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BELÉN HERNÁNDEZ
Sábado, 9 de julio 2022, 00:32
Hace tres meses, las personas ucranianas encontraron en los autobuses de Cruz Roja una manera de huir de la espiral de violencia en la que se hallaban. La guerra arrolló sus hogares y también sus planes de futuro. Se aferraron a la oportunidad que les dio la ONG de escapar del país como a un clavo ardiendo. 236 personas llegaron a Valencia, de las que 118 son mujeres, 47 hombres y 71 son niños. Ahora pueden dormir sin el rugido de las bombas de fondo. Pero, ¿después qué será de ellos?
«No les enseñan español ni les ayudan a salir adelante. Así no pueden conseguir un futuro».
La asesora jurídica Pilar Marí acudió a la Fe antigua en un acto de servicio para atender a las personas ucranianas que habían buscado refugio en la Comunitat. Ajena en la realidad en la que vivían, se quedó horrorizada al ver en las condiciones en las que los tienen las instituciones.
«Duermen en habitaciones de unas diez personas donde sólo hay una lavadora», confirma la mujer, que ha visto las instalaciones de primera mano.
Reda, un chico de 22 años que lleva viviendo en este alojamiento que habilitó la Cruz Roja para las personas de origen ucraniano, asegura que comparte habitación con otras nueve personas. Cruz Roja y la Consellería de Justicia, que habilitó este servicio, confirman que hay dos habitaciones compartidas, pero que estas se limitan a la primera planta del hospital.
«Son para casos excepcionales de personas que han venido solas a Valencia. Están separados hombres y mujeres. En la segunda y tercera planta, las habitaciones son de tres personas y los residentes están separados por núcleos familiares».
El que estaba previsto como un lugar de paso se ha convertido en el 'hogar' de más de doscientas personas. A última hora de la mañana, entran y salen varias personas que están albergadas en el hospital. Muchas sin rumbo fijo, sin nada que hacer a lo largo del día más que pasear.
Los pocos que tienen nociones de inglés prefieren no hablar. Se ponen nerviosos al preguntarles cómo están viviendo. Miran de un lado al otro. Contestan: «No puedo». Y se van.
La asesora jurídica, Pilar Marí, considera que tienen miedo de decir algo que pueda poner en peligro su estancia. «Conocí a una pareja joven que los echaron por mantener relaciones sexuales. Ahora viven en la playa».
Desde Cruz Roja ni confirman ni desmienten este caso particular. «Hay que tener en cuenta que albergamos a muchas personas y que siempre hay problemas de convivencia», afirman.
Cuando se habilitó este recurso, las autoridades comunicaron que la antigua Escuela de Enfermería del hospital la Fe albergaría a personas de origen ucraniano durante «unos días» antes de que encontraran un recurso residencial para un periodo más prolongado. Esos 'pocos días' ya ascienden a tres meses. Todavía no hay noticias de cambios. Desde Cruz Roja informan que se trata de un centro de alojamiento temporal que gestionan para la conselleria de gobernación y emergencias (CATE).
Cuando llegaron los refugiados, la entidad les ayudó a realizar los primeros trámites administrativos: la obtención de la tarjeta sanitaria y el servicio de asesoramiento jurídico.
Y hasta aquí llegan las competencias que tienen las autoridades a nivel autonómico. El servicio de acogida temporal se estableció de manera previa a que se pusiera en marcha el Sistema de Protección Internacional destinado a aquellas personas migrantes que han tenido que huir de sus países de origen por causas de fuerza mayor. Pero este servicio de integración depende del Estado y se gestiona a nivel nacional.
El Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones aún no se ha pronunciado al respecto para detallar cuáles van a ser los pasos a seguir en el marco de actuación del Sistema de Protección Internacional.
Las entidades desconocen cuándo se va a poder poner en marcha este procedimiento. Actúan como pueden, mientras que el Ministerio deja 'en espera' su llamada.
Pero la cuenta atrás ya ha comenzado. En septiembre van a comenzar a rehabilitar el viejo hospital de la Fe, por lo que tendrán que desalojar a las 236 personas que hospedan.
