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Diez de la mañana. Calle San Vicente Mártir en su cruce con la plaza de San Agustín. Centro de Valencia. La ciudad despierta. Los valencianos salen de sus casas en el primer día desde marzo del año pasado en el que es posible estar sin mascarilla en espacios abiertos. Pero la protección sigue ocultando la mayoría de los rostros. Se impone una prudencia mayor que la de del Gobierno con su decisión de abrir la mano con esta medida. Aproximadamente en una proporción de un 80 por ciento, las mascarillas siguen puestas entre quienes deambulan por las calles más transitadas de la ciudad.
Y no solo entre los jóvenes, los teóricamente más vulnerables al no haberles alcanzado el proceso de vacunación. También muchos mayores y otras personas con pauta completa de inmunización seguían ayer con la tela sobre sus vías respiratorias en el primer día del levantamiento de la obligatoriedad de la mascarilla en toda España.
La mascarilla sigue siendo obligatoria en Metrovalencia y TRAM, también en andenes y estaciones
Incluso de camino a la zona del río, en los jardines del Turia, donde los espacios de tránsito y esparcimiento son mayores que en las aceras, un buen número de ciudadanos mantenían la mascarilla. Eso sí, la proporción de personas sin protección era visiblemente mayor en las zonas de chalés o próximas al campo.
Es el ejemplo de espacios como Valterna, en Paterna, o la urbanización de Campolivar, en Godella. Allí las cantidades se invertían y fueron más los que decidieron salir sin mascarilla a los quehaceres o paseos matutinos. Confiaban los consultados en «una menor densidad de tránsito» de peatones y, por tanto, en «una mayor posibilidad» de mantener la regla de oro: la distancia de seguridad de metro y medio.
Lo mismo sucedía en espacios de la ciudad más abiertos y próximos al mar, como la playa, el Paseo de Neptuno o la Marina de Valencia. En estas zonas que lindan con el litoral el uso de la mascarilla y su ausencia era, aproximadamente, al 50 por ciento.
Los que optaron por descubrir su rostro lo hicieron también con prudencia. Una de las imágenes más repetidas fue la de las mascarillas en las muñecas, en la barbilla o, sencillamente, colgadas de la oreja. Muy a mano para subir al autobús, entrar en un comercio o conversar con otras personas.
Francisco Moreno, de 63 años salió a las 8.30 horas de casa a por su café cortado. Y lo hizo sin mascarilla. «Pero he visto que me cruzaba con mucha gente y he decidido que mejor llevarla. En los semáforos del centro es imposible mantener la distancia de metro y medio», valoró. Similares cautelas las de Mari Paz, valenciana de 33 años. «No me la quito. Aún no me han vacunado, suben los contagios y la incidencia, cada vez hay más brotes como el de Mallorca, y eso me preocupa».
Al contrario que Marian Romero, de 52. «He salido con temor, pero al final me la he quitado. Hay que tirar hacia adelante, ir ganando confianza. Y me apetecía sonreír a quienes no llevan ya mascarilla, como un gesto de complicidad».
Pilar tiene 70 años y está ya vacunada. Pero el temor se le ha quedado. Y también la tela en su rostro. «Hay todavía muchos contagios. Hasta que no esté esto todo limpio», en referencia al fin de la pandemia, «no me la quito». Nerea, de 18 años, también la llevaba. «Dan miedo las nuevas cepas, brotes de fin de curso... Saldré sin ella cuando bajen más los contagios o esté vacunada, lo que llegue primero».
José Manuel, de 63 años, iba a rostro descubierto. «Ya me han vacunado y me siento más seguro. En verano es un agobio la mascarilla y confío en que si las autoridades nos dejan quitárnosla será una decisión meditada».
No opina lo mismo otro viandante, José Antonio, quien a sus 53 años ya cuenta con pauta completa de inmunización. «Creo que es un poco pronto para eliminar la precaución». Y puso el ejemplo de Israel, «donde la quitaron y han vuelto a hacerla obligatoria». Además, «vale la pena dejársela puesta por comodidad, para no estar quitándola y poniéndola todo el rato en los semáforos, donde se concentra mucha gente en calles del centro».
Ricardo Ruiz es un quiosquero de 58 con su puesto de venta en la acera, entre Matemático Marzal y San Vicente Mártir. Su preocupación era que ahora «muchos más clientes se acercan sin mascarilla». Y hay productos expuestos. Ricardo estaba decidido a instalar una pantalla protectora para garantizar la salubridad en su negocio.
El presidente de la Generalitat, Ximo Puig, celebró el «gran avance» que supone la flexibilización del uso de la mascarilla, pero apeló a la «prudencia» ante el repunte de casos, «especialmente entre los jóvenes». Pidió «no olvidar ni tirar» la protección. «Si dudas, mascarilla», enfatizó.
Su recomendación es llevar la tela «puesta o en el bolsillo». Y «seguir usándola ante cualquier duda sobre su obligatoriedad, la falta de ventilación o la sensación de vulnerabilidad».
Para el presidente, «ha llegado el momento, después de un año y tres meses de esfuerzo en común, de volver a respirar sin filtros». «Después de 469 días de paciencia responsable», elogió, «la mascarilla deja de ser obligatoria al aire libre». Y el gesto «de quitarnos la mascarilla simboliza un gran avance y una pequeña victoria», remarcó.
Puig estima que la Comunitat ha llegado al verano «en una posición de esperanza». Y defendió que sigue «a la ofensiva frente a la pandemia». Y reflexionó: «Ahora viene el verano, un tiempo de alegría responsable de recuperación anímica que todos necesitamos».
Con todo, parece que la mascarilla aún se quedará un buen rato. Muchos ponen el umbral en la vacunación completa. O en una reducción de contagios aún mayor. El miedo al virus sigue en la calle y la mascarilla se percibe como el mejor escudo. Aunque nos digan que ya no hace falta.
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