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El diccionario de la RAE define la voz pretil como «muro protector de poca altura a los lados de un puente»; también ofrece otra acepción: « ... Paseo a lo largo de ese muro». La dos entradas son pertinentes para familiarizarnos con una imagen entronizada en el imaginario ciudadano valenciano: el pretil (mejor dicho, los pretiles) que siluetean el viejo cauce del Turia son una presencia antiquísima, que fijan la imagen de la ciudad en nuestro subconsciente colectivo hasta hacerla casi invisible. Como están asociados desde hace largo tiempo a nuestra memoria, no reparamos en ellos. En su majestuosidad en los tramos del antiguo río más ricos en historia, en el discreto encanto que atesora la mayoría de ellos. El pretil forma parte del propio parque pero es una presencia discreta sigilosa. Un anonimato inmerecido: sin ellos, el tempestuoso río de antaño hubiera sido otro y también la ciudad que lo aloja se hubiera desfigurado. Reclaman por lo tanto unas líneas que reparen el desconocimiento que sufren.
Nada de esta historia que sigue hubiera sido posible si atender a la creación en 1358 del otro gran protagonista de este relato: un organismo llamado Murs i Valls, que nació precisamente para dotar de rigor técnico a las obras que ya por entonces procuraban someter al joven Turia y aplacar su caudal. Desde su origen, Murs i Valls (entidad llamada en realidad 'Fabrica Vella de Murs i Valls, y Nova, dita del Riu', ejerció como una suerte de Ministerio de Obras Públicas para las cosas del Turia a su paso por Valencia. Tiene su origen en un privilegio del rey Pedro IV en 1358, que ordena su creación bien hay precedentes de instituciones semejantse desde 1251. Y nació, como se puede suponer, a consecuencia de una crecida del río Turia, que obligó a realizar mejoras y nuevas obras en algunas infraestructuras dañadas, con una triple función. El departamento de Murs se encargaba del mantenimiento, reparación y construcción de las murallas, torres y puertas de la ciudad, mientras que el de Valls se ocupaba de mantener en buen uso los canales por donde circulaban las aguas fecales y restos de basuras de todo tipo, aprovechando las aguas de las distintas acequias que recorren la huerta y que hoy discurren bajo las calles de la ciudad. Había también un tercer organismo, el de caminos y puentes: aquellos que se encontraban dentro del término municipal también se sometían a su tutela.
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Pero la importancia principal de Murs i Valls se vinculaba en la organización política de la ciudad con sus atribuciones sobre los pretiles, las defensas que protegían a los valencianos de entonces de las acometidas del río. La entidad se encargó de su construcción entre los 1606 y 1674: una fortificación que disponía de siete kilómetros de longitud, construida en piedra para encauzar el río y proteger de inundaciones y riadas la ciudad y los arrabales o barrios cercanos al lecho del río. «El Turia, río de natural tranquilo, periódicamente se desbordaba de su cauce natural e inundaba los barrios cercanos, principalmente los situados en el margen izquierdo y además la fuerza de las aguas arrasaba puentes y todo lo que se pusiera por delante», como recuerda Díez Arnal.
Fue toda una proeza para la época. Las obras se iniciaron hacia 1592 entre el Puente del Real y el Puente del Mar y se dieron por finalizadas en 1596. A continuación se acometió un nuevo tramo: entre 1606 y 1674, la llamada Fàbrica Nova del Riu, continuadora de Murs i Valls, levantó entre los puentes de San José y Mislata otra defensa a base de pretiles, trabajos que prosiguieron a lo largo del cauce en distintas fases hasta que por fin se consideraron culminadas en su totalidad en 1729.
En la zona situada entre Mislata y la antigua Puerta de San José se colocaron diversos adornos de carácter decorativo, ya que por aquel entonces esta zona quedaba extramuros de la ciudad y formaba un largo paseo que invitaba a su disfrute. Algunos de aquellos elementos todavía resiste y ha pasado a formar parte de la vida cotidiana de los valencianos tal vez sin saberlo: ignorando que el popular paseo de la Petxina debe su nombre a una estructura en piedra con carácter decorativo que adopta la forma de una pechina, es decir, de concha de almeja. Fue encontrada en 1928 enterrada en el lecho del río y al ser ajardinado el cauce fue repuesta en su lugar con el mismo carácter que ha tenido siempre, la de servir como ornamento. Y de paso refrescarnos la memoria sobre aquel lejano tiempo en que el agua del Turia bajaba agitada, el río reclamaba los pretiles que lo amansaran y una institución llamada Murs i Valls nació para organizar la convivencia en aquella ciudad todavía de raíz fluvial.
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