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La fuente más viajera (y mutilada) de Valencia

Viveros aloja el vaso y la columna de un monumento que antes decoró la plaza del Tossal, Ruzafa y Campanar y que pide a gritos que se fundan sus elementos

Jorge Alacid

Valencia

Miércoles, 29 de noviembre 2023, 08:16

Serendipia. Dícese de un hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual. Por ejemplo, el descubrimiento de la penicilina. Valga este caso para ... enhebrar la historia que sigue a continuación: aunque sus protagonistas no son el doctor Fleming, operan según ese mismo principio de curiosidad que, en su caso, se manifiesta en una meritoria y continua expedición al corazón de Valencia, hacia su pasado. Hacia los hitos más memorables, mejor si vienen acompañados de alguna dosis de misterio que los haga más atractivos para sus pesquisas. Gracias a esa propensión a indagar sobre la Historia de nuestra ciudad, el trío de inquietos investigadores formado por Arturo Cervellera, Andrés Giménez y Ángel Martínez tropezó un día con un interesante material a propósito de los avatares que distinguen a una vieja fuente, que estuvo alojada en la plaza del Tossal, luego viajó a Ruzafa, pasó al parecer por Campanar y ahora nos saluda entrando al parque de Viveros en el tramo más cercano al Museo de Bellas Artes. Con una particularidad: que el vaso y el monolito que componen el monumento se desgajaron en algún momento de su atribulado periplo por la ciudad y hoy se miran el uno al otro separados. Esperando que algún alma sensible obre un milagro y los vuelva a unir.

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Hagamos por lo tanto como ellos: un poco de historia. Corría el año 1850 cuando Valencia celebró la llegada del agua potable, todo un acontecimiento «que supuso el inicio de la progresiva eliminación de los pozos particulares para el abastecimiento doméstico, que habían estado implicados como focos infecciosos en numerosas epidemias», recuerdan. El Ayuntamiento, «con el fin de proporcionar agua a todos los vecinos, proyectó diversas fuentes públicas en lugares estratégicos de la ciudad», a saber: seis fuentes públicas situadas en las plazas de Calatrava (hoy del Negrito), Circular (hoy Redonda), del Miguelete, del Esparto, de Santa Úrsula y en las Casas Consistoriales. Al proyecto inicial se le añadió tres años después otra, emplazada en la plaza de Mosén Sorell «similar a la situada en la plaza Redonda». Las imágenes que acompañan estas líneas dan fe de que la fuente estaba constituida por una alberca circular de piedra que en su centro disponía de un pedestal cuadrado, sobre el cual se dispuso una columna rematada por un farol. «En cada una de sus caras», explican los autores del hallazgo, «se situaban cuatro mascarones de fundición, que arrojaban agua a través de su boca sobre la taza». Además, el extremo superior de la columna disponía de un collarino decorado con el escudo de la ciudad.

Fotos del archivo de Andrés Giménez y de Semanario Ilustrado.

Prosigamos. ¿Qué fue de nuestra fuente? Duró poco en esa ubicación. Veinte años después, unas obras para ensanchar la plaza y mejorar tanto el mercado existente como su adoquinado, aconsejó su desmontaje y sustitución por dos pequeñas fuentes de vecindad, aunque el Ayuntamiento le concedió la gracia de una nueva vida: quedó instalada en la Plaza Mayor de Ruzafa, sobre un graderío frente al mercado, como muestran alguna antiguas imágenes antiguas, su sede durante 50 años, porque cumplido ese plazo una anónima mano municipal acordó un nuevo traslado: en 1933 se mudó hasta la Plaza Mayor de Campanar. Fin de trayecto, casi veinte años después: según las pesquisas de Cervellera, Giménez y Martínez, en 1952 emprendió su último viaje hasta los Jardines del Real, en concreto al denominado Jardín de San Isidro.

Fin de trayecto. Con novedad incorporada. Resulta que este jardín, resultante de las obras de ampliación de los Viveros e inaugurado por el alcalde Avelino Faus Pelechano el 18 de julio de 1952, se aloja entre la antigua rosaleda y el museo de San Pío V. Es un coqueto espacio, muy transitado, que se pensó como una zona decorada por naranjos, magnolios y cedros, además de una teoría de parterres y setos en disposición geométrica con calles desde la zona central: fue allí donde se instaló nuestra heroína, la alberca de la antigua fuente nacida en la plaza de Mosén Sorell, junto al venerable portalón de piedra procedente del desaparecido Convento de San Julián y santa Basilisa en la calle de Sagunto, habitado hasta 1936 por religiosas agustinas. Lo curioso, y ahí reside la novedad, es que por razones desconocidas la fuente se dividió: del vaso se desprendió el monolito, tal vez para un mejor gestión de ambos elementos durante alguna de las mudanzas, y así permanecen desde entonces: separados durante más de 70 años.

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Piensan los autores del descubrimiento que la solución al misterioso enigma puede residir en que «como en otros lugares de Valencia, los Jardines del Real han servido de depósito de grandes restos arquitectónicos de todas las épocas, procedentes de adquisiciones, donaciones o derribos, con el fin de conservarlos y a su vez como ornamento de los propios jardines». Un tesoro de aluvión, formado por piezas depositadas sin orden «que ha devenido en una lectura ilegible y una confusión absoluta». Y ofrecen algunos ejemplos cercanos, dentro también de Viveros, del caos que denuncian: «Coexisten varios bancos de piedra, columnas de características distintas y de procedencia incierta, la escultura José Esteve Edo denominada 'Maternidad' y restos de estructuras primitivas abandonadas». Y también, la protagonista de esta historia: la taza de la fuente de Mosén Sorell cuya columna original, «que curiosamente está ubicada en el mismo entorno, a tan solo unos metros y fijada en el suelo».

El pormenorizado análisis de grabados, fotografías y textos de la época que acompaña su estudio, alegan el trío de investigadores, corrobora que «se trata de la misma fuente en distintas localizaciones». Una conclusión de donde nace una petición «que ya sugerimos al anterior Consistorio»: dado que se conserva toda su estructura, parece sencillo que la actual Corporación decida reunir la taza y la columna en un mismo monumento «con el fin de establecer una correcta interpretación histórica de una de las fuentes más antiguas de la ciudad».

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No parece mucho pedir. Razón, Ayuntamiento.

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