Campanar y Safranar tienen mucho más que una terminación en común. La tragedia del incendio en el primer barrio convirtió al segundo en sinónimo de ... esperanza. Al menos, provisional. Fue allí donde el Ayuntamiento habilitó, contrarreloj, un edificio de viviendas de propiedad municipal para proporcionar techo a las familias que no tenían cobijo de parientes o amigos tras escapar de las llamas con lo puesto. Hoy apenas queda allí media decena de desalojados del incendio. Son los más vulnerables por su situación económica o familiar.
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Tras el desastre, el consistorio acordó el uso temporal del edificio de viviendas de Safranar. Se trataba de un bloque recién construido en un barrio emergente donde hubo que amueblar y acondicionar a gran velocidad para que las familias recuperaran, al menos, una pizca de la normalidad que las llamas también calcinó en minutos. Lo gestionó Vivienda con la colaboración de empresas como Ikea, cuya descarga de muebles en el bloque fue otra de las imágenes en la retina del desastre.
En menos de una semana, comenzó el goteo de realojos. Los vecinos llegaban con bolsas de ropa recién comprada o cajas con los pocos enseres que pudieron salvar. Fueron 214 los afectados que aceptaron reorganizar su vida en Safranar. Más tarde la cifra creció. En pocas semanas habitaban allí 229 realojados: 42 menores y 187 adultos. Juntos ocuparon 99 viviendas del bloque de la esperanza.
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Después el Ayuntamiento de Valencia prorrogó el plazo previsto de la cesión temporal hasta el 26 de agosto del año pasado, una vez conocida la fecha en la que finalizaba el tiempo para solicitar las ayudas concedidas por la Generalitat. «Debíamos unir nuestro trabajo con las ayudas autonómicas para seguir protegiendo y atendiendo a las familias», destacaba entonces el concejal Juan Giner.
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La Generalitat reguló ayudas para el acceso a una vivienda en alquiler para los damnificados de Campanar. Y poco a poco casi todos han ido marchándose. «Los que quedan ahora allí son únicamente» unas pocas familias «que están asistidas por los Servicios Sociales con alquileres sociales y que no pueden encontrar alternativa en otras viviendas por su nivel de renta», detallan fuentes municipales.
Son familias como Sergio y Alexandra, que habitan en el barrio junto a sus dos hijos de 9 y 7 años, su perro Gross y un conejo. La pareja bielorrusa llegó a España hace tres años, tras un viaje en coche de 3.500 kilómetros. Cargados de objetos personales e ilusiones, eligieron Valencia «por buenas referencias». Venían con un proyecto de negocio digital de Sergio bajo el brazo y así lograron un permiso de residencia ya extinto. Con sus ahorros pagaban un alquiler en Campanar mientras el emprendedor desarrollaba su idea y los pequeños se escolarizaban cerca del barrio.
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Todo iba según lo planeado hasta el 22 de febrero. «El día del incendio nos salvó estar con mi hijo pequeño en un cumpleaños y Sergio, con la mayor, en su entrenamiento de tenis», describe Alexandra. Cuando volvieron todo estaba ya consumido por las llamas. Perdieron a un cachorro, Santa, y desde hace dos meses cuidan a su madre, Gross.
Pero el fuego les arrebató mucho más: «El pasaporte, el libro de familia, el ordenador y el disco duro donde se guardaba el proyecto de Sergio... Sólo tenemos un papel de la Policía que justifica la pérdida de nuestros documentos». Esto les ha abocado a un pozo burocrático: «Las copias no sirven, tendríamos que ir a Bielorrusia a por nuevo pasaporte y es peligroso. Hay mucha presión a quien sale del país o a sus familias«.
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Para pedir nuevo permiso de residencia en España «hay que justificar el trabajo y el proyecto de Sergio se ha perdido», lamentan. En esta tesitura «es todo imposible, y la única esperanza es que nos concedan la nacionalidad por carta de naturaleza». Urgen «la implicación del Gobierno para poder seguir en España con nuestros hijos».
La sola posibilidad de acabar en la calle o el retorno forzoso a su país hace saltar las lágrimas a Alexandra: «Estamos muy agradecidos por poder seguir viviendo aquí, pero nuestros ahorros se agotan y necesitamos papeles ya. Es primordial». Sus hijos, agregan, «están ya muy arraigados, con sus amigos y su vida aquí. ¡Si ya hablan español mejor que nosotros!«.
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También sigue en Safranar un trabajador argentino de 67 años que prefiere omitir su identidad. En Campanar vivía junto a su hija y sus nietos, alquilados. «Era un piso más amplio, con tres habitaciones y estábamos todos juntos. Por culpa del incendio hemos tenido que dividirnos», lamenta.
También sigue en Safranar un trabajador de 67 años de nacionalidad argentina que prefiere omitir su identidad. En Campanar vivía junto a su hija y la familia de ésta, alquilados. «Era un piso más amplio, con tres habitaciones y estábamos todos juntos. Por culpa del incendio hemos tenido que dividirnos», lamenta.
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El piso provisional se quedaba demasiado pequeño para albergarlos a todos. Su hija y sus nietos buscaron un alquiler barato fuera de la ciudad y él se quedó en Safranar, pues trabaja de noche en una bocatería de Valencia «y las opciones de transporte no existían». Su situación económica es precaria. Cobra poco más de 600 euros y «aunque he buscado opciones nadie me alquila, ni siquiera una habitación. No tengo dónde ir. Están las cosas muy difíciles y todo carísimo».
Al menos en Safranar «tengo una cama donde dormir». En Campanar, las llamas le arrebataron sus objetos más queridos: «Mis papeles, relojes a los que tenía cariño, fotos de mis padres, mis dos hijas de pequeñas... Todo se lo llevó el fuego». Para la vida en el nuevo barrio «sólo he comprado un televisor y algunos utensilios de cocina». En Safranar, valora, «tengo cerca el metro o el autobús y eso me ayuda para ir a trabajar». Lo más difícil «ha sido separarme de mi familia».
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Como él, sigue en el nuevo emplazamiento la madre de un damnificado del incendio que también prefiere mantenerse en el anonimato. Su progenitora tiene 81 años «y ha sido imposible buscar una localización asequible» a lo largo de este año. «Esta viviendo una etapa muy dura», agrega, »y se suma su delicado estado de salud«.
Para el hijo de esta realojada, «el Ayuntamiento ha tenido la consideración de dejar un tiempo más a las personas más vulnerables y lo ideal sería que les puedan formalizar algún tipo de contrato». Los que quedan allí, razona, «o bien por edad o por situación economía no se pueden mover ya. Y más con los precios de la vivienda disparados».
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Los pocos que quedan del incendio de Campanar conviven en el bloque con otras personas que subsisten bajo el paraguas de los Servicios Sociales por su situación de soledad, vejez sin apoyo, precariedad económica u otras complicaciones por las que urgen techo. Otras muchas viviendas, sencillamente están vacías.
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