Es el 29 de abril del año 2020, hace casi cuatro años. En la fase crítica de la pandemia, la necesidad de ayudar a la ... población se multiplica, de acuerdo con una estrategia que implica a diversos ámbitos (lo público pero también lo privado) y se enfoca hacia distintas vertientes: de lo sanitario, a lo económico, pasando también por las acciones solidarias. En este último ámbito se ubica la presencia en Valencia de World Central Kitchen, la asociación que pilota el cocinero José Andrés, de reciente y triste actualidad como consecuencia de la muerte de siete colaboradores abatidos en Gaza por un bombardeo israelí. Con el célebre chef asturiano colaboran desde su restaurante valenciano Carito Lourenço y Germán Carrizo, dueños de Fierro. Una prestigiosa casa de comidas de Ruzafa, que luce una estrella Michelin, que por aquella época tuvo que cerrar: eran los días del confinamiento, un momento que ambos aprovecharon para enrolarse en las pacíficas tropas de José Andrés y ocuparse de echar un mano a los más necesitados de entre nosotros. Por ejemplo, las personas que viven sin hogar en Valencia. Maltratados por la vida, especialmente golpeados en aquellas semanas: cuando no tenían ni para comer.
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Ese 29 de abril ejemplifica muy bien la clase de auxilio que Lourenço y Fierro prestaron a los sintecho valencianos. Su día empezaba temprano, embarcados en varias gestiones antes de ponerse al frente de los fogones: la principal, administrar las donaciones de alimentos que hicieron llegar a WCK anónimas y generosas manos solidarias. A primera hora de la mañana, ya estaba la pareja de cocineros en el CDT, el organismo que tutela la formación valenciana en hostelería, para poner en marcha el dispositivo que garantizaría lo que en algún momento pareció imposible: dar de comer a tantos y tantos hambrientos, que habían visto desaparecer de sus rutinas el hábito de alimentarse. En las imágenes de aquel día vemos a los dueños de Fierro preparando la comanda, atendiendo a quienes como el pandero Jesús Machi llegaron hasta el CDT con furgonetas llenas de pan (otro gesto desinteresado y modélico) o dirigiendo la flota de voluntarios que se encargaban en las cocinas de disponer el menú. Ensaladas, platos de pescado, cazuelas de albóndigas, raciones de fruta… Un completo servicio de comida, dispuesto además con mimo: como si los más pobres de Valencia se sentaran a la mesa del mejor restaurante.
«Cuando llevábamos una semana de estado de alarma», recuerda Lourenço, «contactaron con nosotros telefónicamente desde World Central Kitchen». De ahí nace la propuesta de ocuparse de quienes carecen casi de todo para que al menos tuvieran garantizadas las preceptivas comidas diarias: una encomienda que cristaliza gracias a esa corriente de solidaridad que los cocineros de Fierro agitan y que cuenta desde el minuto uno con el apoyo, también ejemplar, de otros colegas de profesión. «Estábamos todos con ganas de colaborar», advierte la cocinera. Fue entonces cuando se formaron bajo su dirección los primeros equipos de trabajo, mediante una férrea organización de trabajo: Lourenço se ocupa de diseñar los menús, hacer los pedidos, gestionar las donaciones de materia prima… Carrizo, por su parte, distribuye el trabajo de acuerdo con una lógica muy precisa: «Dentro de World Central Kitchen hay dos áreas, una de producción y otra de distribución. Nosotros nos encargamos de la primera, diseñando un menú cada quince días, que se elaboraba el día anterior». Un plan ejecutado gracias a las cuatro cocinas del CDT donde trabajaron durante aquel improvisado restaurante solidario, que aseguran el cumplimiento de su objetivo central: que de lunes a domingo, a las doce de la mañana ya estuvieran listos para ser distribuidos todos los menús.
Es el instante en que entra en juego otra ong, el Banco de Alimentos, gracias al concurso de una empresa del sector de la alimentación, Makro. Sus trabajadores llegaban a CDT para llevarse los tapers perfectamente alineados y embolsados con primor: 1.200 raciones diarias que se repartían en apenas dos horas y media por toda Valencia, con especial dedicación a las zonas de la ciudad donde habitaban de mala manera los indigentes que por entonces se habían quedado sin esa mano de cariño solidario y nutritivo. Jornadas de trabajo agotadoras para los cocineros de Fierro y su equipo de ocasión, «muy intensas», según recuerdan, aunque con una recompensa gratificante y satisfactoria: imaginarse, mientras se tomaban un descanso, la ilusión con que los destinatarios de su esfuerzo recibían las raciones de comida. «Es muy bonito. Compensa todo el esfuerzo», subrayan.
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Es un mensaje de enorme emoción que transmiten también con una comprensible dosis de sentimientos a flor de piel: en un video que WCK produjo para testimoniar aquellos días en que desplegó por Valencia su actividad, se ve a quienes acampaban a raso junto al colegio de los Jesuitas sonreír de agradecimiento cuando recogen su pedido, un gesto que tal vez no esperaban. Y en las bolsas donde se distribuye su comida, luce el logo de World Central Kitchen, el mismo recién bombardeado en un acto de extrema crueldad. Y su eslogan, que ahora adquiere una triste lectura luego del bombardeo israelí: 'Queremos ayudar, ayúdanos'.
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