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ÓSCAR CALVÉ
VALENCIA.
Jueves, 17 de mayo 2018, 01:06
Santa Catalina de Siena es una de las imágenes más impactantes de Valencia. Obviamente está relacionada con este personaje, o, hilando fino, con uno de los reflejos devocionales que suscitó en nuestra ciudad. Cualquier excusa es óptima para hacer historia. Ingredientes no faltan. Un cementerio judío, un violento asalto, los Reyes Católicos, El Corte Inglés, el barrio de Orriols y Paterna caben en este relato del que muchos de ustedes fueron testigos en su episodio capital. Por partes.
La dominica Catalina Benincasa (1347-1380), más conocida como Catalina de Siena, fue contemporánea a Sant Vicent Ferrer. Ambos alcanzaron la canonización en el mismo período. El valenciano en 1455. La sienesa en 1461. Para entonces, otro Vicente y otra Catalina, los dos martirizados en el siglo IV, representaban dos de los santos más venerados tanto en Valencia como en todo el continente europeo. Así se explica que en la segunda mitad del siglo XV, coincidiendo con la proliferación de conventos dedicados a los dominicos recién canonizados, resultara habitual que muchas urbes contaran con una reciente iglesia dedicada a Sant Vicent Ferrer y otra más antigua a San Vicente Mártir. En idénticas circunstancias, un buen número de ciudades tenían una antigua parroquia bajo la advocación de Santa Catalina de Alejandría, la mártir, y otra, lógicamente más moderna, dedicada a Santa Catalina de Siena. Nuestra historia dominical gira alrededor del convento valenciano de Santa Catalina de Siena. Muchos sabrán que fue demolido casi íntegramente medio siglo atrás por su estado ruinoso. También conocerán que aquel espacio lo ocupa hoy la primera tienda que construyó en la ciudad de Valencia el citado centro comercial. El origen y el complejo destino de parte del convento, y el de sus moradoras, no son tan notos.
Hace unos días dimos un paseo por las puertas medievales de la ciudad. Exactamente frente a la 'dels jueus' (plaza de Los Pinazo) se encontraba el cementerio de esta comunidad que desde la Reconquista (1238) y hasta finales del siglo XIV, vivió con cierta tranquilidad. Se produjo un cambio de dirección en 1391. En plena ola de ataques cristianos a infinidad de aljamas judías peninsulares, estalló el famoso pogromo que acabó con el barrio hebreo en Valencia: los judíos de Valencia se irían paulatinamente de la ciudad, recalando en su mayoría en Sagunto. El 'fossar dels jueus' perdió su funcionalidad. En el año 1393, el rey Juan I permitió a los pocos judíos que seguían en Valencia -asentados en un proyecto de nueva aljama que no fructificó- el traslado de los restos de sus antepasados a un nuevo cementerio, muy probablemente sito en el barrio de Ruzafa. Los conversos (judíos convertidos al cristianismo en su mayoría de forma coercitiva) levantaron sobre el viejo 'fossar' una capilla donde hacer patente su fidelidad a la Cruz. Toda una necesidad si recordamos que estaban constantemente en el punto de mira de la Iglesia. Aquella pequeña capilla erigida sobre el antiguo cementerio judío fue el embrión del convento de Santa Catalina de Siena. Este se levantó, según algunas fuentes, a petición de tres mujeres residentes en Valencia que pertenecían a la tercera orden seglar dominica. Nicolasa Calatayud, Leonor García y Juana Pons habrían solicitado a Gaspar Fayol, vicario general de los conventos reformados dominicos de la provincia de Aragón, la construcción de un convento para la clausura de aquellas mujeres que renunciaban al mundo temporal en el seno de la orden predicadora. Fayol pidió a Fernando el Católico que se pronunciase al respecto y el rey otorgó licencia para la elevación del nuevo convento dedicado a Santa Catalina de Siena, quien, junto a Sant Vicent Ferrer, encarnaba un modelo de santidad adecuado a los propósitos reformadores de los Reyes Católicos.
