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Piscina de la Finca Ferca, en Valencia PAULA HERNÁNDEZ

La historia de la primera piscina vecinal de España que se construyó en Valencia hace 71 años

Se estrenó en 1953, estuvo cerrada más de 40 años y desde 2020 la disfrutan más de 1.200 vecinos

M. Hortelano

Valencia

Domingo, 14 de julio 2024, 00:32

El 13 de mayo de 1953 se produjo un hito muy peculiar en la historia arquitectónica de la ciudad de Valencia. Ese día se entregaron las llaves de las 320 viviendas de una de las fincas que hoy en día es ya icono de los edificios de la ciudad, en la fachada que el antiguo cauce deja a su paso por la Gran Vía Fernando el Católico con La Pechina. Y ahí, escondido en un amplio patio interior del enorme grupo de viviendas, está el secreto mejor guardado del edificio: su piscina comunitaria. Una infraestructura con mucha historia de la que hoy en día disfrutan casi 1.200 vecinos que dan vida al pequeño pueblo en el que se ha convertido la manzana que ocupan. Una piscina que fue la primera comunitaria de España, ubicada en un edificio residencial. La precursora de un modelo ahora tan extendido, con 72 veranos a sus espaldas.

Pero, empecemos por el principio. ¿Cómo surgió la idea? La Finca Ferca, ubicada en el cruce de la Gran Vía Fernando el Católico y el Paseo de la Pechina, se comenzó a proyectar en el año 1941. Por aquel entonces se fundó la cooperativa de casas baratas para agentes comerciales, con el objetivo de levantar una promoción de viviendas en la zona. Los primeros cooperativistas pagaban una cuota de 2,5 pesetas al trimestre. Ya en el 45, se presentaron los primeros planos del proyecto y se fijó en 320 el número de viviendas, con 42 locales comerciales y garaje. Pero en ese proyecto ya se incluyó una piscina de 25 metros de largo, nueve de ancho y una profundidad de más de tres metros. En abril de 1946 se pagaron 3,3 millones de pesetas por el solar y poco después se comenzó a construir el edificio y sus instalaciones, que se finalizaron en 1952. Pero la prensa de la época recogió el 13 de mayo del 53 como el día en que el director general del Instituto de Crédito para la Reconstrucción Nacional entregó a las 320 familias los pisos. Y con ellos, el derecho a usar una piscina que se ha convertido en la joya de la finca. Pero que acabó vaciándose y cerrándose en los años 70. Así pasó más de 40 años. Durmiente, en una de las zonas comunes. Pero en 2020, en plena pandemia, volvió a tener agua. Y vida.

Un pueblo en plena Valencia

La Finca Ferca es una pequeña ciudad dentro de una gran urbe como Valencia. Para hacernos una idea de la magnitud de sus proporciones, los más de 1.200 vecinos que la habitan se reparten en 20 patios distintos, que actúan como pequeñas comunidades para resolver los problemas de funcionamiento más mundanos. Pero para coordinarlos a todos y abordar las grandes decisiones, cuenta con un consejo rector formado por ocho vecinos, que centraliza la información y ejecuta los mandatos de quienes viven en el edificio. Cinco mujeres y tres hombres, comandados por Javier Fuster, el presidente de la finca, que se eligen en elecciones y pueden acumular tres legislaturas de cuatro años cada una como máximo. Él nos recibe junto a Antonio Pardo, otro de los miembros del consejo, para contarnos la historia de la piscina. Aunque ellos mismos reconocen que la comunidad de propietarios funciona como un reloj gracias a la oficina que gestiona a diario el edificio con una organización milimétrica. Ahí trabajan Loli y Roque. Pero también Rosa, que lleva 43 años administrando la finca y conoce todos los entresijos de una comunidad tan grande. Y ella es, precisamente, la encargada de desvelarnos uno de los grandes enigmas de la piscina. ¿Por qué se cerro? Y sobre todo. ¿Por qué permaneció así más de 40 años«.

Rosa recuerda que en los primeros años, la gestión de la piscina estaba alquilada a un señor que no era propietario. Aún así, estaba abierta a todo el vecindario, más allá del edificio. Pero los de la Finca Ferca tenían un pequeño descuento en la entrada. En esa época, la piscina no era el único extra del vecindario. Había pista de hockey, cine de verano y hasta un equipo de natación, el club Ferca, que realizaba entrenamientos y hasta competiciones. La piscina llegó a tener un trampolín reglamentario. Estos servicios también los explotaba el mismo concesionario. Pero con tanta actividad, el trajín comenzó a ser una molestia para los vecinos. Sobre todo para quienes vivían en los pisos más bajos. Además, coincidió con una época en la que los hijos de quienes se habían mudado se habían hecho mayores y no se había producido aún un relevo generacional. Así que a finales de los 70, la piscina se cerró. Y así se mantuvo durante más de 40 años. En una zona del edificio de patio interior que entonces dejó de usarse.

