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Dos agentes de la Policía Local identifican a los jóvenes que bebían en la vía pública y sin llevar la mascarilla, en la madrugada del viernes en Valencia. IRENE MARSILLA

Jaque al botellón antes del confinamiento

Las calles se llenan de jóvenes en la madrugada del sábado, la última antes del toque de queda

Mar Guadalajara

Valencia

Sábado, 24 de octubre 2020, 13:22

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El viernes noche en la ciudad empezó en las terrazas. En la plaza de Honduras en Valencia se respiraba el ambiente de fiesta desde las diez de la noche. Encima de las mesas ya no había restos de comida, ni de cubertería. De la cerveza se pasaba a las copas. Los locales con las terrazas más concurridas eran los que conseguían ese equilibrio perfecto entre buena ambientación y una oferta atractiva. «Cubatas desde cuatro euros, cuatro chupitos a tres y diez a siete euros», ese era el menú de noche en la pizarra apoyada sobre la fachada. Las cachimbas eran otro de los reclamos más usados.

En la plaza del Cedro la foto era la misma. Terrazas abarrotadas convertían el barrio cercano a la zona universitaria en el centro de la noche valenciana, por unas horas. Para muchos, ese lugar era donde pasaba todo en la ciudad. La evasión se olía entre esas calles que invitaban a sumarse al escape y rozar el límite. No sólo para los jóvenes. Los empresarios del ocio y la hostelería sucumbieron a la tentación, casi todos arrastrados por la necesidad.

Emilio es unos de los que mordió la manzana. Es propietario de un local con terraza, con licencia de pub en la zona y el viernes por la noche abrió su persiana, montó la terraza y rezó, algo que no había hecho nunca, por que la policía no le sancionara. «No puedo más», dijo con los ojos húmedos. Está atado de pies y manos, sigue intentando que le concedan un cambio en su licencia para poder abrir como bar o cafetería, pero para ello tiene que renunciar al permiso que ya tiene como pub con lo que perdería cualquier tipo de ayuda pública que haya solicitado.

«Sólo quiero trabajar, lo necesito, tengo que pagar el alquiler, estoy metido en un juicio porque el propietario me ha denunciado por no pagar los meses que estuve cerrado durante el confinamiento, le debo mucho dinero», relató casi avergonzado. Emilio no es el único al que la ruina y la situación les empuja a cruzar el límite de lo legal. Hay una docena de locales en la zona a los que la ruina y la burocracia les dejan en un callejón sin salida frente a la ley. Y han decidido saltársela, por sus familias y para poder comer.

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En la calle todo empezaba a calentarse cuando se iba acercando la medianoche. La policía ya rondaba la zona pero el hervidero seguía rugiendo. Las mesas cada vez más concurridas, el ir y venir en las aceras, las colas para comprar bebida y los corrillos de fumadores que se formaban en las esquinas, todo ocurria como ajeno a lo demás y a lo que estaba por llegar, como si allí el tiempo hubiera retrocedido.

Bien entrada la medianoche, todo el mundo parecia estar ya en pie. La plaza de Honduras se llenaba por momentos. Y ahí empiezó el baile, era el momento en el que los grupos se debatían qué hacer, mientras unos pagan la cuenta y otros aprovecharon para cambiar su bebida de las copas del bar a vasos de plástico, procurando no derramar ni gota.

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No dejaba de llegar gente que se iba colocando en grupos de amigos, que se acomodaban y buscaban un sitio en bancos o para apoyarse en los bordillos. Fue entonces cuando aparecieron los 'lateros'. Clientela no les faltaba, les compraron cervezas y la noche siguió pese a que los coches de la Policía Local se dejaban ver a menudo.

No muy lejos, a dos calles de Honduras, en Serpis, las terrazas estaban abarrotadas. Los locales habían apurado la hora del cierre pero ya empezaban a echar a la gente, casi obligándoles a levantarse de la silla. La misma coreografía que hace unos minutos en Honduras; entre los coches y el parque que recorre la calle Serpis se van juntando los grupos de chavales que ya no llevan bolsas con la bebida porque recurren a la lata. Podría ser cualquier noche de viernes en Valencia con la única diferencia de que ahora se veían obligados a llevar mascarillas que les cubrían la cara.

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Pasada la una de la madrugada del sábado, la noche pintaba bien, empezó a estar en su mejor momento, ese en el que comienza el barullo y se produce ese movimiento de luces que marca el punto álgido en cualquier fiesta. Las linternas les apuntaban directamente a los ojos a quienes no llevan bien puesta la mascarilla, a quienes fuman sin guardar la distancia… Se oyó algún grito y la gente se dispersa entre el tumulto.

