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ÓSCAR CALVÉ
VALENCIA.
Sábado, 19 de mayo 2018, 19:37
Olviden el ancestral dicho «Pel maig, llana al mercat». Si tienen previsto hacer la compra en el Mercado Central, les propongo un nuevo refrán: «Maig i tot l'any, turistes al mercat». La pasada semana ha sido noticia la firma de un protocolo acordado por el Ayuntamiento de Valencia y la Asociación de vendedores del Mercado Central. El citado documento tiene como objetivo armonizar el uso secular del recinto como lugar de venta de víveres con otro más novedoso, el de las visitas turísticas. Estas han alcanzado tal magnitud que repercuten negativamente en la venta de un gran número de puestos, no en la de todos, claro. En cualquier caso, un runrún flota en el aire del edificio. El Mercado Central parece entrar en la órbita recorrida por otros muchos mercados europeos que acabaron rindiéndose a su propio éxito (en ocasiones a su fracaso), y que transformaron de manera ostensible los servicios que prestaban antaño. El tiempo dirá si el Mercado Central es capaz de continuar su trayectoria o si por el contrario se aboca a una nueva forma de vida.
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En Valencia contamos con precedentes conocidos. Muchos de ustedes recordarán el cambio notable del Mercado de Colón. No hace tanto funcionaba como tal, como lugar de venta de víveres al servicio de los vecinos del entorno. Sus puestos fueron cayendo en desuso paulatinamente, sea por el merecido retiro de sus propietarios (quienes ya lamentaban la proliferación de las grandes superficies), sea por el estado obsoleto de algunas de sus instalaciones por la ausencia de remodelaciones. No quisiera contaminar de sentimentalismo los hechos. Simplemente es una realidad. Donde 'ayer' comprábamos alimentos, hoy los consumimos tras ser trabajados por excelentes cocineros. Madrid, Barcelona, Florencia, Roma... En todas ellas se dan casos análogos, aunque algunos mantengan un mínimo porcentaje de puestos de venta de productos frescos. El asunto parece marcar tendencia también en nuestra ciudad. No es de extrañar. Existen hasta 17 mercados municipales en Valencia. Muchos de ellos ya han pasado o están pasando por este reacondicionamiento de forma y de contenido. De lo contrario, muy posiblemente, serían ruinas de edificios modernos: su funcionalidad original ya había quedado reducida a la mínima expresión. Renovarse o morir. El último en dar este paso es el mercado del Grao. Resisten 4 puestos heroicos. Sus valientes propietarios tendrán garantizada su renovación tras la profunda reforma a la que se está viendo sometida la estructura. Incluso aquellos que parecen gozar de mejor salud -dejando a un lado el Mercado Central-, ya miran de reojo esta 'cirugía'. Un barrio tan en boga como Ruzafamuestra su mercado lleno de vitalidad los sábados. De lunes a viernes la historia es muy distinta. Por cierto, veamos un poco de la historia de los mercados en nuestra ciudad.
Descuella, cómo no, la del Central. Lógicamente no existió como tal hasta principios del siglo XX, pero tiene su más antiguo precedente durante la misma Reconquista, cuando en 1261 Jaume I concedió licencia para la creación de un mercado semanal (los jueves) en aquella zona, dando origen al 'vall del mercat'. Su éxito motivaría que un siglo después fuera de carácter diario, justificando la histórica designación de la 'plaça del Mercat', pero nada de estructuras fijas. Su aspecto no diferiría en exceso de los mercadillos ambulantes actuales. Además, en aquel siglo XIV otros negocios de venta de abasto para la ciudadanía estaban en pleno corazón urbano, junto a la desaparecida Casa de la Ciudad. Los nombres de plazas como la de las Gallinas o la de la Fruta, ambas contiguas a la catedral de Valencia, advertían los productos ofertados en los correspondientes espacios.
