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J., con la manguera, y R. con el mando, en la cesta del Magirus antes de subir. CONSORCIO

El silencio de los bomberos

J. y R. se conocen desde niños y pelearon juntos contra el fuego en Campanar. Una imagen que confirmó que Bombers y Consorcio fueron dos cuerpos y un equipo

Héctor Esteban

Valencia

Domingo, 3 de marzo 2024, 01:04

Al tocar a la puerta de los bomberos hay silencio. Incluso los amigos, aquellos con lo que uno se salta el paso de la presentación, ... las formas y el convencimiento, ruegan distancia. No quieren hablar porque quizá todavía no saben cómo relatar lo que pasó la tarde del jueves 22 de febrero a los pies de un coloso en llamas de Campanar. Por teléfono, las conversaciones son breves. Algunas en el mismo momento del incendio, donde pides disculpas y cuelgas de inmediato porque sabes que estás molestando. Días después, los mensajes de whatsapp no tienen continuidad. Horas entre pregunta y respuesta. Algunos sólo buscan respirar.

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En el cara a cara se atraviesan filtros pero hay respuestas catatónicas, ante las que el periodista debe dar un paso al lado. En los pueblos, antes o después, todos nos encontramos al doblar la esquina, todos sabemos de qué trabaja cada uno y todos conocemos cuánto dura el duelo. En la conversación corta, las frases tienen más puntos suspensivos que finales. El bombero cuentan pero sin terminar de contar, como si hubiera una parte tan privada que no es necesario relatar, que se queda frente a una tea de más de diez plantas de altura que sigue en sus cabezas. Nunca vieron un fuego con mil lenguas, voraz y destructor. En diez minutos tuvieron que luchar contra las llamas, el viento y el protocolo. Nada a favor. La imagen es la del 'shock' que sufren todavía muchos de los que estuvieron allí y que, a lo mejor, necesitan terapia para cerrar heridas.

J. y R. son de Chiva. Para ellos, poner su inicial ya es una concesión. Insisten, casi suplican, que se preserve el anonimato. Acceden al dato pero no quieren protagonismo. No son héroes. Han estudiado, se han preparado, trabajan y cobran para lo que hicieron: apagar fuegos y salvar vidas. J. y R. saben lo que hay, sin más. Bomberos veteranos. Con varios lustros de servicio. El primero, en el Consorcio Provincial; el segundo, en el Ayuntamiento de Valencia. Ambos, en la cesta del Magirus –los camiones alemanes que pueblan los parques de bomberos–, protagonizaron una de las fotos oficiales para escenificar la unidad del Ayuntamiento y de la Diputación, dos cuerpos de bomberos y un mismo equipo.

J. pertenece al Consorcio, a la dotación de bomberos que atiende los incendios en los municipios de la provincia de Valencia. Desde el parque de Burjassot, donde presta el servicio, veía la columna de humo que se levantaba en Campanar, a muy pocos kilómetros de su lugar de trabajo. Los vídeos se multiplicaban en la mensajería interna de whatsapp. Había que estar preparados porque la llamada iba a llegar. Minutos después de las seis de la tarde ya estaba arriba del camión rumbo al infierno. Son momentos en los que la adrenalina burbujea. Las noticias que llegan indican un camino a lo desconocido. Hay fuego pero no es como siempre.

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R. ya estaba allí, a los pies del desastre, tratando de asimilar el caos, de entender un edificio que ardía al revés, de fuera hacia adentro, donde entrar era una trampa mortal, donde el viento envolvió la estructura sin dejar una puerta abierta a la vida.

Lo contó Álex Serrano en estas mismas páginas en un relato magistral y estremecedor: «Compañeros, hasta aquí hemos llegado. No entréis a por nosotros». Los primeros bomberos en llegar, los del parque de Campanar, fueron engullidos por el humo y el fuego de un edificio que en cuestión de minutos se convirtió en una antorcha. Desde dentro, al rescate de aquellas personas que pudieran quedar atrapadas, hubo bomberos que iniciaron una despedida, donde, con lo duro que es, quizá había que elegir la forma de morir, donde la inhalación siempre es la menos mala de las opciones. Otros, desde fuera, entraron para sacar a sus compañeros. Se jugaran su vida para salvar otras.

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J. y R. estaban a los pies del edificio. Tratando de ver cómo bajar a aquellos compañeros, que aturdidos por la situación, deambulaban por las terrazas de la primera planta buscando la manera de ponerse a salvo. Desde abajo se buscaba una solución, alguna improvisada, como la opción de cortar los árboles de la acera para crear un tobogán natural para que bajaran los compañeros. La salvación llegó en forma de colchón hinchable donde se lanzaron, al menos, dos de los bomberos atrapados. El vídeo del salto a la vida se multiplicó por los canales de whatsapp.

Después, J. y R. se subieron al Magirus. El primero, con la manguera en la mano; el segundo, con el mando de la cesta. Dos cuerpos, un equipo. No son amigos de cuadrilla pero se conocen toda la vida. Los pueblos son así. Saben lo que es estar pendiente el uno del otro. Han compartido mil veces la cuerda del Torico de la Cuerda, donde tratas de salvar tu vida y la de tu compañero en los momentos de aprieto. Y este año compartirán fiestas en la peña taurina que preside el primo de J. Bomberos vocacionales, de los de dar el paso hacia adelante. Veteranos ya en un incendio en el que muchos de los recién llegados a los parques tuvieron su bautismo de fuego.

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La escalera subió, cara a cara con el fuego, donde una fachada de más de diez plantas ardía fuera de control. Los dos, J. y R., vieron lo nunca visto. Un esqueleto de hormigón sin pisos, puertas y paredes que era pasto de las llamas. Habrá cosas que no se olviden. J. y R. han vuelto al trabajo, a la rutina a la espera de un nuevo servicio porque la vida sigue dando vueltas.

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