Una agente paró a dos chicos: «La documentación y los vasos de bebida déjenlos ahí». Ellos protestaron al timepo que sacaban la cartesa de sus bolsillos. Justo al lado, otro agente interceptó el paso de otros dos jóvenes, les dijo que no se puede fumar sin mantener el metro y medio de distancia, y les pidió el DNI. «La cuestión es dispersarlos, esta es la única manera», dijo el responsable de la unidad que trabajaba esa noche como refuerzo en la zona. «Estamos peinando Blasco Ibañez, porque es aquí donde están las zonas más calientes, en Honduras, el Cedro o calle Serpis, cuando actuamos por aquí, se van desplazando todos al otro lado y allí llegan luego otras unidades para reforzar y seguir disuadiendo», explicó mientras sus compañeros tomaban los datos de los chicos y las muestras de la bebida. Apuntando con la linterna al otro agente que les ponía la denuncia comentó el estaba al mando que con el toque de queda «ya no sería cuestión de dispersar ni de coordinarnos, sino que directamente el que está en la calle por la noche ya estaría incumpliendo y aunque es más restrictivo, no deja de ser una herramienta que nos facilita el trabajo porque la gente joven sigue sin entender lo que pasa».

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Otras dos agentes se enfrentaban a un grupo de jóvenes. Ellos se quejaban: «Esto es como una dictadura, no se puede hacer nada además nos han parado por llevar la mascarilla por debajo de la nariz y nos están multando, es increíble, nosotros nos íbamos ya a casa», aseguró el más cabreado de los cinco.

Las agentes le gritaban a uno de ellos que hablaba en inglés, recriminándole que no entendiera el español. «No te entiendo, habla en español, le dijeron. Con lo que el joven se ponía cada vez más nervioso. Uno de sus amigos tuvo que intervenir para mediar e intentó hacer de traductor. A pocos metros de donde los agentes estaban sancionando a los jóvenes, justo al otro lado pero en la misma plaza, la fiesta eguía sin pudor alguno y otra vez se agruparon los amigos, entre risas, bromas y algún baile.

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A algunos de los que estaban de fiesta incluso mirando la escena no pareció sorprenderles. «Estamos acostumbrados, la policía realmente no hace nada», dijo una de las que capitaneaba el grupo. Según contaron mientras seguían bebiendo cerveza, casi todos los fines de semana es habitual que la gente «venga aquí a beber, cuando la policia se va la gente vuelve y ellos lo saben pero tampoco pueden hacer nada», comenta otro de los chicos. Tal y como ellos lo ven no hay diferencia a estar una terraza o en casa con amigos. «Estamos haciendo lo mismo que si estuvieramos sentados en la terraza como hace un rato, si estuvieran abiertos hasta más tarde o si hubiera discotecas o pubs pues estaríamos ahí», argumenta un tercero.

Durante toda la noche el juego fue el mismo, el gato buscando al ratón. La policía iba cercando la zona tratando de poner coto al botellón. Algo que no sólo ocurrió en la zona de Blasco Ibañez pese a ser la más afectada, sino que también se dio en otros barrios como Benimaclet.

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«Aún no sé lo que no han entendido, sobre todo la gente joven, parece no ver lo que está pasando, con el toque de queda puede que les quede más claro», dijo el responsable de la unidad. Reconoció además que el botellón no es «el único problema al que nos enfrentamos». Habló de las fiestas clandestinas y las reuniones en pisos. «Es más complicado». La mayoría se detectan por denuncias de los vecinos y «dada las prohibiciones, estamos ante concentraciones de jóvenes que vivien en pisos de estudiantes, sobre todo, y que se reunen en un miemo inmueble con no convivientes, es todo más complicado por la inviolabilidad del domicilio. Mientras todo va de buena fe, se puede actuar bien y se habla con ellos, pero se debe denunciar porque es una infracción grave, por la organización de un evento no organizado la infracción es más grave y en caso de que no nos abra se hace la indagación del padrón y se habla con el propietario del piso.

Ha sido esta madrugada cuando ya ha entrado en vigor el toque de queda o confinamiento nocturno, junto al de nuevas restricciones en las reuniones. Para los hosteleros supone ya pérdidas de millones de euros diarios mientras que los agentes encuentran en esta medida el jaque definitivo al botellón.

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Ocio Nocturno, plaza de Honduras y del Cedro

«Lo que pasa cuando no nos dejan abrir es el descontrol y el caos»

Los propietarios de los pubs de la zona de Honduras y el Cedro han abierto sólo durante cuatro meses este año y piden una solución que les permita abrir sus locales con las mismas condiciones del resto de hosteleros. «¿Qué pasa que en esas mesas de ahí no hay contagio pero en las mías sí?», dice Massoud propietario del Café Tendur señalando una de las terrazas de al lado llena de gente. «Lo que pasa cuando no nos dejan abrir es que la cosa se descontrola, es un caos y si nos dejaran la gente no estaría tan concentrada en las terrazas», dice Massoud.

La mayoría de los empresarios no han dejado de acumular deudas, sólo levantar la persiana les cuesta una media de entre tres mil y cuatro mil euros al mes. «Entre el alquiler, el seguro, el sueldo de los empleados... ellos no piensan en eso porque tienen un sueldo fijo al mes pero yo tengo familia e hijos como la mayoría de los de aquí», comenta. Como él, otros compañeros están peleando para que les dejen abrir sus locales haciendo una adaptación de las licencias. «Sólo queremos poner las terrazas como todo el mundo. En otros municipios como en Gandía les han dado una licencia temporal para poder trabajar como bar o cafetería», asegura que tampoco les corresponden las ayudas públicas y que la única opción será «acampar en la Generalitat o quemar neumáticos para que nos escuchen».

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