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«A mi abuelo un día lo sacó de casa el ejército israelí cuando mi padre era sólo un niño. Vivía en la frontera de Gaza. Lo cogieron a él y a otros palestinos y los metieron en una excavadora. Los lanzaron a una fosa en Cisjordania. Mi abuelo se libró de que le pegaran un tiro porque se hizo el muerto. Pasaron muchos años hasta que supimos que estaba vivo». Magued Nassar tiene 23 años. La sangre palestina corre por sus venas.
Rubén Dalva tiene 53 años. Nació en Tel Aviv. Prefiere no entrar en «las diversas narrativas que circulan, pero es innegable que a lo largo de 70 años Israel se ha tenido que enfrentar a amenazas provenientes de países musulmanes, especialmente aquellos en sus fronteras. Querían la exterminación del pueblo judío». Rubén aporta otra información: «En 2008 fue un palestino el que se apoderó de una excavadora. Causó el caos en Jerusalén. Comenzó a embestir vehículos y transeúntes. Se perdieron cinco vidas. Cuatro israelíes murieron y también el propio conductor. Ese episodio dejó muchas heridas».
Magued responde perplejo: «No se puede comparar un acto aislado con lo que hizo un ejército contra todos los mayores de edad». Rubén sabe lo que es salir de su país con sólo cinco años para buscar un futuro mejor. Lejos de las bombas, la muerte y la tensión diaria de una vida entre soldados. En un momento en el que palestinos e israelíes se ven removidos por la guerra de la franja de Gaza, Magued y Rubén se abrazan. Lo hacen en Valencia. A más de cinco mil kilómetros del conflicto pero con el corazón y el alma en aquellas tierras. Allí siguen los suyos. Ellos temen. Pero Magued y Rubén están dispuestos a dialogar el uno con el otro. Mostrando que es posible congeniar sin importar el lugar de nacimiento. Los entrevistados comienzan a hablar en la puerta de LAS PROVINCIAS. Sin conocerse. En medio de la conversación, el joven se dirige a Rubén: «¿Es contigo con quien tengo que hablar?» Después de recibir una respuesta afirmativa, Magued esboza una sonrisa honesta. «¡Qué guay!».
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Antes de conseguir reunir a Magued y a Rubén, este periódico se puso en contacto con más de 20 personas con vínculos palestinos e israelíes. En busca de lograr generar un ambiente pacífico en medio del caos. En el que el discurso de Israel y de Palestina pudiera escucharse lejos del rugido de las bombas. De los gritos y reproches. Más de una veintena de «no» por respuestas después, Magued y Rubén acceden a dialogar entre ellos.
Al israelí le gusta referirse a su interlocutor como «compatriota». Y Magued acepta el apodo. Es más, deja claro que no tiene nada en contra de los judíos. «No entiendo por qué se genera tanta hostilidad entre las religiones. Ni por qué siendo compatriotas no tenemos los mismos derechos que vosotros», dice el chico. Reclama que exista un control sobre su frontera, un aeropuerto, pasaporte, sanidad pública y de calidad y colegios que no hayan sido construidos por ONGs.
Dos corazones partidos entre Oriente y Occidente. Magued no tuvo la oportunidad de nacer en su tierra. Su padre aprovechó una beca que le dieron por su excelencia académica para crear una familia lejos de la guerra. En Valencia. «Ahora ha estallado, pero los ataques de Israel siempre han sido constantes», lamenta. Prácticamente no puede hablar con su familia «Atacaron los túneles, la única alternativa para que lleguen los suministros». Rubén le contesta diciendo que Israel es uno de los países que proporciona agua y electricidad gratis a la franja de Gaza y que sólo piden que dejen la violencia. En Gaza todo es muy caro y la mayoría de gente no tiene ni agua ni electricidad antes del estallido «muchos niños sólo prueban la carne en fiestas.
La percepción de sus respectivos países es opuesta. A Rubén se le iluminan los ojos al hablar de Israel. «Es un estado muy avanzado, tanto tecnológicamente como socialmente. Se respetan mucho los derechos de las personas homosexuales y de las mujeres. Hay mucha libertad», comenta con orgullo. Repite que hay israelíes que son palestinos. Trata de expresarle a su compañero que a diferencia de lo que puede creer, Israel es un estado inclusivo. Una pausa. Magued frunce el ceño. «Los palestinos israelíes no tienen derechos en comparación con los judíos», sentencia el chico. El israelí argumenta que no sólo «tienen los mismos derechos. Tienen hasta un partido político en el parlamento de Israel». Y asegura que en los países musulmanes no hay representación política de los judíos. Y Magued defiende que en Palestina no «ha habido nunca persecuciones de judíos».
«Mi familia sabe que no hay ni un metro cuadrado en Gaza que sea seguro ahora mismo», dice Magued con el corazón en la garganta. Y a Rubén se le eriza la piel. «Me revuelve el estómago los fallecidos palestinos que son civiles». Sus amigos tampoco se sienten seguros en Israel. «En mitad de esta guerra nadie está a salvo».
