ELENA GARCÍA
Miércoles, 13 de julio 2022, 00:54
La ciudad se llena, cada verano, de turistas que desean visitar el centro histórico de Valencia. La apuesta del Ayuntamiento para esta área, a parte de peatonalizarla, ha sido restringir el acceso a vehículos convirtiéndola en zona APR (Áreas de Prioridad Residencial). Las calles están más calmadas. Se escuchan las pisadas de los visitantes y un murmullo mezclado de diferentes idiomas.
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Pero lo cierto es que ha sido una medida muy conflictiva que preocupa a los comerciantes del barrio. Como Juan Bonet, trabajador del bar Cafetín, que cuenta mientras posa para la cámara que temen no poder dar un servicio de calidad si tienen menos clientes porque los que tenían no se pueden desplazar hasta el local. Después de los primeros años de la pandemia la hostelería por fin tiene la oportunidad de empezar a remontar, pero estas nuevas medidas todavía dejan a los hosteleros con más mesas vacías que antes del parón mundial.
JOSÉ V. | CHARCUTERO
Este problema no solo afecta a los bares del barrio sino a todos los comercios, entre ellos la charcutería de José Verdeguer, que se encuentra en el mercado de Mossén Sorrell. «Ya está mal la faena y la APR no ayuda», comenta dentro del recinto. «La gente no va a venir aquí en taxi y se nota mucho en la afluencia de clientes», destaca con la conversación de unos turistas británicos de fondo, que son los únicos que se encuentran en el local. Lo que no entiende el propietario es cómo entran en la zona coches que claramente no tienen permiso cuando vecinos de la calle paralela a su charcutería han tenido problemas para poder acceder.
Más sobre multas de tráfico en Valencia
El acceso prohibido a no residentes preocupa también a la vecina Carmen Monleón. «En caso de que necesite un fontanero que venga a mi casa, si no le doy una aplicación le pueden poner cinco multas, como ha pasado, y luego hay que estar pendiente para ver si se las quitan», explica mientras se toma un vaso de agua en un bar. Le molesta también la falta de flexibilidad porque dice que sus amigos y familiares ya se acercan menos a verla al no tener dónde dejar el coche. Otra vecina, Ángela Izquierdo, le ve el lado bueno a la propuesta porque opina que este cambio lo que ha hecho es «minimizar el uso del vehículo y ayudar a cambiar la cultura del coche, que afortunadamente está teniendo una evolución positiva en Valencia». Carmen sin embargo piensa que esto se puede solucionar limitando los aparcamientos.
Maricarmen | Panadera
Está a favor de que se incorporen medidas diferentes para limitar el tráfico el propietario de Frutos Secos del Carmen, Manuel. «Creo que somos el único barrio de Valencia donde no se han puesto ni bolardos ni sistemas manuales de control. Se han puesto unas cámaras y se están forrando a poner multas», cuenta desde su tienda que lleva en propiedad de su familia desde 1975. «Llevo viviendo aquí más de 50 años y si lo que el Ayuntamiento quiere es regular el tráfico, ya lo hizo con el plan de peatonalización del barrio del Carmen», asegura. Tiene claro que lo que se está buscando es la compensación económica, no una solución para disminuir la circulación de coches. «Hasta la señal que hay en la calle Corona es una señal que no existe. Tienes que bajarte literalmente del coche para intentar entenderla», recalca algo irritado.
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Maricarmen M. | Vecina
Lo que les parece excesivo a la mayoría de comerciantes y residentes es la forma tan radical en la que se ha cortado el tráfico. «Mejor sería que dieran un poco de flexibilidad, porque todas las personas que vienen a comprar no pueden ni siquiera aparcar un momento», cuenta Maricarmen, trabajadora de la panadería San Bartolomé.
Juan B. | Camarero
También quedan todavía trabajadores y visitantes que desconocen el nuevo sistema de cámaras y de vigilancia. De hecho, los vecinos y los comerciantes del barrio son perfectamente conscientes de que hay casos de clientes o familiares que, desconocedores de la situación, entran al barrio sin darse cuenta y terminan con una o varias multas sin saber muy bien qué ha pasado.
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Se da la circunstancia de que en el barrio se extiende lo que parece un velo de miedo a expresarse. Muchos comerciantes no quieren ni oír hablar de la APR por no entrar en conflicto con otros habitantes de una zona que lucha por no quedar encerrado en sí misma.
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