¿Dónde irán? A nivel autonómico, se desconoce la respuesta. Reda sabe que en septiembre tendrá que volver a hacer las maletas, pero le inquieta desconocer cuál será su próximo destino. Vino sólo y no tiene a nadie en Valencia que le pueda cobijar. «No sé a dónde iré cuando reformen el hospital». Un sentimiento que comparten todos aquellos que residen allí.
Reda tuvo que dejar de lado sus estudios cuando estalló la guerra Tras combatir en la guerra, pudo escapar con su visado de estudiante. Estaba terminando la carrera de Economía en la ciudad de Jarkov. Ahora, su día a día se resume en «no hacer nada», como él mismo describe.
Baja a fumar un cigarro a la puerta de la entidad. Su única actividad para romper con la monotonía. A la una y media vuelve entrar para comer. Pautas repetitivas que encadenan los días en una monotonía asfixiante. Sin esperanza de que llegue un mañana en el que la situación cambie.
«Quiero trabajar», repite en hasta cinco ocasiones. Pero por ahora es imposible. No habla español, ni siquiera se maneja con las palabras básicas. Se expresa con ayuda del traductor. A trompicones. En una comunicación entrecortada por la barrera idiomática.
«Sólo tenemos dos horas a la semana de clases de español y no son suficientes. Así no podemos aprender la lengua ni trabajar para ganarnos la vida», reconoce, resignado ante la realidad en la que vive.
Pudo venir a Valencia gracias a su visado de estudiante en un momento en el que los hombres tenían prohibido abandonar el país para defender el frente. Su padre sigue allí. «Está bien dentro de lo que cabe. Vive oyendo constantemente el sonido de los bombardeos», dice, y su semblante sonriente se nubla.
A lo largo del día, las personas ucranianas que se encuentran a merced de la conselleria tienen plena libertad de movilidad, aunque no se les permite salir una vez pasadas las once de la noche.
La Conselleria de Justicia, Interior y Administración Pública habilitó la antigua escuela de Enfermería de la Fe de Valencia para la acogida de personas ucranianas a principios de abril. El centro dispone de 69 habitaciones con un total de 250 plazas distribuidas en seis plantas.
Todas las estancias disponen de mobiliario básico además de armarios y cunas para aquellos que lo necesiten. La población también se ha volcado desde el minuto uno en el que las ONG solicitaron ayuda para recoger alimentos y ropa.
Pilar Marí acude cargada de cinco bolsas repletas de prendas, tanto de hombre como de mujer, a petición de una chica que está albergada en la institución. Pero la responsable de Cruz Roja se queda perpleja al verla llegar cargada a las puertas del centro.
«No hacía falta. Tenemos ropa de sobra. Si de hecho tenemos que donar de tanta que recibimos». Aún así, la responsable se lleva las bolsas con ella e impide que Pilar le acompañe a las habitaciones a entregarla pese a su insistencia.
Cuando estalló la guerra Cruz Roja se puso manos a la obra para dar cobijo a aquellas personas que se habían visto obligadas a abandonar su vida en Ucrania. En Valencia, la ONG actuó con la puesta en marcha de un centro alojamiento temporal que gestiona la ONG para la Conselleria de Gobernación y Emergencias. Vieron la antigua Escuela de Enfermería, en el viejo hospital de la Fe, el lugar idóneo para albergar a las personas que lo necesitaran.
Pero esta actuación era un sistema previo a que desde el Ministerio de Seguridad Social, Inclusión y Migraciones pusiera en marcha el Sistema de Protección Internacional para aquellos que han tenido que abandonar su país de origen al ver su vida en peligro.
«Los recursos que tenemos son limitados. El servicio que ponemos en marcha era de emergencia ante el estallido de la guerra. Se entendía que nos encargábamos de los servicios básicos», comentan desde Cruz Roja. Sin noticias a nivel estatal y al ver que la estancia de estas personas se ha alargado mucho más de lo previsto, la institución se ha visto obligada a hacer un esfuerzo extra para mejorar las condiciones de los refugiados.
«Damos clases de español en grupos de 15 a 20 personas». Desde la ONG reconocen que no hay muchas horas dedicadas al estudio pero «no esperábamos que llegara tanta gente». También organizan cursos de verano y actividades a La Albufera o al Bioparc, además de darles apoyo psicológico y asesoramiento jurídico. «Hacemos un esfuerzo enorme por su integración».
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