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Portón del Palacio de los Marqueses de Mercader, en la calle Caballeros de Valencia.

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Portón del Palacio de los Marqueses de Mercader, en la calle Caballeros de Valencia. JESÚS SIGNES

Portones de Valencia, un rico legado invisible

Expertos en patrimonio reivindican el valor de las majestuosas puertas de los edificios más señoriales de la ciudad, herencia de la brillante historia maderera

Jorge Alacid

Valencia

Sábado, 29 de mayo 2021, 18:36

Puertas de doble hoja, puertas de color crema, puertas de tonalidades más oscuras... Puertas aderezadas por un primor de aldabas y otros guiños decorativos. Puertas que brillan mientras dan acceso a los majestuosos edificios que custodian... Puertas de mayúscula belleza, testigos de un exuberante legado, que festonean la trama urbana por el corazón de Valencia. Puertas que no dejan indiferente a nadie. ¿O tal vez sí? Recuerda Enrique Casamayor, restaurador de muebles y de portones y experto en mobiliario, cómo en sus paseos por Valencia va mezclando un doble asombro: su sorpresa ante la majestuosidad de los portones que franquean el paso a los edificios más majestuosos del corazón de la ciudad y el doloroso estupor que causa su condición fantasma, casi invisible. Le apena la escasa atención que la mayoría de valencianos presta a este valioso atributo patrimonial, germen de una profunda reflexión que distinguió días atrás una conferencia impartida por vía telemática y así titulada: 'Patrimonio invisible'. Casamayor y su compañero David Oriol, miembros del colectivo Associació per a la Difusió, Estudi i Conservació del Moble (ADECM), han meditado sobre la gran riqueza que contiene ese catálogo de portones, de orden casi gigante en algún caso, fascinante diseño y esmerada ejecución, cuya suma plantea un sugerente itinerario por el corazón de Valencia. Una paseo en paralelo al sendero que propone la propia belleza arquitectónica de los edificios donde se integran.

«Me da rabia que no concedamos a todos esos portones el interés que merecen», confiesa Casamayor. Un desdén que endosa al largo tiempo que llevan acompañando la vida de los valencianos, quienes han acabado por interiorizar con alguna indiferencia este signo de singularidad insólito en otras ciudades incluso de tamaño superior o similar riqueza patrimonial. «Igual todo se reduce a que los valencianos somos así», añade, aludiendo a esa singular veta autóctona que resume en estos términos: «Parece que no va con nuestra naturaleza darle valor a lo que tenemos».

Tres de los portones históricos de Valencia . JESÚS SIGNES
Imagen principal - Tres de los portones históricos de Valencia
Imagen secundaria 1 - Tres de los portones históricos de Valencia
Imagen secundaria 2 - Tres de los portones históricos de Valencia

Sea por la razón que fuere, no admite dudas que esta apabullante relación de formidables portones con ADN valenciano merece una consideración superior que la atención que le suele caracterizar. Casamayor echa en falta un estudio más detallado desde el punto de vista arquitectónico «porque estos portones nos hablan de la enorme riqueza y poder que tuvo en su momento el sector maderero valenciano». También esgrime su certeza de que la poderosa industria de la madera impulsó otros gremios auxiliares con semejante envergadura hasta alumbrar ese espectacular rosario de portones.

«Estas puertas nos recuerdan el trabajo del gremio de carpinteros y ebanistas, un sector que ha vivido tiempos mejores en Valencia», subraya. También alude a la potencia que late en la actividad de oficios artesanos ya casi desaparecidos: herrería, cerrajería, talla, cristalería... Esa galería de puertas monumentales, que salen al encuentro del paseo de todo ciudadano avispado o simplemente curioso, arroja información sobre otro elemento clave que destaca Casamayor: el factor económico. El dinero: detrás de ese legado habita ese poderoso caballero, decisivo para entender la colectiva pujanza de Valencia. «Hay que tener en cuenta que todas estas puertas están hechas en esa madera que en Valencia llamamos mobila», explica. ¿Mobila? Casamayor se sonríe: «Es una palabra que proviene de una ciudad llamada Mobile, en Estados Unidos, de donde procedía la mayor parte de la madera de pino con que se hicieron». Mobile, en el estado de Alabama, se sitúa en el golfo de México, una región de rico arsenal maderero que exporta su más preciado tesoro al resto del mundo. Incluyendo Valencia. ¿Por qué Valencia? ¿Y por qué este tipo de madera?

Almudena Gancedo, aparejadora de profesion, ha indagado sobre la tradición valenciana en el empleo de este tipo de madera, hasta alcanzar una conclusión que despeja esos interrogantes: en su opinión, recurrir a la llamada 'mobila' se justifica por el elemento diferencial que garantiza. La resistencia del denominado pino de Oregón «es muy superior a la habitual». Y añade otro factor determinante: el considerable tamaño de estos árboles (a los 100 años de edad pueden alcanzar hasta los 70 metros de altura) garantiza estructuras especialmente adecuadas para servir como puertas de dimensiones también exageradas.

Pero alguna otra incógnita sigue sin despejarse. Por ejemplo, ¿por qué en Valencia? ¿De dónde nace la predilección de los arquitectos que alumbraron los grandes edificios del Ensanche por dotar a sus accesos de este tipo de puertas, tan particulares? Daniel Benito Goerlich, catedrático de Historia del Arte, que dedicó su tesis en los años 80 a la arquitectura valenciana de ese periodo histórico, tampoco tiene una explicación al respecto. Lo participa con algún pesar: durante el tiempo transcurrido entre la publicación de aquel erudito estudio y la actualidad, lamenta que las siguientes generaciones de investigadores hayan declinado explorar esa veta. Benito Goerlich atribuye que arraigara en Valencia esa tendencia a un elemento de orden físico: la estrechez de las calles donde se alojan algunos de los inmuebles más majestuosos impedía al paseante observar en toda su dimensión la potencia de los edificios. De ahí que se estableciera entre los arquitectos del momento y sus respectivos clientes una suerte de competencia, una rivalidad para dotar a esos palacios de una entrada que hablara de la riqueza apabullante que aguardaba en el interior. Las puertas jugarían, según su teoría, un papel teatral, dramático. Contribuían al espectáculo: cuando se abrían, daban acceso a un formidable zaguán como el que se observa en esos majestuosos inmuebles cuando abren sus puertas, a menudo adornado por escaleras que (otra singularidad valenciana) se distribuían de manera lateral.

Casa Ortega, en Marqués del Turia . SIGNES

Entre los arquitectos más prolíficos de la época, aquellos que con mayor frecuencia recurrieron a este tipo de portones para enriquecer sus proyectos, Benito Goerlich cita a Sebastián Monleón, Timoteo Calvo y Ramón María Ximenez. Y mientras se duele del escaso interés que despiertan las artes aplicadas a la arquitectura, apunta hacia un factor histórico que puede explicar la poca atención de que gozan estos elementos: la riada de 1957 se llevó por delante esa clase de memoria, de amor hacia aquella arquiectura, casi hasta su invisibilidad. A su juicio, la ausencia de rigor en la restauración de algunos de estos edificios, donde se eliminaron los vestigios de mobiliario, y la falta de formación al respecto de las nuevas generaciones de profesionales completa un preocupante panorama que resume con esta frae: «Lo que no se conoce no se puede apreciar», observa.

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