1923 fue un año trascendental para la historia mundial. Fue el año en que Lenin abandonó el liderazgo de la URSS tras sufrir un infarto. El mismo año en que Primo de Rivera suspendió la Constitución e instauró una dictadura que se prolongaría durante casi ... una década en España. El año en que, por primera vez, se sobrevoló la Antártida en aeroplano; y el año en que nació la reina del folclore, Lola Flores.
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En 1923, Valencia también fue protagonista de un hecho histórico significativo. Fue el año en que se fundó la Lencería Alberola, un negocio que, un siglo después, sigue abierto en tres emplazamientos de nuestra ciudad. Se dice pronto: un siglo. Lencería Alberola ha sobrevivido a una guerra civil, a otra mundial y a otra fría, al apogeo y posterior caída del socialismo, a todas las crisis económicas que la mayoría de los vivos pueden recordar, a la globalización y a una pandemia mundial. Ha sobrevivido incluso a la apertura de El Corte Inglés a menos de 200 metros de su negocio.
Cuatro generaciones de Alberolas han regentado ya esta empresa familiar que se enfrenta a un mundo marcado por la producción en masa y las multinacionales del textil. Actualmente, su gerente es Alfredo González-Matalls Alberola. En LAS PROVINCIAS hablamos con él y con su empleada más veterana, Elia Revueltas, quien empezó a trabajar allí hace la friolera de 47 años, cuando tan solo contaba con 14 primaveras y el negocio familiar todavía andaba por la segunda generación.
Alfredo y Elia cuentan que todavía guardan prendas confeccionadas antes de la Guerra Civil. Lencería Alberola abrió sus puertas un 11 de abril de 1923 en la Calle Calabazas (por aquel entonces llamada Calle del Herrero) de la mano de los hermanos Ricardo y Benjamín Alberola. Comenzó siendo una tienda de telas a la que acudían corseteras de la ciudad para abastecerse y, tras pocos años, la tienda abrió un taller y empezaron a confeccionar fajas.
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Con el inicio de la Guerra Civil, Comisiones Obreras confiscó el negocio, que no volvió a manos de sus dueños hasta el final de la contienda. Pese a estar regentado por dos hombres, Lencería Alberola fue desde el principio un negocio eminentemente de mujeres. En su momento alcanzó a tener casi 30 empleadas.
Durante el Franquismo, la forma de comprar era totalmente distinta a como es ahora. Las clientas entraban en la lencería y se sentaban frente al mostrador. Entonces, las dependientas exponían el género disponible hasta que las clientas escogían. Mientras tanto, debajo, las corseteras trabajaban arduamente en la confección en serie de todo tipo de sostenes con o sin encaje, braguitas, trajes de novia, bañadores, prendas deportivas…
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Elia cuenta que entró en el negocio siendo «el último mono». Recuerda cómo aprendió a introducir los cordones en los agujeros de las fajas durante la época en que Benjamín Alberola, el abuelo de Alfredo, regentaba el negocio. Por aquel entonces no era más que una adolescente, pero no tardó demasiado en pasar de aprendiz a ayudante y de ayudante a dependienta. Fue de las pocas que no dejó de trabajar tras contraer matrimonio.
En 1971 abrió sus puertas El Corte Inglés de la calle Pintor Sorolla, ubicado muy cerca de la lencería. Aquel fue el primer signo de un porvenir marcado por la constante aparición de cadenas y negocios contra los que sería imposible competir. La llegada de El Corte Inglés supuso un doble rasero, según cuenta Elia. «Cuando llegaron, empezaron a contratar a mujeres casadas. Eso abrió muchas fronteras, porque hasta entonces no había ocurrido algo así en Valencia».
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No obstante, Alfonso y Elia narran que tras la apertura comenzaron a rondar el negocio ojeadores de El Corte Inglés. «Observaban cómo trabajábamos y nos pedían que saliéramos para hacernos una entrevista. No tenían un pelo de tontos. Montaron el negocio con gente especializada de otras empresas. Pasó en todos los sectores», cuenta Elia, quien permaneció en la lencería y, con 24 años, fue nombrada encargada de la tienda.
Los tres locales de Lencería Alberola se encuentran en el barrio más acaudalado de nuestra ciudad, y tanto Elia como Alfredo cuentan cómo ha cambiado la vida en sus calles. Si bien es cierto que los vecinos tienen, por norma general, un estatus ciertamente elevado, han visto cerrar sus puertas a infinidad de negocios de todo tipo que estaban regentados por personas humildes. «De las tiendas que estaban cuando yo llegué ya no queda ni una –sentencia Alfredo–. Pagar un alquiler aquí es inviable si no eres una franquicia. Igual soy yo, pero me parece que la Calle Colón ha perdido su esencia».
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Además de eso, Alfredo habla de un hecho paradigmático que afecta a multitud de ancianas. Tiene que ver con las pensiones. En el pasado, las mujeres se veían relegadas al ámbito doméstico, lo que a la mayoría tan solo les ha permitido acceder en la vejez a una pensión no contributiva o a una de viudedad. Esto ha hecho que, muchas ancianas que antaño tenían una holgada situación económica, ahora estén sumidas en un fuerte contraste que dificulta llegar a fin de mes: el de disponer de una pensión irrisoria en el barrio más caro de Valencia.
Lencería Alberola es un negocio que navega contra viento y marea. La clientela que entra por la puerta no es más joven de 40 años. Alfredo y Elia cuentan que es imposible competir contra cadenas como Intimissimi. «Nosotros vamos por un camino y ellos por otro, siempre lo hemos tenido muy claro. Si intentáramos competir, nos mandarían fuera de una patada», indica Alfredo. «Frente a los precios que ellos ofrecen, nosotros damos un gran servicio y una gran calidad», añade Elia, a quien tan solo le faltan cuatro años para jubilarse.
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Preguntados por la tendencia que más furor ha generado en el último siglo, no mencionan el push-up, ni tampoco la propensión a no utilizar sujetador que ha traído la liberación de la mujer. En su lugar, ambos lo tienen muy claro. Corría el año 1994 y el wonderbra llegaba a España. «Las mujeres venían con un recorte de periódico en el que lo habían visto. Al principio ni siquiera sabíamos lo que era. Empezaron a salir copias al mercado y las mujeres los compraban a puñados. Nunca ha habido nada igual».
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