Sobre la Devesa del Saler se extiende, este martes, una nube. Es gris, pero el aire no transporta ceniza. No es de humo sino de ... lluvia, esa tan esperada que no termina de caer. El bosque duerme y los vecinos contienen el aliento. Esperan que el chaparrón refresque las carrascas, los pinos y las encinas. La nube que se cierne sobre El Saler es de agua. Y menos mal. Pero el ambiente, ominoso como un presagio triste, encierra el miedo de miles de vecinos que temen que, en cualquier momento, las sirenas de los bomberos y el aroma inconfundible a humo amenacen con hacerles repetir la pesadilla de los incendios forestales.
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Según algunos cálculos, en invierno en la Devesa viven unas 1.500 personas. Todas se conocen. Todas, o casi todas, parecen estar trabajando esta mañana de martes. Uno de los parques naturales más antropizados de la Comunitat Valenciana, precisamente por encontrarse en el término municipal del cap i casal, parece esta mañana desierto. En los alrededores de las grandes torres de apartamentos no se ve a nadie. Tampoco se ve policía, más allá de dos patrullas de la Guardia Civil en el aparcamiento del antiguo polideportivo.
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Pero los vecinos existen. Un lugar tan aislado facilita el trabajo periodístico: si ves alguien en bici o paseando por la zona a buen seguro es vecino. Como Juana, que espera al autobús en una de las paradas. «Volvemos a tener terror», explica. En su voz danzan dos sombras: la de un acento latino y la del miedo, una más agradable que la otra. Comenta que acude a limpiar uno de los apartamentos «al menos dos veces a la semana», y en verano, tres. «En una de esas me encontré uno de los incendios de cara», dice. Ella vive en Valencia capital y coge el 25 para llegar a trabajar.
«Nos pararon el autobús y luego nos desviaron, ese día no pude llegar a trabajar», comenta. Mientras charlamos, llega otra persona a la parada. Bigote, gesto adusto, camisa a cuadros. Se llama Sergio. Es más gráfico que Juana: «Estoy hasta las narices del pirómano». Explica que él mismo habló con la Policía Local en varias ocasiones a lo largo del verano, pero no indica para qué. Ahora, dice, está enfadado. «La ves de uvas a peras», asegura.
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El Ayuntamiento asegura que ha redoblado la presencia en la Albufera. Sin ir más lejos, este lunes visitaron la zona afectada por los incendios de este pasado fin de semana los concejales José Gosálbez (Devesa-Albufera), Juan Carlos Caballero (Prevención y Extinción de Incendios) y Carlos Mundina (Ciclo Integral del Agua). Gosálbez ha dicho este martes que no está dispuesto «a ponérselo fácil a quien intenta atentar contra el pulmón verde» de Valencia. «No quiero lamentar una tragedia como la del 86», ha dicho.
En junio de ese año, precisamente en jornada electoral, ardieron 35 de las 850 hectáreas que, entonces, ocupaba el bosque. El fuego se desató también un domingo y el fuerte viento que soplaba avivó las llamas, que tardaron horas en poder controlarse. De eso hace ahora casi 40 años, pero está en la memoria colectiva de unos vecinos que temen que vuelva a ocurrir lo mismo.
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Los residentes, además, saben que sobre este caso planea la sombra de un pirómano. Las declaraciones de la alcaldesa de Valencia, María José Catalá, del pasado lunes parecieron confirmar lo que muchos temían. Todo parece indicar que los incendios el pasado fin de semana fueron provocados, lo que alienta la teoría. Los fuegos de este verano y del otoño, al menos nueve, llevaron a la detención de una persona que fue puesta en libertad hace dos semanas mientras continúa la investigación. La psicosis se puede notar al dar un paseo por los viales. Las miradas huidizas, las preguntas. «¿Qué necesitas?», pregunta la guarda de seguridad del antiguo hotel Sidi Saler. «A ver si lo cogen ya», dicen los operarios de la contrata de poda que limpia los alrededores de la vieja mole.
Y es que los incendios son motivo de preocupación evidente para todos, hasta para el Consistorio, que está construyendo el sistema Sideinfo de cañones antiincendios. La presidenta de la Asociación de Vecinos Devesa-El Saler, Ana Gradolí, ha explicado que están «siempre preocupados». «Es una zona que tiene riesgo, pero por suerte es tranquila», asegura Gradolí, que añade que sí se ve Policía Local y Guardia Civil, pero menos, obviamente, que el pasado verano.
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