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El Palau de la Generalitat, como es bien sabido, no fue en su tiempo como lo conocemos. Tiene un torreón original, el que da a la plaza de la Virgen, y otro moderno, construido de forma mimética en los últimos años cuarenta e inaugurado por el general Franco en 1952. Hace ahora 75 años, en la primavera de 1949, se colocó la última piedra de la obra nueva, dibujada por el arquitecto Albert. Pero en este caso, vamos a ocuparnos de los hallazgos arqueológicos que las obras propiciaron gracias a un experto no profesional: Nicolau Primitiu Gómez Serrano.
Tras una larga espera, el Gobierno acondicionó el edificio de la Aduana para Palacio de Justicia y la Diputación Provincial pudo disponer (23 mayo de 1923) del histórico edificio de la Generalitat, dejando el Temple, donde había estado ubicada desde 1863. «Al cabo de años mil, vuelven las aguas…», tituló LAS PROVINCIAS la agradable noticia del regreso, oteando un horizonte de anhelada autonomía.
La Diputación se ubicó en el primigenio edificio de la Generalitat y muy pronto empezó a mostrar interés por las investigaciones prehistóricas. En 1927, creado el SIP (Servicio de Investigación Prehistórica), el Gobierno le concedió competencias para excavar en varios puntos clave. La Cova Negra, la Cova dels Llops, la Bastida de les Alcusses (Moixent) y la Cova del Parpalló (La Marxuquera) empezaron a dar frutos de extrema importancia, de la mano de profesores de la talla de Ballester, Pericot, Jornet y Viñes. Tan notable fue lo que aparecía que, en mayo de 1929, en el entresuelo de la propia sede, nació el primer Museo de Prehistoria valenciano. El periódico informó enseguida de que «está siendo visitadísimo»: La Generalidad, ahora, unía a sus salones un nuevo interés cultural y turístico. Desde estas páginas animamos al SIP a trabajar en nuevas campañas, a raíz del primer folleto divulgador de los hallazgos, editado en el verano de 1929.
Tras la guerra civil, y en tiempos de gran penuria económica, la Diputación puso en marcha la idea de «doblar» el histórico edificio, absorbiendo un callejón y una manzana de casas, hacia la iglesia de San Bartolomé. Es ahí donde aparece la figura de Gómez Serrano, de formación técnica, empresario de la molinería, pero hombre de extraordinaria cultura. Arqueólogo avezado, había pasado la guerra civil siguiendo las obras de los refugios y anotando los hallazgos arqueológicos que se producían. Ahora, vinculado al SIP, recibió el encargo del director, Isidro Ballester Tormo, de trabajar junto al jefe de las obras, Salvador Espí, para estar al tanto de lo que pudiera aparecer.
Hay una publicación preciosa donde Nicolau Primitiu volcó el fruto de su tarea y su pensamiento: es el número correspondiente a 1946 del Archivo de Prehistoria Levantina, publicación oficial del SIP. En ella, el vigilante arqueólogo empezó por lamentar lo que fue un trabajo influido por la falta de recursos. «Se esperaba (que las excavaciones) fuesen profundas, tanto para las fundaciones de paredes y postes como para los sótanos, que se suponía se habían de hacer; cosa esta última en la que hemos quedado defraudados». No hubo una excavación rigurosa en el solar: solamente se trabajó en las zanjas de cimentación. La investigación arqueológica se limitó, pues, a lo que saliera en cada punto, sin ir más lejos ni profundizar mucho más de lo estrictamente necesario.
Pese a la precariedad que evitaba construir un sótano, se pudo bajar hasta los 2,5 metros. Y Nicolau Primitiu pudo anotar muchos y buenos hallazgos: desde kálatos, o vasos de sombrero de copa, a un holmískos o quicio de puerta, movido de su lugar. La aparición de vestigios de muros, la cerámica ibérica pintada y una muela solera, aparecida a unos tres metros, «dieron medida de la importancia que pudiera tener la extensión de las excavaciones a un área superior».
El arqueólogo elevó sus peticiones por todo el escalafón, hasta llegar al presidente de la Diputación, Adolfo Rincón de Arellano, que finalmente autorizó ahondar más en la obra que se había de hacer para construir un cuarto de calderas de calefacción cerca del arranque de la gran escalera central. «Poco era en realidad para un estudio arqueológico eficiente –escribió–. Pero la oposición con que el interés excavatorio del investigador del subsuelo, especialmente en una ciudad, suele encontrarse siempre con los intereses de muy diferente índole, no dan para más ni aun para tanto, casi nunca». Resignado, aprovechó lo que se le concedía. Y «procedimos a sacar el mejor partido posible».
Aparecieron muros y un pozo de traza oval, parecido al que ya había salido cuando se hizo el refugio del pequeño jardín de la Generalidad, donde estuvo la Casa de la Ciudad. En su trabajo, el arqueólogo enumera todo lo hallado, materiales de piedra, hueso, cuerno, vidrio, metal y moluscos, inserta hermosos dibujos de las piezas localizadas y cataloga las cerámicas por épocas y estilos. Pero llega a conclusiones forzosamente frías: «Por la parcialidad de la excavación y por lo poco científico que pudo ser», se vio forzado a lo peor en arqueología, que es conjeturar. Él, que buscaba trazas de la antigua Tyris, que «olfateaba» los caminos de los brazos del Turia y la legendaria ciudad… no pudo llegar a más a pesar de sus esfuerzos.
Tantos años después, sabemos, sin embargo, algo más sobre esa Generalidad «doblada» por copia. Solo hay dos sótanos a los que se accede por el patio: uno está destinado a lavabos y el otro, al que se accede junto al pozo, sirve para preparar los canapés de las recepciones. Allí trabajó el paciente Nicolau Primitiu con su sueño, en busca de Tyris.
Como el Salón Dorado, el Salón de Cortes de la Generalitat, con sus pinturas murales, cerámicas y artesonado del siglo XVI, es una joya del patrimonio valenciano. Y se puso a punto, en los primeros años cincuenta, para el nuevo uso protocolario que iba a darle la Diputación. Para ello se encargaron unas lámparas, de dibujo historicista, que en el año 2019 desaparecieron, víctimas –sí, víctimas— de una nueva iluminación modernista que Tragsa encargó a una firma italiana. Cables sutiles sustentan, desde el 9 d'Octubre de aquel año, unos plafones de moderna iluminación.
La reforma de la iluminación pudo tener algún sentido. Lo que no tiene tanto sentido es que se haya perdido el rastro de las lámparas retiradas, que no se exponen, que se sepa, en ningún otro lugar, como piezas que también tienen su valor histórico y artesanal, después de más de medio siglo de servicio.
Al formular esta pregunta, intento complacer una ya antigua petición de don Juan Orts, heredero de la tradición de una empresa valenciana con larga historia en la fabricación de lámparas: Martínez y Orts. El señor Orts ha hecho no pocas gestiones para localizarlas, pero sin éxito. Sus mayores hicieron las lámparas «desaparecidas», como habían hecho muchas más, entre ellas las del palacio municipal de la Exposición, inaugurado en 1909. Aunque en este caso, el Ayuntamiento ha tenido el buen gusto de asesorarse con sus especialistas para una restauración de las piezas, que todavía siguen en su sitio por fortuna.
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