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Sertorio no padeció ninguna derrota en Hispania porque cuando las tropas de Pompeyo llegaron a las murallas de Valencia estaba en la Bética y sus lugartenientes tuvieron que apechugar con la batalla. El resultado conocido fue la destrucción de la ciudad en el 75 a.C. hasta los cimientos, algo de lo que no se empezaría a recuperar hasta 70 años más tarde.
'La Valencia que queremos' ha dedicado sus tres primeros reportajes sobre el patrimonio histórico de la ciudad al pasado rural, industrial y el más vulnerable por ese orden. El cuarto debe ser por lo tanto para el que pasa más desapercibido, aquel conocido sólo en ocasiones por historiadores y guías turísticos. Y una parte sustancial de lo oculto se debe al peor aspecto del ser humano, la violencia.
De ahí que la destrucción de Valencia en una de tantas guerras civiles romanas sirva de arranque a esta somera recopilación, aunque en este caso no está oculta sino a la vista de todo el público en el centro arqueológico de la Almoina. Los visitantes pueden conocer al detalle todo lo que ocurrió, dado que los arqueólogos encontraron mucho más que el rastro de la ceniza de la ciudad perdida.
En una de las zonas expositiva luce por decirlo así los restos del esqueleto de un soldado al que le faltan los brazos y las piernas. No hay constancia documental de lo ocurrido, por supuesto, aunque por antecedentes de otras ciudades fue uno de los defensores de Valencia torturados como ejemplo. En la Antigüedad, un buen descuartizamiento era el mejor mensaje.
El centro arqueológico ha terminado el mandato con varias obras proyectadas y que todavía no están en marcha. Los últimos años, la presencia de humedades y goteras ha sido la pesadilla del Ayuntamiento, que decidió renovar la exposición arqueológica por completo.
Veintiún siglos después de que sucediera la batalla a los pies de la muralla romana, la violencia no había cesado todavía. En la plaza del Ayuntamiento, la fachada principal muestra los desconchados por la metralla de uno de los bombardeos de la aviación italiana, frecuentes sobre todo en la zona del puerto. Tan acostumbrados están los viandantes que pasan desapercibidos.
En 2017, coincidiendo con el aniversario de aquel destrozo, el Consistorio realizó una exposición fotográfica donde lo más espeluznante era la escalera imperial destrozada por completo, con un boquete por donde cabría un coche, huella de la bomba caída. Después de la contienda fue reparada con el aspecto original, que se ha conservado hasta hoy.
Una placa en la calle recuerda aquello, por desgracia repetido en otros edificios como los Docks del puerto, pendientes de transformar en un centro de datos en el caso de que se formalice el concurso iniciado por el Ayuntamiento.
Por cierto, los detractores de la reforman han pedido la declaración de la nave como Bien de Relevancia Local, entre otras cuestiones por su importancia en la Ley de la Memoria Histórica, algo que debe dirimir la Generalitat. También hay numerosos refugios antiaéreos que señalan aquella violencia.
Otros son insospechados para los viandantes. Es el caso de la gran pechina de piedra construida junto al paseo del mismo nombre, en el lecho del viejo cauce a la altura de Casa Caridad. La pieza procede de la Edad Media, cuando la Junta de Murs y Valls decidió decorar las marginales, aunque su fama se debe a que hasta el siglo XIX era el lugar utilizado por la Inquisición para tirar al río los cadáveres de los ajusticiados. Aunque hay distintas versiones entre los investigadores, parece que allí acabó el cuerpo del maestro Gaetà Ripoll, quien fue el último ajusticiado por esta institución en España, en concreto por un tribunal que la había sustituido.
En los años 20 del pasado siglo salió a la luz de nuevo al retirar arena de la marginal, aunque su aspecto actual con una barra protectora se debe a unas obras acometidas durante el anterior gobierno municipal, que la dejaron de nuevo al descubierto durante la construcción de un carril bici.
Allí acababan los ajusticiados de la Inquisición, pero ¿Dónde se realizaban las ejecuciones en Valencia? Tanto las de esta institución religiosa como la del Estado convergían en la plaza del Mercado, un lugar espacioso enfrente de la Lonja donde se montaba el cadalso, dado que la mayoría eran ahorcamientos, aunque el garrote vil también formaba parte del repertorio.
Nada de eso salió en las obras de reurbanización de la plaza, por supuesto, ni siquiera una mención. El Mercado Central no existía entonces, aunque sí la Lonja y posteriormente la iglesia de los Santos Juanes. Seguro que estos recintos se llenaban de público deseosos de asistir al espectáculo. Los ajusticiados por la Inquisición, por cierto, eran quemados en una zona de la actual calle Sanchis Bergón, antes denominada Quemadero en el callejero de Valencia.
El número de ejecuciones variaba en función del siglo y las circunstancias. En 'La pena capital en el siglo XVII', de Pablo Pérez y Jorge A. Catalá, habla de 885 documentadas aunque sólo en 381 se detallan las causas. Los archivos han llegado a nuestros días en muy malas condiciones por incendios, inundaciones y falta de mantenimiento. Aún así, los conceptos de bandolerismo, asesinato, falsificación de moneda y robo encabezan los motivos de las conocidas, seguidos de las revueltas contra el poder establecido, de lesa capital también.
El aumento de las ejecuciones dio lugar precisamente a la creación de la Cofradía de Inocentes y Desamparados en el siglo XIV, aunque es después cuando la Inquisición entra en juego con toda su fuerza destructiva. Tenía la sede en el desaparecido Palacio Real, en el jardín de Viveros, y disponía de cárcel propia en otro inmueble de la ciudad.
Como se sabe, la imagen de la Mare de Déu era colocada sobre los ataúdes de ajusticiados, náufragos o personas que morían sin nadie que pudiera darles sepultura. De ahí la peculiar forma de la 'Geperudeta' que todos han podido admirar recientemente para celebrar el centenario de su coronación en 1923. Unos fastos alegres y que poco tenían que ver con lo acaecido siglo atrás en Valencia.
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Doménico Chiappe | Madrid
Javier Bienzobas (Gráficos) y Bruno Parcero
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