Cuando Magued habla de Palestina, lo hace con nostalgia. «No tenemos libertad de movimiento. No tenemos derechos». A lo que Rubén responde: «Es la organización terrorista de Hamás la que limita la libertad de los palestinos». La última vez que Magued viajó a su país tenía 12 años. De aquellas noches en su adorada tierra recuerda a la perfección una bola de fuego que se alzó en el cielo mientras trataban de dormir. «Me contaron que era un ataque del estado sionista de Israel. Que pasaba a menudo». Más de una década después, todavía no olvida esa luz cegadora. Ni el miedo que sintieron tanto él como sus seres queridos. «Israel también recibe ataques diarios de Palestina desde siempre», contesta Rubén. Aunque aquellos que sí que logran alcanzar a su país son devastadores. El israelí también está en un grupo de WhatsApp con los amigos de su tierra natal. Pendiente de que los suyos sigan en pie y le puedan contar lo que están sufriendo. «Los judíos intentamos no enfocarnos demasiado en las desgracias. Las llevamos viviendo desde hace años», cuenta. Sus padres vieron en el país un lugar en el que establecer su hogar. Es hijo de padre turco y madre española. Ambos judíos. Su padre incluso combatió en la guerra de los 6 días. «Yo acababa de nacer cuando se metió en el ejército. Después de aquello, cuando tenía cinco años, decidieron marcharse a Bruselas», cuenta Rubén. Las oportunidades laborales se juntaron al hartazgo de vivir rodeados de violencia y ataques constantes. Para él: «Si los países musulmanes dejan las armas llegará la paz. Si Israel deja las armas, desaparecerá». Pero Magued recalca que el «Islam significa paz y sólo admite el uso de armas de manera defensiva. Atacar ofensivamente va en contra de nuestra religión».
«Mi padre me contó que cuando vivía en Palestina iba a trabajar recogiendo almendras. Los israelíes le pegaban latigazos mientras. Todo por una miseria de sueldo», desvela Magued. Enfadado de que su familia haya atravesado por un apartheid, es decir, una segregación por razones étnicas.
Rubén en lugar de recordar las vivencias de sus padres, se enfoca en el 'ahora'. «Lo que más tristeza me produce es que no son dos ejércitos luchando. Es un ejército combatiendo contra los terroristas que siguen a Hamás», opina el hombre. Se remite a las últimas noticias para basar su razonamiento.
«No van a matar a los militares. No es ninguna casualidad que Hamás utilice escudos humanos. Como los 1.400 civiles que mataron y a los 200 a los que secuestraron el 7 de octubre», concluye el israelí. Aun así, cree que su nacionalidad es un peso con el que tiene que cargar. «Decir que eres proisrraelí tiene un coste por el poco conocimiento de lo que sucede en Oriente Medio. Israel no vende propaganda de los ataques que recibe constantemente de los terroristas de Hamás y Hezbolá», cuenta con pena. Magued también lo condena y recuerda que en Gaza «se castiga colectivamente. El 52% de las 2.5 millones de personas aglutinadas son niños. Igual que un tercio de los asesinados».
«En Valencia no se ha hecho ninguna manifestación a favor de Israel», lamenta Rubén. «Nosotros llevamos dos. Pacíficas», responde Magued. Sabe que al decir que tiene sangre palestina encontrará la aceptación. «Porque todos saben que somos los oprimidos». Su interlocutor niega con la cabeza. Le repite que el enemigo real de los palestinos es Hamás. «Me entristece mucho que las manifestaciones propalestinas sean un continuo ataque a las sinagogas, escuelas y embajadas. Además de recibir el atentado más cruel nunca visto en Oriente Medio se nos intenta criminalizar», denuncia Rubén. Magued le responde: «Hamás llegó al gobierno de manera democrática. No se puede castigar colectivamente a n país por lo que haga su gobierno».
Ambos sabían que la tensión entre ambos países iba a acabar detonando. Pero no así. «El conflicto histórico entre Israel y Palestina era como una olla a presión», dice Magued. A Rubén tampoco le sorprende. Para él, todo proviene del acuerdo que Israel y Arabia Saudí estaban a punto de firmar «porque Hamás y sus seguidores terroristas van en contra de la paz» Para él: «La paz llegará cuando los palestinos comprendan que su enemigo no es Israel, sino Hamás. Yo no voy a mezclar a los palestinos con Hamás», opina.
Dos realidades muy distintas. Dos hombres que en medio del caos han decidido izar la bandera blanca por tratar de buscar un nexo de unión. Dos almas que se estremecen cada vez que ven que se amontonan las víctimas mortales de ambos bandos. Y unen sus voces: «Ojalá la guerra no acabe mañana, que acabe hoy».
E l sentimiento de identidad está presente sin importar a cuántos kilómetros te encuentres de tu tierra natal. «Somos unas 17 familias en Valencia y estamos muy unidas entre nosotras» desvela con orgullo Magued Nassar. A pesar de que solamente haya 137 palestinos en la provincia de Valencia según la EPA, se trata una de las mayores comunidades de toda España.
Los israelíes que viven en Valencia están casi en tablas a los palestinos que residen en la ciudad. Son 127 los que habitan en la provincia según los últimos datos ofrecidos por la Encuesta de Población Activa (EPA). Rubén Dalva detalla: «La comunidad judía en Valencia es muy pequeña en comparación con otras comunidades en España u otros países». Además, la comunidad judía se entiende por su diversidad. Algunos pueden ser judíos sefardíes, es decir, personas con ascendencia judía que vivieron en la península ibérica y en especial aquellos que fueron expulsados tras los edictos de 1492. O también 'ashkezaníes' o 'mizrajíes', dependiendo de su lugar de procedencia.
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