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Sobre el sonido monocorde de los tambores que rompe el silencio reverencial de un distrito entregado a la Semana Santa Marinera, el encuentro de los Cristos del Salvador en la calle Escalante ha sido el primer acto del Viernes Santo. En un barrio tomado todavía por el gris del amanecer, antes de que el sol despuntara sobre la vieja torre-miramar del número 205 de la calle Escalante, las dos imágenes han quedado frente a frente antes de comenzar la procesión por el Marítimo tras varias oraciones por los fallecidos en el mar.
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Olvídense de organizados recorridos. Esto es el Cabanyal. Aquí la fe se vive de forma tumultuosa, casi pírica. Los portadores de las tallas tenían que abrirse paso entre la multitud que buscaba la foto con sus teléfonos móviles. «Numerario, por favor», pedían, para que las bandas de cornetas y tambores empezaran a moverse. «Señora, no nos empuje», decía una señora que acababa de abrirse paso a empujones. «Vamos a la playa» o «nos metemos por Mossén Planells y atajamos y así los vemos de cara» eran algunos de los comentarios de los expertos.
Por las calles aledañas se extendían pequeños grupos de bandas de cornetas y tambores que se ensayaban mientras la procesión enfilaba Pintor Ferrandis hacia el mar (ahora se entiende lo de Mossén Planells: atajando por ella se coge la procesión de cara). Hay algo misterioso en la forma en que el sol despunta sobre el dorado de los estandartes y en la algarabía de un barrio que lleva en su ADN tanto la Semana Santa Marinera como los madrugones: no esperen caras de sueño. Hoy es día grande en el Cabanyal.
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