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MAR GUADALAJARA
Sábado, 30 de mayo 2020, 00:32
No sorprende que la palabra miedo sea la que más repiten los hosteleros que se preparan para poner de nuevo a funcionar sus cocinas. No les asustan las medidas higiénicas, ni implementar la limpieza o extremar la protección de todos sus empleados. No temen las sanciones, ni a las inspecciones, porque saben que todo está en regla y que cumplen con la orden. Su temor está en si serán capaces de resistir a lo que les viene.
«Serán unos meses muy difíciles y veremos si aquí aguantamos todos», augura Vicente Patiño, gerente y jefe de cocina de Saiti. En su restaurante de calle Doña Germana de Valencia, el teléfono ya suena para preguntar. «La gente tiene ganas de venir y poco a poco se animan», dice con cierto optimismo y dejando claro que su objetivo como el de la mayoría del sector es velar por la salud del cliente: «Lo importante es esperar que estén lo más a gusto posible y que así vayan volviendo poco a poco».
Los sonidos de la actividad en los bares y restaurantes, el barullo de la gente o los olores de la comida recién servida en las mesas, hasta ahora detenidos, dan vida a la calle y a las ciudades. Pero muchos permanecían cerrados porque tras el confinamiento los número no salen. «Tardamos en abrir porque sólo con la terraza no cubríamos gastos, ahora nos sigue dando miedo empezar a trabajar y no llegar, es lo que nos preocupa», reconoce Toni Fernández, dueño de Bar Marvi, en la calle Santo Justo y Pastor.
Después de una semana de desinfección y limpieza ya está listo para volver a dar la bienvenida a sus fieles. «La gente nos estaba pidiendo que volviéramos, los vecinos del barrio y los clientes de siempre son los que más nos apoyan y no han dejado de llamarme, también amigos y reservas hasta para almuerzos», comenta Fernández.
Sin embargo, el estado de la hostelería en la Comunitat lo califican de crítico. Con ese diagnóstico, la recuperación se prevé lenta, así lo han asumido. «Tenemos claro que la recuperación será a largo plazo a dos años vista», calcula Raquel López, propietaria de A Huevo, en calle Salamanca. Hace algo menos de tres años que abrían sus puertas sin pensar que algo así podía ocurrir. «Somos un restaurante pequeño y no hemos podido abrir hasta ahora, nos ha sido imposible, además de que teníamos miedo de la euforia de la gente», reconoce López.
Tienen todo listo, confían en que tienen una clientela respetuosa y vuelven con ganas de trabajar. Su problema está en «la incertidumbre de lo que va a pasar realmente».
Trabajar, trabajar y trabajar es lo que quieren. Perdieron las noches de sobremesa de Fallas, los almuerzos y comidas al sol de las vacaciones de Semana Santa y ya dan por perdido el impulso que les daba el turismo en verano. Pero siguen adelante. Poco a poco vuelven a contratar a sus empleados, recuperar el personal, a sus proveedores, las colaboraciones con socios y parece que el engranaje gira de nuevo, pero eso sí, va mucho más despacio y tiene menos fondo que hace dos meses. La reclamación es clara: «Necesitamos ayuda sí o sí», dice Patiño que insiste «detrás de nosotros hay mucha gente trabajando, tiene que ayudarnos de alguna forma o al menos que nos lo pongan fácil, por favor».
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