Javier Domínguez, prestigioso arquitecto de índole humanista, cuya firma es habitual en las secciones de Opinión de LAS PROVINCIAS, lleva largo tiempo promoviendo un debate ... público sobre la influencia que a su juicio deberían tener la arquitectura y el urbanismo en la construcción de la conciencia ciudadana. Desde esta premisa, se permite un rodeo cuando se le pregunta sobre el destino que daría al edificio de Correos: prefiere empezar señalando que «la gestión de grandes equipamientos culturales es ahora mismo mala», tanto a escala nacional como en el nivel local. «Olvidamos que cualquier infraestructura es una gran palanca de desarrollo urbano y que por lo tanto no debería haber la visión cortoplacista que domina ahora en España», un pecado que tiene su propia derivada valenciana. Y pone como ejemplo, el Museo de Bellas Artes «eternamente inacabado, a pesar de que tiene la mejor colección de tablas de pintura gótica que hay en España y tal vez en Europa».
Una enfermedad endémica que Domínguez atribuye a los conflictos «de las taifas autonómicas». Y cita otro caso, también muy cercano: «El Museo de la Ilustración de Valencia, que es una obra más que digna del arquitecto Vázquez Consuegra, pero que carece sin embargo de contenido». En general, Domínguez opina que la gestión del patrimonio público en la Comunitat es mejorable, teoría que le sirve para respaldar su punto de vista mediante un suceso aún reciente: «Liquidaron la obra de Moreno Barberá, el edificio de Agrónomos, para que sin embargo no termine de empezar la ampliación del Clínico». Tejer y destejer el catálogo global que contiene este tipo de bienes, «como si fuera el tapiz de Penélope» conduce su discurso a una conclusión: «No se puede trasladar la confrontación partidista a la educación y la cultura, porque al final impera una visión alejada de la ciudadanía».
Luego de este discurso en abstracto, Domínguez desciende a lo concreto. A su juicio, el edificio de Correos sería una sede idónea para un Museo de la Historia de la Ciudad, que albergara «lo mejor de las excavaciones arqueológicas, que ahora mismo están en un almacén, metidas en cajas en la plaza de Maguncia». Sería un museo «con un sentido amplio» de la historia de la ciudad, que prestara atención a las artes menores, la arquitectura, el urbanismo… Pone como posible modelo el Museo que Jean Nouvel ideó para el Quai de Branly parisino, destinado a la exhibición de las artes primitivas, «que es museo, taller y escuela». «Un concepto muy innovador», añade Domínguez, para quien el futuro de Correos debería tener en cuenta el aprovechamiento del subsuelo de la plaza del Ayuntamiento «para una labor museística», inspirándose también en París: en este caso, en la pirámide que permitió la ampliación del Louvre bajo la cota cero.
Y un par de sugerencia más: una, imposible de cumplimentar. «Se debería haber comprado el edificio sabiendo ya cuál iba a ser su destino. No esto de primero lo compro y luego ya pienso para qué lo quiero». Y dos, una idea que aún está a tiempo de ejecutarse: que el futuro de Correos nazca de la colaboración entre lo público y lo privado. Una opinión que abrocha con la expresión de un deseo: sea cual sea el destino final del inmueble, le gustaría que que un hipotético museo que albergaran sus muros huyera de esa pretensión tan dañina que dibuja en estos términos: «No nos empeñemos en reescribir la historia».