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José Copete, 'Copetillo', contempla con ojos de nostalgia la fachada del patio donde estuvo Palets. Jesús Signes
Palets, la tienda que vistió de luces el toreo de Valencia

Palets, la tienda que vistió de luces el toreo de Valencia

La casa, establecida en la calle Guillem de Castro, se dedicó hasta mediados de los años ochenta a alquilar trajes de torear a jóvenes aspirantes a triunfar en las plazas entre los que se encontraba El Soro

Laura Garcés

Valencia

Lunes, 5 de agosto 2024, 00:20

Fue la casa donde Valencia vistió los sueños del arte de torear. Era el establecimiento donde tomaban las armas y el vestido los fervientes aspirantes a maestros de las plazas; los deseosos de reinar en los ruedos donde la gloria suena a emocionado olé entre aplausos y clarines. Se llamaba Palets y alquilaba trajes de luces. Abría sus puertas en la calle Guillem de Castro, un poco más allá de la esquina con San Vicente, donde todavía se adivinan las tardes de festejo, las grandes y también las de los tristes pitos, del cercano coso de la calle Xàtiva. Hasta allí, hasta ese patio donde un día estuvo la casa que atendía la señora Consuelo, viaja hoy LAS PROVINCIAS en compañía de José Copete, 'Copetillo', un torero y maestro de la Escuela Taurina de Valencia, junto al crítico de toros de este periódico, José Luis Benlloch.

«Era la casa madre», sentencia 'Copetillo', que en alguna ocasión acudió a visitarla. ¿La madre? Sí, acercarse al establecimiento -que hoy al escuchar hablar de él se antoja templo de la tauromaquia- para que te vistieran era «nacer al toreo», añade Benlloch. Y por si no bastara, era una mujer, la señora Consuelo, quien atendía. Tras la mirada al joven que buscaba vestido de torear le facilitaba la pieza para que pasase al probador y tras ajustarse «el paquete» -lo más difícil de conseguir al vestirse para el arte- darle el visto bueno. Era madre del establecimiento y también maestra. «Le pedías lo que querías, te miraba y te sacaba la chaquetilla, o la taleguilla. Y te lo clavaba». Y ante las palabras de nuestros compañeros de viaje, se descubre que era alma de la tienda: «Hoy, algunos no recuerdan haberse servido en Palets, sino en casa de la señora Consuelo», advierte el maestro de toreros.

«La primera vez que te ponías un traje de luces era allí. Te veías y pensabas: ahora sí que soy torero. Aquello te impresionaba», recuerda Copete. El establecimiento, abierto hasta mediados de los años ochenta del pasado siglo, alquilaba la ropa a los jóvenes -siempre cortos de bolsillo-, empeñados en ponerse delante de un toro incluso a escondidas de familias que no querían ni pensar que el vástago aspiraba a abanicar el capote ante un astado.

«Alquilar era el recurso que quedaba para poder salir a las plazas». Entonces, allá por los años sesenta y setenta del pasado siglo, era impensable vestir los sueños con traje propio. Eran tiempos en los que no sorprendía ver a las promesas defenderse del contrincante en el redondel con «la chaquetilla de un color y la taleguilla de otro distinto», apunta el torero. Benlloch añade que Morante, «ahora, cuando ha querido innovar ha salido con una pieza de cada color». Pero claro, lo del diestro de la Puebla es otra cosa. Las palabras de Copete lo aclaran: «Ya, pero antes era porque no se podía, él sí puede. Entonces ibas ahorrando pesetillas para poder llegar y pedirle a la señora Consuelo lo que necesitabas».

No pocas anécdotas se vivirían entre aquellas cuatro paredes que eran paso previo en el camino al burladero. Cuentan Benlloch y Copete que una de las grandes y populares es la de El Soro. El torero de Foios «siempre cuenta que cuando fue a alquilar un vestido de torear, la señora Consuelo, toda pudorosa, le dijo entra ahí ajústate el paquete y sales». El joven que iba para torero tardaba en salir; no había comprendido los términos: «No encontraba el paquete» que había entendido que debía buscar en el probador.

