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Si esto fuera el primer minuto de una película, el plano de situación sería uno secuencia. Empezaría con el grupo de turistas que, en italiano, reciben las explicaciones de un guía en la plaza del Negrito. La cámara volaría después Purísima arriba hasta desembocar en la plaza de Doctor Collado, donde las terrazas que están a la sombra están repletas de personas con pantalón corto y sandalias. Después, en la plaza del Mercado, la cámara se fijaría en esa pareja en la que él le hace fotos a ella mientras pasea casualmente frente al Mercado Central (el paseo casual se repite hasta en tres ocasiones) para centrarse después, tras esquivar un grupo de muy acalorados turistas que va en bicicleta, en quienes sentados en las escaleras del mercado degustan un helado o un vaso de frutas cortadas. La película se titularía «El turista que vino del mar», porque de ahí llegaron ayer casi 5.000 visitantes. Y otros 10.000 más este viernes.
El turismo de cruceros registra en verano su mejor época. No son los visitantes preferidos por el comercio de la ciudad, al menos por todo aquel que no se dedique a los pequeños recuerdos. Hace una década, sí que es cierto que en los cruceros llegaban visitantes de alto poder adquisitivo que siempre se dejaban caer por las tiendas de Poeta Querol y Marqués de Dos Aguas, pero el perfil ha cambiado. «No hacen mucho gasto. Se llevan un par de imanes, pero poca cosa», comentan en una tienda de recuerdos situada en la misma plaza del Mercado. El gasto medio, según explican desde la Asociación de Comerciantes del Centro Histórico y del Ensanche, es de 10 o 12 euros. Aunque esta entidad no rechaza de plano este tipo de turismo porque cierto es que sus asociados más pequeños sacan tajada, sí ha comentado en varias ocasiones que estos turistas «comen y beben mucho en el barco», según comentan.
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El interés de los comerciantes, por tanto, es que estos turistas vuelvan. «Nos interesan los que se quedan varios días», indican las mismas fuentes. Es decir, el turista se va a su casa, en Holanda, en Alemania o en Estados Unidos, y se queda tan prendado de Valencia que decide hacer otra visita. «Actúan como prescriptores», comentan. Al comercio local el visitante que más le importa es el que pasa varios días, porque es el que más gasto hace. Lejos quedan los tiempos de la Copa del América, cuando las tiendas de la calle de la Paz y de la milla de oro sabían que a partir de las 17 horas, cuando terminaban las regatas, empezaba la hora punta en la que las tarjetas volaban.
¿Se acuerdan de la escena de la que hablábamos antes, en la plaza del Mercado? Los vendedores del Mercado Central han puesto carteles de «prohibido sentarse» en los escalones de la puerta principal, frente a la Lonja, pero a los turistas eso les da igual. Si usted fuera un vecino que quisiera acceder a hacer la compra, lo tendría complicado, pero también es verdad que iría antes, no a las 14.30 horas y mientras cae un sol de justicia sobre unas plazas del Mercado y de Ciudad de Brujas donde la sombra es lo que más se valora.
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Los grupos de visitantes que siguen a un guía se pueden encontrar fácilmente por el centro. Este viernes será aún más sencillo porque vienen el doble. Los autobuses les dejan cerca del centro y suelen tener una visita guiada contratada desde el barco, para luego disponer de un tiempo libre indeterminado antes de volver al crucero. Los barcos abandonan el Puerto entre las 17 y las 18 horas. Los turistas, por tanto, pasan ocho o nueve tórridas horas en una ciudad que se derrite. Se llevan un par de fotos de la Lonja y de la Ciudad de las Artes, el imán para la nevera de una paella con una flamenca y un paquete de jamón envasado. El deseo es que vuelvan a quedarse más tiempo. La cámara vuela hacia el cielo y vemos una panorámica de la ciudad. Títulos de crédito, fin de la película.
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