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Las manecillas del blanquecino reloj de Adif marcan la una. Pero no la del mediodía, un instante en el que la estación valenciana bulliría de ... actividad, del sonar de los pasos apresurados de viajeros y el rodar de las maletas. En Joaquín Sorolla ya se desdibuja la medianoche, con el tiempo corriendo demasiado lento en la madrugada del mayor apagón de todos los tiempos. Junto al regazo de Amalia hay una estampa de la Virgen de Guadalupe. La mujer intenta encontrar una postura comoda con la espalda apoyada en un banco largo. Sobre sus piernas, su hija. O lo que se intuye de ella. Sara duerme tendida a su lado con la cabeza recostada en la pierna de su madre, con una manta que la cubre entera y apenas deja ver una melena morena. Entre las manos de la anciana de pelo blanco, un rosario. La mujer reza en silencio. La mexicana sólo lo rompe para mostrar su anhelo. «Ahorita 'na' más pienso en que el expreso llegue mañana a tiempo para que podamos coger un vuelo en Madrid y volver a nuestro país».
Amalia es parte del cerca de centenar de viajeros varados al caer el sol por el 'Armaggedon' eléctrico en la estación Joaquín Sorolla. Su tren debió salir el lunes por la tarde. Imposible en plena batalla contra gigavatios, dudas y silencios. A un centenar de metros de madre e hija mexicanas, en un rincón tras la estatua del viajero, Samuel se arrebuja bajo una manta. 'Tucho' también lo intenta, pero el constante abrir y cerrar de la puertas automáticas de los ocasionales viajeros que salen a encender un pitillo hacen que el perro mestizo no cierre los ojos y emita algún que otro ladrido que añade surrealismo a la nocturna escena en Joaquín Sorolla. «Quillo, ¿me invitas a un cigarro?», pregunta a este reportero un joven que acompaña a Samuel. Los dos iban a coger un tren a Madrid para después enlazar con Málaga cuando el país se vino abajo por el terremoto eléctrico.
Aquí y allá aparecen las mantas rojas en la noche más larga de la estación valenciana. El color de las prendas de abrigo entregadas por los voluntarios de Cruz Roja para ayudar a pasar la madrugada a los viajeros atrapados. Los más afortunados disfrutan de las camillas elásticas instaladas por la ong a los pies de la tienda de chuches 'Candy and Go'. Una amarga metáfora para una experiencia nada dulce. «¿De quién este móvil? Señora, déjele al caballero que cargue un poco su teléfono». Un vigilante de Adif ruega que se turnen en la maniobra en uno de los enchufes de la estación, un bien de lujo para tener los terminales operativos. Un joven cuela su mano entre las rejas de la cerrada cafetería Pausa (otro nombre apropiado para un placentero viaje pero irónico en esta interminable velada) para cargar su móvil en un punto del bar. «No creo que mañana me cobren…», dice con media sonrisa a una chica que le acompaña. El anhelo de seguir en contacto con familiares y amigos tras horas en vilo sin poder hacerlo.
6.30, Barcelona. 6.57, Madrid. 7.42, León. El panel de salidas de Adif parpadea impasible sobre las cabezas de algunos de los pasajeros que se acercan a los carritos con víveres instalados por Cruz Roja. El 'self service' de los náufragos de la luz. Bocadillos, barritas energéticas, palmeritas, galletas, zumos, 'snacks' salados, botes de paté… Pocos se aproximan a cogerlos. Prefieren descansar, soñar con que la pesadilla del apagón acabe y les permita llegar con los suyos. Bajo la parafarmacia se sientan más que se tumban Lidia y dos amigas. «Teníamos que estar ahora llegando a Bilbao, vamos a ver a unas amigas. Pero el tren a Madrid no salió y aquí estamos», explica la joven rubia. A su lado, los menos afortunados usan dos sillas de publicidad de Mahou como improvisada hamaca.
A las puertas de Joaquín Sorolla lucen los destellos azules de un coche patrulla de la Policía Local. Velan por la seguridad de los viajeros. Los agentes se turnan para hacer patrullas entre los pacientes y durmientes pasajeros. Se afanan especialmente en vigilar la zona habilitada como dormitorio por Cruz Roja. Atentos a evitar que cualquier pillaje se sume al suplicio de los afectados por el apagón. Hasta cuatro trenes de Alta Velocidad permanecen en los andenes. Encendidos y con personal dentro. Los encargados de Adif que están por la estación no quieren confirmar si también duerme dentro gente, aunque sin duda lo parece porque algunos viajeros entran y salen de la zona acotada.
Bajo otro de los relojes, los bancos sin respaldo de la estación se han convertido en improvisado e incómodo dormitorio para decenas de pasajeros. Algunos utilizan cartones para dormir en el suelo. Da igual si junto a una papelera. Las mesas que la cafetería Pausa ha dejado junto a sus locales hacen también las veces de cama. Una pareja de novios duerme. Al menos lo intenta ella apoyada sobre el hombro de él. Porque él no deja de mirar con ojos desconfiados ante cualquier ruido. Especialmente cada vez que un ladrido del intranquilo 'Tucho' rompe el espeso silencio de la estación.
Manuel emplea la manta roja de Cruz Roja como colchón. Si se le puede llamar así. De almohada, una mochila. A su lado, un casco blanco. «Me había salido un trabajo en una obra de León. Veremos qué pasa cuando llegue…», lamenta mientras echa de vez en cuando una mirada que quizás quiera ser de optimismo al panel de salidas y al renglón de '7.42, León'.
«¡Guau, guau!». Samuel agarra a 'Tucho' antes de que se levante de su lado. El rodar de una 'trolley' despierta de nuevo al perrillo blanco. «Animalico», sonríe con pena y dulzura Amalia. Lo hace antes de volver a su oración y a hacer girar la cuentas de su rosario. «Virgen de Guadalupe, madre de las Américas, te pedimos por todo», nos dice que reza en uno de los instantes de la oración. El vigilante de Adif la mira y suspira. Y mientras, Sara, la hija de la pareja mexicana, se arrebuja de nuevo, horas después del gran apagón, en la larga noche de las mantas rojas de Joaquín Sorolla.
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