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TAMARA VILLENA
Valencia
Viernes, 27 de abril 2018, 18:34
Hay algo común en la mayoría de objetos que nos rodean en nuestro día a día: una lavadora, un ordenador o hasta la nevera. Son inventos tan integrados en nuestra rutina que no nos damos cuenta de lo que facilitan la vida, pero ahora imagina cómo sería esta sin ascensor: volver de viaje y tener que subir las maletas a mano hasta el último piso, recoger la botella de butano, llevar la compra o hasta ir a la terraza a tomar el sol. ¿Imaginas una ciudad sin ascensores? ¿Rascacielos de diez o más pisos sin nada más que escaleras? ¿Una Valencia donde el Miguelete dejase de ser un edificio excepcional?
La primera referencia a lo que podría considerarse un elevador se remonta al 236 a. C y desde entonces ha ido evolucionando hasta conseguir subir cientos de pisos en cuestión de segundos. Su mejora y modernización han provocado de manera directa la formación de skylines espectaculares gracias a la proliferación de edificios cada vez más altos, que se han convertido en parada turística por sus vertiginosas vistas.
Lo que ahora parece toda una odisea, era la aplastante realidad hasta la aparición del primer elevador eléctrico, cuya instalación en viviendas y edificios puso las costumbres de la sociedad (y su actividad física) patas arriba. La primera instalación de este invento la realizaron los hermanos Otis en Estados Unidos cerca de 1889, pero no llegó a Valencia hasta 1901, con la construcción del edificio Camaña Laymón en el número 17 de la calle de la Paz.
El autor de este bloque de viviendas fue José Camaña Laymón, da nombre a esta antigua finca rectangular de la que también era propietario. Recayente a tres calles, el edificio solo tiene un único acceso, en la calle de la Paz, y cuenta con un patio interior central. A dos viviendas por planta, la construcción es una de las creaciones más atrevidas de Camaña, en la que se atreve a experimentar con una composición conceptual, bastante avanzada para una época en la que se seguían unos criterios arquitectónicos más racionalistas.
Su diseño opta por la claridad y muestra ya en la misma fachada cuál es el principal material empleado en el bloque, acero laminado, en un intento de ser lo más fidedigno posible a la 'piel' de la edificación. Vigas con perfiles metálicos se aprecian a través de sus cornisas y balcones, formando una fachada que destaca por la sencillez y el orden jerárquico en la disposición de los huecos y elementos. Las decoraciones son más bien escasas, pero la fama de ser el primer edificio con ascensor eléctrico en Valencia le avala como un vestigio arquitectónico y cultural de la ciudad.
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