Con el misterio resuelto, llegaron cuatro décadas de sequía. La piscina se mantenía vacía, pero nunca se tapió ni se pensó en eliminarla. Y en 2019, con el actual consejo rector, se tomó en serio la idea de rescatarla. Hubo varios motivos que pesaron mucho para tomar la decisión. Pero uno, sin duda, fue el emocional. Las siguientes generaciones de propietarios habían tenido hijos y en el edificio se acumulaban los niños de edades similares. Además, la comunidad había puesto fin a unas goteras que en su día provocaron problemas en el garaje y se puso la vista en la zona de baño. Javier, el presidente, comenzó a buscar proyectos que fueran viables y asumibles. No sólo para la piscina, sino para todo el gran espacio de zona común que esconde la manzana interior. La cosa tomaba forma. En los sondeos que se hacían entre el vecindarios se percibían las ganas de devolver la zona a la vida. Así que se hicieron números y se aceleró la idea.

La vuelta de la piscina, 40 años después, no costó dinero a los vecinos porque se hizo con los ahorros que dejan los alquileres de locales comerciales del edificio

La decisión final que se iba a presentar a toda la asamblea de propietarios tenía que ser atractiva para todos, no suponer un coste económico inasumible y garantizar el descanso de todos. Y ahí tuvo un protagonismo muy importante el propio edificio, que en su día se construyó con 42 bajos comerciales que son propiedad todavía de la comunidad. Los alquileres que pagan los arrendatarios suponen los ahorros de la finca. Y en 2019 fueron la clave para retomar la piscina. «Los vecinos no tuvieron que pagar nada. Se pudo pagar con los ahorros que generan los alquileres», cuentan Javier y Antonio. Así que se aterrizó la idea y las cuentas y la asamblea voto sí. «Jamás pensamos que se volvería a abrir, pero cuando se plantearon los proyectos tuvimos claro que los vecinos iban a decir que sí», recuerdan.

Un alivio en plena pandemia

En 2019 se comenzó la obra de reforma de la piscina, que se acabó en primavera de 2020. Una fecha marcada en el calendario de todos, y no sólo de la Finca Ferca. Porque justo en esa época explotó la crisis sanitaria provocada por el coronavirus y comenzó el confinamiento. Pero, con el verano se relajaron algunas medidas y se inauguró la piscina. «Fue algo muy importante para la gente en aquel momento en que no se podía salir. la abrimos con restricciones y con reserva de aforo. Pero acabó siendo un alivio para los vecinos», recuerdan.

Ahora, cumple su cuarto verano de la nueva vida como una parte fundamental de la Finca Ferca. Aunque no descansa ni en invierno, porque la mantienen abierta todo el año. «Hay vecinos que nadan en enero con neopreno», cuentan. Le han reducido dos metros el tamaño y le han rebajado la profundidad para que se haga pie en todas las zonas. Además, es de agua salada, que requiere poco mantenimiento. Y sobre todo, cuenta con un estricto control de acceso para los vecinos (con pulseritas) y una zona de duchas y vestuarios. El horario es también férreo. De nueve a nueve, con dos horas de acceso prohibido entre las tres y las cinco, para respetar la hora de la siesta del vecindario. Y parece que la convivencia funciona. «La gente está contenta», cuenta el presidente. Sólo hay que echar un vistazo a la zona, donde a la hora a la que acudimos, un día de julio por la tarde, se arremolinan niños y padres en los bordillos y en el agua. «La piscina ha traído vida. Es lo mejor que se pudo hacer», reconocen dos vecinos que nos cuentan que ahora son «la envidia del vecindario». Además, los pisos se han revalorizado con la instalación y son una de las plazas más demandadas de la ciudad. Al contrario que en muchos inmuebles, aquí se heredan de padres a hijos, pero para vivir, no para vender.

«La piscina nos ha dado vida. Ahora somos la envidia del vecindario»

Pero las ideas del consejo rector no se quedan ahí. El éxito ha sido claro, pero ahora están haciendo encaje para otros retos. Uno de ellos, solucionar el aparcamiento de bicis de los vecinos en locales del edificio, donde ya guardan más de un centenar «y aún hay lista de espera». O mantener en perfecto estado el bajo que tienen para que cualquier vecino celebre fiestas o cumpleaños dentro de un orden y siempre con reserva. En su día incluso hacían almuerzos o torràs en las zonas comunes, en fechas señaladas. Porque para algo son un pequeño pueblo dentro de la ciudad. Y lo mejor de los pueblos siempre son sus fiestas patronales y su piscina. Pero no están ahí, porque aprendieron la lección en su día. El descanso es fundamental para el éxito de las iniciativas vecinales. Por eso tampoco tienen grupo de whatsapp. ¿Se imaginan estar en un grupo con sus 1.199 vecinos? Yo me lanzaría a la piscina de cabeza.

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