Es una paradoja, casi una burla: pero las torres de Quart, nuestro querido baluarte, son propiedad del Ayuntamiento desde hace un siglo solamente. ... Incluso menos en realidad: porque desde que se llegó a un pacto con el ministerio de la Guerra para su retorno a la ciudad, en septiembre de 1922, aún hubo que esperar diez años para que la entrega se sustanciara en escrituras. Y es que, de los cinco siglos y medio que han pasado desde su construcción, más de tres han estado destinadas a prisión y durante más de una centuria han pertenecido a la jurisdicción militar. Claro que todos los expertos coinciden: de no haber sido cárcel castrense se hubieran derribado.
Publicidad
Mil impactos de fusil y 132 de obuses y cañones. Gloria de la ciudad. Ahora hace cien años, un activo concejal republicano, Agustín Trigo, encargado del patrimonio municipal, anunció el acuerdo al que había llegado con el coronel de Ingenieros
Francisco Castells. Gracias al pacto, el Ayuntamiento recibiría las torres de Quart, que se dedicaban a prisión militar, y los terrenos del Llano del Remedio, la actual avenida de Navarro Reverter. A cambio, cedería un solar situado junto al cuartel del Pilar, otro junto al convento de San Juan de la Ribera y un tercero aledaño al monasterio de San Pío V, entonces era hospital militar. El Ejército, de ese modo, ampliaría tres instalaciones y el Ayuntamiento podría disponer de solares en el ensanche además del baluarte.
El traspaso de las torres tenía solo una condición: se haría efectivo cuando el Ministerio de la Guerra tuviera una prisión militar sustitutoria... un asunto que estaba todavía por ver. Con todo, el periódico saludó la novedad y se congratuló de los resultados de una buena relación entre Ejército y ciudad. Pero nuestro diario puntualizó que las torres eran «propiedad de la ciudad», aunque estuvieran en manos militares desde la invasión francesa. La ciudad había decidido levantarlas en el siglo XV como puerta de la muralla, a expensas de los impuestos que cobraba Murs i Valls. Por ella salía el camino de Madrid por Cuenca y por ella entró triunfalmente el emperador Carlos mientras se descolgaban niños vestidos de ángel que lanzaban flores.
Publicidad
Pero la burocracia es lenta y el Estado no suelta fácilmente sus prendas. La Albufera había sido cedida por el Estado en 1911 y los empleados municipales todavía no podían entrar en ella. Los solares de Navarro Reverter aún eran establos del cuartel de Caballería y en las torres seguía habiendo presos, soldados penados por insubordinación, cabos violentos o sargentos pillados descuidando fondos... y no pocos civiles castigados en los días revolucionarios bajo estado de guerra. En 1923 hubo, tras aquellos muros, un consejo de guerra. Y en 1924, 1926 y 1927, otros más. El destino de las torres, pese a su glorioso historial, seguía en manos del Ejército desde 1812.
LAS PROVINCIAS explicó «el estado de la cuestión» en 1926 y dijo que todo estaba paralizado. Pero fue en enero de 1929 cuando las torres de Quart se hicieron famosas en toda España y empezaron a preocupar al Gobierno. Se lo debemos a un inquieto golpista republicano, José Sánchez Guerra, exdiputado y expresidente del Gobierno, que por esos días intentó sin éxito un movimiento contra la dictadura de Primo de Rivera, que estaba por cierto en su tramo final. Detenido, Sánchez Guerra ingresó en la prisión militar de las torres de Quart; y toda la prensa empezó a hablar del deplorable estado de as instalaciones.
Publicidad
El golpista pasó al día siguiente a un barco surto en el puerto que tenía mejores comodidades. Pero el efecto en favor de las torres ya estaba hecho y había prendido en la conciencia de la prensa y los políticos republicanos. Ese asunto no podía seguir así.
De modo que cuando se declaró la República, el primer gabinete incluyó las torres de Quart en su lista de monumentos nacionales a proteger, emitida el 3 de junio de 1931.
En agosto hubo otro episodio de carácter nacional que puso las torres en el candelero; en un artículo publicado en ABC, Victoria Kent, directora general de Prisiones, dijo que en Valencia querían seguir dedicando las torres de Quart a cárcel. El doctor Trigo, ahora alcalde de Valencia, bufó de enfado y rectificó a la señora Kent: lo que Valencia quería a toda costa era terminar con la vergüenza de la prisión de San Miguel de los Reyes y, como mucho, a la hora de distribuir los presos, consentir que no más de una docena pasaran temporalmente por las torres. LAS PROVINCIAS aprovechó para recordar que del pacto con el gobierno seguíamos sin saber nada.
Publicidad
Es ahí donde el gabinete de Alcalá-Zamora, con Manuel Azaña en el departamento de Guerra, reaccionó con habilidad: el 2 de septiembre de 1931 el periódico anunció que la «Gaceta» publicaba el decreto de cesión del baluarte a la ciudad y el día 3, el director, Llorente Falcó, firmando como Jordi de Fenollar, dedicó una página a glosar el valor histórico de las torres de Quart, que volvían a la ciudad. En el preámbulo señaló una tristeza histórica local: había sido preciso que los parlamentarios valencianos se reunieran, que por una vez «tosieran fuerte», para que el penoso asunto se encarrilara. El reportaje insistió: «Bien puede decirse que en puridad de verdad el gobierno no ha hecho otra cosa que devolver a Valencia una cosa que ya era suya».
¿Qué haremos ahora con las torres? Como es tradición valenciana, no se había preparado nada en el Ayuntamiento. El poeta y periodista Enrique Durán y Tortajada, concejal de Cultura, se puso a trabajar en el proyecto. Pero primero había que preguntar al arquitecto municipal, Javier Goerlich, porque los vanos posteriores del baluarte estaban cegados, las plantas divididas en pisos, y dentro había --claro está-- celdas, rejas, capilla, letrinas, oficinas y comedor. El edificio, en realidad, estaba hecho unos zorros. Por si faltaba poco, la zona lindante con las torres, hacia el colegio Cervantes, era un corralón de trastos, con unos mingitorios públicos nada presentables.
Publicidad
Se habló de hacer un museo de Armas. Y más tarde apareció el boceto de un museo de Litología. Se cruzó el proyecto de que bajo el arco central circulara también el tranvía que subía desde el Mercado. «Bufar en caldo gelat» ganas de perder tiempo. Hasta el 9 de julio de 1932 no se produjo una reunión sustancial, la del alcalde con el delegado de Hacienda, el funcionario dueño del filtro de los bienes del Estado. El 21 de octubre de 1932, el periódico dedicó dos líneas, solo dos, a informar de que, al fin, se había firmado la escritura.
Entonces empezó el proceso de pedir informes a la Academia de San Carlos (1933) y el papeleo municipal para, siguiendo las recomendaciones de los académicos y de Goerlich, derribar los añadidos. Se hizo en el año 1933, pero la crisis económica no permitió mucho más, entre otras cosas porque no había un destino definido para las dos grandes torres. De 1936 conocemos las fotos de Vidal Corella: los milicianos defendiendo la República desde las almenas del baluarte.
Suscríbete a Las Provincias: 3 meses por 1€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Una moto de competición 'made in UC'
El Diario Montañés
Publicidad
Te puede interesar
Una moto de competición 'made in UC'
El Diario Montañés
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.