![El Palmar, Valencia | El Palmar, una isla que sigue a flote por el turismo y la tradición](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202202/21/media/cortadas/palmar-fot-kP2H-U1601054621585jAF-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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Por la carretera de acceso se pueden leer los anuncios, que se suceden como trailers antes de una película, algunos con spoiler incluido: «El mejor paseo en barca». Los puentes, que sólo aceptan el ancho para un vehículo, obligan a parar haciendo inevitable contemplar el ... paraje. Otro mensaje subliminal aparece, esta vez en forma de pintada: «Pobles vius».
El Palmar sigue con vida pero no precisamente como le gustaría. En la plaza, a primera hora de la mañana, las terrazas ya están montadas, los letreros sobresalen de las fachadas anunciando arrocerías, más de treinta en una pedanía de un kilómetro de largo. Con las terrazas a punto, pero vacías, las pizarras recién actualizadas y apenas nadie por la calle, es en la tienda centenaria de Mila, que también es estanco, donde a esa hora hay más ajetreo.
Mientras atiende a un par de clientes recuerda su infancia; cuando jugaba con los otros niños en la calle y cuando casi todo el pueblo, porque ella aún lo considera así, se dedicaba a la pesca. «Eso se ha perdido, todos se acaban yendo a Valencia», se lamenta. Ahora que El Palmar es una isla tratando de salir a flote, Mila augura que «mientras los restantes funcionen este pueblo seguirá con vida». Con los escasos servicios y la pobre inversión municipal, lo que esta claro es que esta isla sale a flote gracias a sus propios vecinos.
Y en eso está también de acuerdo Pepe, que trabaja en una de las arrocerías de la plaza, junto a la fuente. «El Ayuntamiento de Valencia debería preocuparse más en cuidar todo esto, los accesos son un desastre, han habido accidentes graves, y los fines de semana esto se llena».
Aquí es donde entra la acción en la película; no todo el pueblo está conforme con el boom de los atardeceres para postear en Instagram ni con el parque de atracciones de paella con paseo en barca incluido, como se deduce de la irónica descripción de José.
«Antes había ajetreo, ambiente de fin de semana, la gente venía a comer o a cenar, pero ahora es un circo, una feria y en cierta manera me molesta, me gusta salir al lago y ver un entorno tranquilo, ahora se paran en cada camino, te aparecen en bicicleta...pero entiendo que al final aquí vivimos de esto, es lo que nos mantiene», dice. Él creció pescando con su padre y la crisis le hizo pasar de trabajar en el sector de la construcción a dedicarse al cultivo del arroz. «Nunca me había dedicado a la agricultura, llevo ya siete años y la verdad que me gusta, es duro, pero trabajar en el campo, en este entorno», comenta señalando hacia el lago.
De esas tradiciones también sigue viviendo la pedanía, aunque según José cada vez cuesta más. «Del arroz se puede vivir si trabajas para alguien, pero cada vez todo está más caro, los abonos, la mano de obra, y sin embargo el precio del arroz sigue igual, también han bajado las subvenciones y todo nos va mermando», lamenta.
De la pesca era de lo que tradicionalmente vivía el pueblo, ahora les da la vida pero de otra manera. «Hay gente aquí que lo ha hecho toda la vida, y ahora que ya son mayores y no están como para salir, pero aún así siguen pescando pero no para vivir sino por pura distracción», dice Rafa, que es el nieto de uno de los grandes de la pedanía, también lo fue su madre, la primera en emprender la lucha para pescar.
«A las mujeres no les dejaban pescar, y una de las demandantes fue mi madre, ahora está todo super normalizado pero fue fuerte, ahora hay más gente pescando de la parte de esas cinco mujeres que de la parte que se oponía», relata. Rafa nunca lo había probado, aunque convivió con ello. Después se le metió en la cabeza y no ha podido dejarlo. «Es algo que siempre me ha llamado la atención y que me gusta, realmente te levantas muy pronto, vas con tu barca, te sacas un jornalillo, y nadie te dice nada, los más jóvenes somos mi hermano, un amigo y yo que tenemos ya 44 años; nadie vive de esto pero porque la gente no sabe hacer red y no sabe cómo se pesca, no está por la labor», explica. Los fines de semana trabaja en el restaurante de su madre y de lunes a viernes sale a pescar.
Rafa sigue haciendo esa red con la que lleva ya dos días. Cuando la coloque comprobará si funciona y si algo falla, vuelta a empezar. En El Palmar aunque les preocupa su futuro, no les importa el tiempo. «Por eso me gusta la vida aquí, de aquí no me mueve nadie», sentencia Rafa.
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