos amontonados y apoyados sobre las repisas. Una señora entra en una de ellas sin sacar ninguna llave. «Es lo que hay aquí, todas están ocupadas, algunas incluso las realquilan después de haber dado la patada, la Policía lo sabe pero qué van a hacer, si todo el barrio es suyo», dice Javier, que pasea a su perro junto a un jardín cercano. Él y su familia también fueron realojados de la riada. «Teníamos una alquería y el rio se llevó todo y nos dieron aquí tres pisos, era muy diferente, todo el mundo se ayudaba, se conocía», comenta torciendo el gesto porque ahora dice que ya no es así. «La gente se hipotecó o se marchó, luego lo perdieron todo, también hay gente mayor que ha muerto o que se han ido porque estas fincas no tienen ni ascensor, entonces poco a poco llegó lo que llegó, que es la droga, se dedican a eso y lo han hecho todo suyo, hasta los bajos que eran antes tiendas, los compraron para blanquear», añade. La Policía hace años que detectó que grupos ocupan viviendas embargadas por los bancos para después alquilarlos a inmigrantes. Los vecinos son testigos, y describen estos edificios como el principal problema del barrio. «En algunos sólo quedan uno o dos propietarios, el resto están ocupados», insiste Javier que lamenta el abandono, no sólo municipal sino también de los propios vecinos. «La asociación de vecinos sólo se preocupa por la zona buena, por la suya, y en esta aquí seguimos, en la mierda», dice tajante. Lo mismo que repite otro vecino: «Es un barrio en el que no hay buena gente, se ha calmado un poco, pero yo no hablo con nadie, llevo viviendo ahí desde los años 70 pero aquí dentro es diferente a la otra zona», explica sin querer identificarse por miedo a las represarias.

Un grupo de jóvenes que salen del instituto de la Misericordia buscan un trozo de sol donde comerse el bocadillo durante un descanso. Cerca, la farmacéutica se asoma a recoger un paquete que le traen. «Aunque no lo creas hay una empresa de reparto que no entra hasta aquí, nos dicen que les han robado alguna vez», dice Cristina, dueña de la farmacia que heredó de su padre. «La verdad es que si pudiera me iría, aquí no se gana nada, y al barrio le hace falta mucho para ser como era, aquí el Ayuntamiento tendría que entrar pero bien y poner pasta para mejorar todo lo que hay, da mucha pena que lo dejen así, que ni se acuerdan de La Fuensanta, vamos».

En la otra zona, la que llaman la buena, los vecinos también se lamentan. Unas señoras en el hogar del jubilado comentan que la vida es tranquila allí «eso sí, sino protestas, porque sino te llevas alguna amenaza». Dicen que el barrio se estropeó cuando entró la droga y, en el fondo viven, entre la miseria y la misericordia: «nadie hace nada porque aquí convivimos todos».