La capilla fue habitada por las tres mujeres en enero de 1491. Meses después otras religiosas de procedencia valenciana y barcelonesa aumentaban la comunidad, pero las obras del convento se dilataron cerca de medio siglo. Los primeros años se sucedieron las expropiaciones de las casas colindantes, así como las donaciones de terrenos. La iglesia, el único espacio 'supérstite' del convento (más abajo entenderán las comillas) se construyó a partir de 1525 y se consagró el 4 de febrero de 1543, como rezaba una placa de la que dio cuenta el historiador Teixidor. El enorme conjunto conventual -de los más grandes de Valencia-, no perdió su buen estado hasta entrado el siglo XX. Los grandes destrozos de la Guerra Civil se repararon en parte mediante una reforma en 1942. La riada de 1957 asestó un nuevo golpe. El histórico convento era un pozo sin fondo de gastos para las religiosas, además de incómodo. En 1968 se puso a la venta. Adquirido por El Corte Inglés, se construyó una tienda colosal llamada a transformar el corazón comercial de la ciudad.
En realidad no fue coser y cantar. En 1969 un artículo de Juan de Contreras y López de Ayala, marqués de Lozoya (y catedrático de diversas universidades), solicitaba que el convento fuera declarado monumento histórico-artístico para evitar su derrumbe. Nacía así una comisión experta encargada de resaltar el valor patrimonial del conjunto. La nueva junta lamentaba la sistemática desaparición de los conventos diseminados antaño en nuestra ciudad, especialmente desde 1900. Ahí van dos ejemplos. En 1911 se derribó el convento de San Gregorio para construir el Teatro Olympia. En 1964, otro convento que ya había sido expropiado el siglo anterior, el también dominico convento del Pilar, fue derruido, salvándose su iglesia, un par de capillas y algún que otro vestigio. Les cito este último caso porque guarda ciertos paralelismos con lo que ocurriría con el conjunto de Santa Catalina de Siena. El convento podría desaparecer, pero no su iglesia, de probado valor patrimonial.
En 1970 el Ayuntamiento decidió que la iglesia se desmontase por piezas para ser reubicada en un nuevo emplazamiento. En concreto en el barrio de Orriols, muy próximo al entonces recién inaugurado campo del Levante (septiembre de 1969). El anterior entrecomillado de 'supérstite' advertía de que la iglesia no pudo transportarse íntegramente pese a la minuciosidad de la operación. Me explico. Los elementos pétreos fueron numerados y recolocados en la reconstrucción levantada en el barrio periférico, de acuerdo. Pero los muros no pudieron correr la misma suerte: los originales se construyeron con la técnica del tapial tan empleada en nuestro territorio, a saber, tierra y mampostería apisonada en un encofrado deslizante. Era imposible su despiece y posterior traslado. Nada se podía hacer por ellos. Consecuentemente, se construyeron de nueva obra los muros perimetrales, eso sí, respetando las dimensiones originales para facultar la readaptación de elementos pétreos originales como las bóvedas o la portada. Pero cuidado. La diversa orientación de su fachada principal, o la incorporación de otra portada proveniente de la iglesia de San Miguel y San Esteban (la que hay frente al Jardín Botánico) evidencian que si uno está con ánimo puede jugar a las diferencias. La antigua iglesia de Santa Catalina de Siena, reconvertida en la iglesia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón del barrio de Orriols se finalizó en el año 1975. En 1976 se celebraron ya los primeros oficios litúrgicos.
Las monjas dominicas que vivían en aquel céntrico y desaparecido convento se trasladaron en 1970 a un nuevo monasterio de Santa Catalina de Siena, pero esta vez construido en Paterna para estas religiosas. Aquella moderna casa dominica tuvo una vida mucho más exigua que el primitivo convento. Apenas duró cuatro décadas. Curiosidades del destino o providencia divina, el espacio que ocupaba era del interés de una multinacional alemana dedicada al bricolaje. A las dominicas se les adjudicó un PAI por parte del ayuntamiento de la localidad. Y sí, la llegada de la empresa alemana supuso la creación de un nuevo convento para las dominicas, el tercero de esta historia. Se estrenó en 2014. También en Paterna, su estética contemporánea es acorde a los avances tecnológicos. Sus habitantes, en su mayoría ancianas, disponen de adaptaciones indispensables para personas con movilidad reducida. ¿Imaginan las caras de Nicolasa, Leonor y Juana ante la evolución de su convento?
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