José Copete, 'Copetillo', y José Luis Benlloch ante la fachada de lo que fue Palets. Jesús Signes

Y ciertos son los toros. Fue el propio El Soro quien en estas páginas, hace sólo unas semanas, en una entrevista concedida a Héctor Esteban, relataba que el día que se acercó a Palets en busca de vestido de torear, «la señora de la tienda, antes de probarmelo, me dijo: recuerda, el paquete va a la izquierda. A los diez minutos, mi padre y ella, como no salía, entraron a buscarme al probador. Nene, te vistes o no, y yo respondí: es que por más que busco no encuentro el paquete por ningún lado».

Trajes usados de alquiler hasta que llegó la época de Ponce

Los trajes de Palets, que había que devolver a poder ser lo menos rotos posible tras la lidia, estaban usados, claro. «Los había oro, caña, tabaco, grana y oro viejo, pero viejo de verdad y con las lentejuelas bien ajadas», rememora Benlloch. Ni por esas se derrumbaba la ilusión de quienes se acercaban a la tienda que a lo largo de los años, «hasta la época de Ponce», pertrechó a «los toreros valencianos». No sólo acudían a equiparse y calarse la montera. También en Palets compraban ayudas, estoques, estaquilladores, banderillas, y cualquiera de los trastos requeridos para faenas de tardes iniciáticas en la suerte de las plazas. Y de Palets, al paseíllo. En la oferta de la señora Consuelo tampoco faltaban coloristas capotes de paseo.

Tras los apasionantes debuts de alquiler, el siguiente paso hacia el triunfo «era que un matador te regalara un traje usado si te acoplaba«. Y cuando ya la muleta se iba acercando a la gloria era la hora de acudir al sastre. »Una de las sastras de mayor notoriedad era Isabelita. Estaba casada con el matador valenciano Enrique Vera, conocida como la maestra Nati». Establecida en Madrid, muchos de esta tierra la visitaban para que les cosiera sus vestidos de torear. El vínculo estaba claro. El marido, Vera, aunque almeriense de nacimiento, de niño se vino a vivir a Valencia y ésta era su ciudad. Aquí se crió y aquí lanzó una carrera de éxito, además de hacerse un hueco en el cine con películas como 'Tarde de toros', 'El niño de las monjas' y 'El último cuplé', cinta ésta que todavía une más su figura a la ciudad del Miguelete de la mano de la productora valenciana Cifesa cuyo sello mostraba la emblemática torre. Cine y toreo, arte con arte a las orillas del Turia.

Y de la misma manera que con el tiempo los matadores se consagraban y pasaban de aquel establecimiento a las sastrerías, también por el mostrador de la tienda de Guillem de Castro discurrieron los años. Un día, «en la década de los ochenta, ten en cuenta que El Soro pasó por allí», advierte Benlloch, se acabó la vida de Palets. Pero, «sin que hubiera un punto y seguido», unos años después, levantó la persiana 'Marcelino. Ropa de torear. Objetos de arte', como versaba el rótulo que se podía leer sobre la puerta y el escaparate del negocio.

Marcelino, «que había sido novillero y banderillero, cosía capotes y muletas. Al amparo de todo ello, también alquilaba», aclara el crítico taurino de LAS PROVINCIAS. Era la época en la que «todas las niñas pijas bailaban sevillanas y empezó aquí El Rocío», añade Benlloch, lo que llevaba a la casa a ofrecer también trajes de faralaes y cuanto fuera necesario. Alquilaba y vendía, vestidos y los trastos para torear. Pero «este negocio duró poco, unos dos años».

Cuando Marcelino cerró, en torno a los años noventa, se acabó el alquiler de trajes de torear. Palets como primer referente del que queda memoria viva y la tienda de General Avilés como su seguidora, vuelven a demostrar que el comercio ayuda a escribir la historia de una ciudad y en este caso, también el del arte del toreo con sello de esta tierra. Desde la convivencia con la escasez hasta las visitas a las agujas de renombre, mucho han cambiado las cosas. Lo resumen los guías de nuestra visita a las tiendas que equiparon como correspondía el toreo valenciano: «Ahora los niños salen de la escuela de punta en blanco. Llevan unos botos que perfectamente les cuestan 500 euros. Salen inmaculados». Tal vez llegue el día en que ésa sea otra historia.

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