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Para el ojo bien entrenado, los restos de una noche de fiesta en la plaza Honduras se pueden ver incluso a última hora de la mañana. Unas vallas por aquí, unos carteles de «Derecho al descanso» por allá, un vaso de plástico por acullá. Honduras está de resaca. Todos los días. Vecinos y comerciantes están acostumbrados a esta sensación. A lo que no están tan habituados es a despertarse con los gritos de una reyerta multitudinaria o a amanecer con vídeos de la misma en los grupos de WhatsApp. Eso ocurrió hace dos semanas y ahora, LAS PROVINCIAS ha querido visitar el barrio para descubrir qué pasó y, sobre todo, si lo que hay es lo que algunos vecinos ya llaman «la guerra de los kebabs».
La hay. Vaya si la hay. En el barrio de Honduras, en la plaza y en las cercanas Escultor Gabino y Serpis, hay casi una decena de locales que ofrecen este alimento, una especie de bocadillo proveniente de Oriente Próximo y que se ha 'occidentalizado' basándose en su modalidad turca: consiste en carne de ternera o pollo con salsas y verdura. Es contundente y, sobre todo, barato. Muy barato: tres o cuatro euros por llenarte el estómago con una comida que queda lejos de manjares iraníes o libaneses.
Esta pequeña disertación gastronómica es importante para que entiendan de qué tipo de comida hablamos. Y de qué tipo de cliente. Lo han adivinado: gente joven, con bajo poder adquisitivo, que se come un kebab y se bebe dos litros de cerveza y luego sube a casa a ver Netflix y hablar por Instagram con sus amigos o se va de fiesta. Un plan tan válido como cualquier otro, pero que ha traído consigo un conflicto más o menos soterrado del que ahora todo el mundo es consciente en Honduras.
En el intento de ofrecer comida y bebida a un precio reducido y acabar ganando dinero por el volumen vendido, más que por el coste del producto, dos clanes de ciudadanos paquistaníes están enconadamente enfrentados en Honduras. Uno de ellos posee los locales de la calle Escultor Gabino, mientras que el otro regenta los de la calle Serpis. En la propia plaza de Honduras, según ha podido saber este diario, se dividen los locales.
En un de estos establecimientos, situado en Escultor Gabino, llamado Friends, explican que ellos «no forman parte de la pelea». «Nosotros nos enteramos esa misma noche pero no tenemos nada que ver», comenta el propietario, que reconoce que es paquistaní, aunque su local se publicite como comida hindú. «Pero no tengo nada que ver con ellos», dice, mientras señala en dirección a la calle Serpis.
Es complicado saber quién pertenece a qué clan. Según ha podido saber este periódico, se trata de comunidades bien integradas pero también cerradas para lo suyo. De hecho, este conflicto, que los vecinos se temían, no se conoció hasta que el lunes este diario publicó la pelea que terminó con seis detenidos tras una reyerta de grandes dimensiones entre dos clanes de ciudadanos paquistaníes o de ascendencia paquistaní.
Sin embargo, sí se lo olían. Según ha podido saber este periódico de fuentes de uno de los dos grupos, el problema es el control de locales en la zona de la plaza de Honduras, considerada la joya de la corona. Ahora mismo, en la explanada únicamente hay uno, pero hay varios locales vacíos. Abrir en ellos un kebab es «una oportunidad que no se puede dejar pasar», según uno de estos empresarios. Los vecinos ya temían que algo así podía pasar, agravado, además, por los vendedores de bebida refrigerada que tienen pisos en la zona donde guardan neveras de donde sacan las latas.
«Los lateros son un problema», explican en uno de estos kebabs. En realidad, además de que son vendedores que trabajan sin licencia, son un problema porque ofrecen bebida más barata. Y eso es complicado, porque en algunos de estos locales ofrecen medio litro de cerveza por un euro. Al final, la pelea, esta guerra entre kebabs, tiene mucho que ver con esos precios en caída libre. En Honduras hay un conflicto enconado por a ver quién pone bebidas más baratas. Hablamos de tanques de cerveza a dos euros, enormes torres con varios litros de jugo de cebada a precios irrisorios o cubatas a cuatro euros, para que piense cuándo es la última vez que a usted le costó eso un 'gin-tonic'.
En la calle Serpis, son muchos los propietarios de kebabs que descansan en sus terrazas al filo de las 13 horas. Es por la tarde cuando se llenan de estudiantes ansiosos de llenar el estómago de comida y alcohol baratos. Observan con recelo otros establecimientos que abren de 20 a 8 horas y que, según algunas fuentes, pudieron ser los causantes de la pelea del mes pasado. «Se lo están cargando todo», dice un vecino cuando ve a los periodistas curiosear por la zona. «El ruido aquí por las noches es inaguantable», proclama mientras se aleja.
Además de los kebabs, este conflicto incluye a las salas de ocio y las discotecas de la zona. Una de ellas, muy conocida, tiene escrito con tiza el precio de sus consumiciones: copa y chupito, cinco euros, precios lejos del alcance de otras zonas de la ciudad. «Compran tanto que les sale rentable vender tan barato», explica Javier Soler, presidente de la asociación de vecinos Honduras y Adyacentes. «Cuando vienen a descargar los barriles de cerveza es impresionante porque ves palés de 80 o 90 litros», comenta. Soler apunta en concreto a algunos locales, además de los kebabs, que ofrecen grandes cantidades de cerveza (porque siempre es cerveza) a precios irrisorios.
También hay, y es de justicia decirlo, empresarios paquistaníes que llevan «toda la vida en el barrio». Es el caso del del Bósforo. «Ha visto crecer a mis hijos», comenta Soler. Este diario intentó hablar con él a lo largo del día de ayer, pero fue imposible. Todo parece indicar que la pelea nació en los alrededores de este conocido establecimiento, situado en la esquina de Serpis con Honduras: si han pasado por la zona, sabrán cuál es si les digo que es el que tenía una enorme carpa que fue retirada cuando se redujeron las terrazas.
La guerra, en cualquier caso, sigue soterrada. «Esto estallará en cualquier momento», decían este miércoles en Honduras, mientras las terrazas de los kebabs, vacías, esperaban las hordas de chavales que quieren durum y birra.
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Patricia Cabezuelo | Valencia
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