La plaza de Honduras de Valencia no se rinde contra el botellón

Resonaban aún los ecos de la manifestación de los vecinos que pedían descansar mientras un bar, situado junto a la plaza de Honduras, terminaba de preparar una mesa de 20 personas y otro, puerta con puerta, atendía una mesa de 11 chavales con recipientes de cerveza y sangría de metro y veinte de alto. En la terraza del otro que hace esquina ya no quedaban mesas libres al tiempo que los vecinos finalizaban una manifestación que se ha celebrado este jueves en Blasco Ibáñez en la que han participado casi 180 personas para exigir el derecho al descanso de los vecinos de Honduras, Cedro y Ciudad Jardín. La zona contenía el aliento a la espera de otro jueves universitario. Dos mundos que parecían condenados a entenderse y que todo apunta que llegarán a los tribunales, con las siglas de la Zona Acústicamente Saturada pendiendo sobre el entorno como una espada de Damocles para unos y la última esperanza para otros.

La situación en el barrio es insostenible, como se escuchaba en uno de los cánticos que se corearon (con poca acogida, la verdad): «Si esto no se arregla, guerra, guerra, guerra». No llegará la sangre al río, pero si cambiamos «guerra» por «jueza», la rima se mantiene y es más cierto. Los vecinos están dispuestos a llegar a los tribunales para preservar su derecho al descanso. «Un barrio que no descansa no es un barrio saludable», comentaban en redes sociales. Algo parecido pensaban los vecinos que estaban a pie de manifestación.

«Cualquier mañana de fin de semana está todo lleno de orines y huele a vómitos toda la plaza», comentaba Carmen, que vive en la misma plaza de Honduras, donde hay decenas de locales de ocio y hostelería. «Mi hija y mi yerno vivían en mimismo edificio y se han ido porque el niño pequeño que tienen no podía dormir, y ahora los veo menos. ¿Me va a solucionar esto el señor Ribó?», se preguntaba su compañera Adela. Pueden parecer problemas de poca importancia, y quizá lo son si se vivieran una única vez al año, o al mes, pero es que la situación se repite día a día.

«Ahora parece que están más tranquilos por los exámenes, pero cuando terminen...», decía José Ramón, vecino del zona, que se explayaba posteriormente en una metáfora sobre los encierros de los Sanfermines. Quizá la situación está mejor estas semanas, pero aún así en las terrazas de la calle Serpis apenas quedaba, a última hora de la tarde de este jueves, una sola mesa libre. Y una amplia mayoría ocupada por gente joven.

Cuando se pregunta a los asistentes a la manifestación, que ha discurrido por Blasco Ibáñez entre Músico Ginés y Manuel Candela, por las palabras del concejal de Protección Ciudadana, Aarón Cano, que dijo que la gente que hace botellón «son nuestros hijos, hermanos o primos» y que no se puede ir «contra el botellón» porque no es una guerra, de las gargantas de los manifestantes surgen expresiones incrédulas. «Pues no será porque no hemos visto sangre por las noches...», desliza una vecina, acompañada de sus dos hijos pequeños.

Del tema habló el alcalde de Valencia, Joan Ribó, en la mañana del mismo jueves. «Estamos trabajando en la zona con inspecciones y vigilancia», dijo el primer edil, que apuntó que conocen la petición de la ZAS. «Sabemos que esta opción está ahí y que se ha hecho en otras zonas de Valencia, pero no nos gustaría llegar a eso», dijo el alcalde. A Woody, Juan Llorens y El Carmen podría seguirle en breve Ciutat Jardí, si vecinos, hosteleros y Ayuntamiento no hacen algo pronto. La mano, por parte de los residentes, está tendida, pero los ánimos en la manifestación, que no es la primera y, aventura, tampoco será la última, estaban este jueves caldeados.

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