Sabemos que las principales carnicerías se ubicaban en las desaparecidas calles que conformaban la Plaza Redonda. También el lugar en el que se hallaban algunos hornos de pan, caso del que estaba junto a la calle Calabazas. Por cierto, no se engañen, en la susodicha vía no se vendían calabazas en tiempos tan pretéritos. Es más, no consta que se comercializara allí tal hortaliza en ningún momento. En aquella vía, ya entrada la Edad Moderna, se extendió la producción y venta de un objeto con forma de calabaza para el disfrute de un producto que ya entonces se vendía como narcótico, el tabaco para fumar. Las 'calabazas' en cuestión eran una especie de pipa o cachimba. Ya en aquella época (siglo XVI) era obvio que la plaza del Mercado se había convertido en el referente mercantil urbano. Tanto para los consumidores que compraban 'al detall', como para los inversores, quienes movían negocios más grandes en la recién construida Lonja de los Mercaderes de Valencia. Algunos años más tarde, el caballero francés Bartolomé Joly, reconocido viajero que pasó por nuestra ciudad a principios del siglo XVII daba cuenta del carácter vivo del mercado valenciano. Aunque desconocemos si sufría las aglomeraciones del actual Mercado Central, los indicios apuntan a responder afirmativamente: entre los delitos recurrentes destacaban los cometidos por los descuideros. Un clásico que no pasa de moda y que muchos hemos sufrido.
La plaza del Mercado presentaba cada vez más negocios. Por ejemplo, junto a las tiendas de alimentos, librerías y exposiciones de lienzos proliferarían en las 'covetes de Sant Joan', construidas a comienzos del siglo XVIII. Ya en 1839 se creó el Mercado Nuevo, en parte producto de la desamortización que afectó al convento de las Magdalenas. Pero aquel mercado estaba llamado a tener una efímera vida por la precariedad de sus instalaciones (si se pueden considerar como tales el alzamiento de modestos pabellones de madera y el reaprovechamiento de algunos pórticos).
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La expansión urbanística de la Valencia de finales de este mismo siglo supuso un primer punto de inflexión de los mercados de la ciudad. Aunque rudimentarios, nuevas barriadas extramuros que empezaban a configurarse disponían de sus propios mercados para evitar incómodos desplazamientos. El mercado de San Sebastián en los aledaños de la plaza homónima, más tarde reconvertido en el mercado de Rojas Clemente, es un buen ejemplo. Por otra parte, algunas poblaciones que se anexionaron a la capital pasaban a conformar, con sus respectivos y primitivos núcleos comerciales (poco más que una concentración de toldos), un nuevo plano de mercados municipales. Es el caso de Ruzafa, entre otros. Por su parte El Cabanyal, en la época Poble Nou de la Mar, alzaba en 1869 su primigenio y hermoso mercado, existente durante más de ocho décadas.
No obstante, dos proyectos casi coetáneos estaban llamados a transformar el sistema de abastecimiento de Valencia. El primero -en teoría, pero no en la práctica-, era la construcción de un nuevo mercado que, paradójicamente, sustituyera al Mercado Nuevo. Los concursos de proyectos para su diseño comenzaron en 1882 pero su inauguración oficial sólo se produjo en 1928. Algunos años antes, en 1916, el Mercado de Colón ya estaba operativo para satisfacer una demanda que se remontaba tiempo atrás, cuando el Ensanche ya era un hecho y los vendedores ambulantes, comerciantes aviesos, sacaban tajada desproporcionada a sus negocios con los víveres. El crecimiento urbano requería más espacios de venta. En 1923 se construía un mercado de abastos en la plaza de San Agustín, lugar donde tradicionalmente los agricultores ofrecían directamente y a la intemperie sus productos.
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Muy poco antes de la Guerra Civil se levantaba el mercado de Mosén Sorell. En 1933 fue inaugurado otro mercado muy especial. El de las flores, en la desaparecida 'tortada' de la actual plaza del Ayuntamiento fue, por el espacio y por el producto allí vendido, uno de los más románticos de la ciudad. El estallido bélico interrumpió la ejecución del Mercado de Abastos de Valencia, finalmente construido entre 1940 y 1948, en las afueras de la ciudad, en un lugar clave del comercio valenciano de un tiempo no tan lejano. Tras la posguerra se levantaron gran parte de los mercados municipales actuales, otrora medidores del pulso de sus respectivos barrios. En serio peligro, la transformación de sus servicios amenaza los puestos tradicionales, salvo en el Mercado Central. ¿O también? «Whatever will be, will be», cantaría Doris Day.
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