El mar en Valencia: lejos para los vecinos, cerca para Ribó
Los residentes del barrio de Peñarroja cargan contra el Consistorio y exigen el soterramiento de las vías
Si preguntan a los vecinos de Camins al Grau, sobre todo del barrio de Penya-roja, si tienen el mar cerca, te dirán que ... está lejísimos. Por medio hay un circuito de Fórmula 1 abandonado y las vías de tren. Pero si le preguntan al alcalde de Valencia, Joan Ribó, como han hecho este lunes en À Punt, dirá que al mar se puede ir «andando o en bicicleta, pero no en coche». Al lado, vaya.
El final de la Alameda y la calle Ibiza conforman, en realidad, un 'no lugar'. Una especie de callejón a ningún sitio, un giro a la izquierda para volver sobre sus pasos junto a un jardín del Turia que, en esta zona, se convierte en un lago donde hasta hace poco era relativamente común ver peces muertos en la superficie. El final del paseo de la Alameda y la calle Ibiza se dan de bruces con las vías de Serrería y, más allá, con la enorme explanada vacía de todo salvo de chabolas que es el viejo circuito de la Fórmula 1.
«¿Qué haces aquí?», me pregunta un vecino mientras curioseo por los portales. «Soy periodista», le digo. «Ah», contesta. Frunce el ceño tras las gafas de montura de pasta, una línea gruesa de cejas grises: «¿Y qué vienes a contar?». No es mala pregunta. Aquí no hay nada. Jaime Martos, que es como se llama el vecino que pasea a Arquímedes, un teckel cuyo nombre es más grande que él, se sorprende cuando le cuento, se sorprende más aún cuando le digo que estoy haciendo un reportaje sobre la unión del barrio con el mar: «¿El mar? Pero si está lejísimos».
«¿Periodista? ¿Y qué vienes a contar al final de la Alameda, si aquí no hay nada?», comenta un vecino de la zona
En concreto, a 1,04 kilómetros. No es tanto. Si la velocidad media de un ser humano a pie es 5 kilómetros por hora, desde el final de la Alameda donde Arquímedes toma el sol de invierno hasta el mar se tardaría poco más de 16 minutos. Si no hubiera que bordear el circuito de Fórmula 1, claro. «Claro, pero es que está ahí en medio, ¿no? No podemos atravesarlo», dice Martos, en una muestra de resignación cristiana. Desde aquí, llegar a la Marina, a los tinglados viejos, cuesta 24 minutos a pie, 8 más que si se pudiera atravesar el circuito. En coche son nueve minutos y en bici, ocho, según Google Maps.
Rodeo tras rodeo
Quienes viven en Camins al Grau, sobre todo en Penya-roja, se han acostumbrado a dar rodeos. «Cada vez que tengo que ir a la Marina o lo que sea, prefiero ir andando que en coche porque aparcar es imposible, sé que voy a tener un paseo largo. Tampoco es demasiado problema, me pongo la música y arreglado», comenta Marta, que teletrabaja desde el número 63 de la avenida. No se queja demasiado, dice, porque desde su ventana ve la Ciudad de las Artes. Y escucha los trenes, claro. «Sí, los trenes son una molestia. Tendrían que quitarnos las vías de aquí», pide.
Es una vieja petición de los vecinos de la zona. Y de todos los partidos. Incluido, por supuesto, PSPV y Compromís, que en esta precampaña electoral priorizan el soterramiento del canal de acceso que permitirá la creación del bulevar Federico García Lorca en la antigua playa de vías. Los residentes de Penya-roja, por tanto, se sienten vecinos de segunda, como si ellos valieran menos que los de Malilla. «Mi hermana vive en Amparo Iturbi y es verdad que está incomodísima, pero nosotros no estamos mucho mejor», explica en este caso Adela Benito, que ha salido a que le dé el aire, como ella misma dice, en una pausa en su teletrabajo en una conocida empresa de logística.
Bueno, no es del todo cierto. El mar está lejos. Lejísimos, de hecho: ni se ve, ni se oye ni se huele. Como en Nazaret. Pero la situación es mejor que en Malilla: aquí no hay pasarelas para salvar las vías, ni el escándalo de una gran avenida. Por no pasar, no pasan ni coches. «Si vienes aquí, es porque te has perdido o porque vives aquí», explica Martos. En el tramo final de la Alameda, de hecho, apenas hay locales. Los restaurantes se han quedado en la rotonda de la avenida de Francia, vía, por cierto, que también termina en la nada junto a la vieja estación del Grao.
Cierto es que están al lado del Jardín del Turia. Cierto es que están al lado, en realidad, de un lago artificial junto a un depósito de tormentas. Y que tienen unas aceras enormes. Por las que no pasa nadie, vale, pero enormes al fin y al cabo. Es aquí donde se librará una de las batallas programáticas de mayo: la ampliación de la Alameda, medida estrella del PP y descartada por PSPV y Compromís, estará encima de la mesa en los debates electorales. Eliminar el viejo circuito es una prioridad para todos, pero mientras la derecha insiste en el soterramiento de las vías (en parte por convencimiento y en parte porque es una buena arma arrojadiza contra el Rialto), los partidos de la izquierda del hemiciclo proponen ideas creativas para salvarlas, como pasarelas, las mismas que han eliminado de avenidas como Cid o Ausiàs March.
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