Faltan siete años para el 2030, fijado como horizonte a nivel internacional para que los objetivos descritos en la agenda global así bautizada por la ONU (Agenda 2030) ayuden a configurar una sociedad más sana. Menos desigual, más confortable para quienes habitamos el planeta ... Tierra. Un propósito que, en una escala más cercana, interpela también a Valencia, sometida a las difusas obligaciones marcadas en el capítulo 11: «Asegurar el acceso de todas las personas a viviendas y servicios básicos adecuados, seguros y asequibles y mejorar los barrios marginales». O bien: «Proporcionar acceso a sistemas de transporte seguros, asequibles, accesibles y sostenibles para todos y mejorar la seguridad vial, en particular mediante la ampliación del transporte público, prestando especial atención a las necesidades de las personas en situación de vulnerabilidad, las mujeres, los niños, las personas con discapacidad y las personas de edad». Y otro objetivo central: «Aumentar la urbanización inclusiva y sostenible y la capacidad para la planificación y la gestión participativas, integradas y sostenibles de los asentamientos humanos en todos los países». Es decir: de cumplirse esas directrices, el mundo sería distinto. Mejor. ¿Y Valencia? ¿Qué Valencia veremos en siete años? ¿Una ciudad también distinta y también mejor?
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Son preguntas que aspiran a contestar las siguientes líneas, nacidas de la consulta a expertos en urbanismo, que se desdoblan en un par de interrogantes: cómo será la Valencia del 2030 y cómo debería ser. Que no es lo mismo. Dónde, en qué espacios de la ciudad ya colonizados o pendientes de estructurar, se juega su futuro.
1 Parque de Cabecera. La pendiente integración del río: un tridente como solución
Mario Valle, joven arquitecto e ingeniero especializado en temas urbanísticos, tiene claro mientras examina el mapa de la ciudad que uno de esos seis territorios cuya resolución modificaría la fisonomía ciudadana se localiza hacia el oeste del parque de Cabecera. Más concretamente, unos kilómetros más allá: «Se tiene que hacer la desembocadura del Turia y conectar con el mar, llegando hasta el antiguo cauce para conceptualizar Valencia casi como una isla antes que como esa ciudad fluvial que hemos entendido hasta ahora. Como un tridente verde». La idea del tridente verde parte de la idea de generar «tres grandes corredores ecológicos que partirían desde el Assut del Repartiment hasta el mar» y que describe así. El primero sería «un corredor al norte que configuraría las huertas existentes, conectándolas entre ellas y haciendo una transición hacia la ciudad mediante ecotonos», un concepto que sirve para identificar el límite entre dos ecosistemas distintos. La segunda pata de su tridente consistiría en aprovechar «el actual jardín del Turia, prolongando al este con el parque de Desembocadura y al oeste, hacia el parque de Cabecera». Finalmente, una tercera y última vertiente de su tridente nacería de la «renaturalización» del nuevo cauce, más vinculado al a ciudad. Como resultado, Valencia alumbraría «un frente fluvial verde al sur, repensando cómo salvar y reconfigurar todas las infraestructuras» alojadas en ese punto del mapa. Un renovado mapa urbano, fruto de la confluencia de esos tres corredores «en un único gran corredor», que conectaría las playas del norte con la Albufera a través de la ZAL (Zona de Actividades Logísticas del Puerto), «que sí o sí debe acabar formando parte de la infraestructura verde de primer orden de la ciudad».
Valle sostiene que si Valencia logra resolver ese nudo, donde confluyen elementos de alto valor medioambiental, se transformaría por completo: «Quedaría un gran anillo eco porque esa parte del río en algún momento se va a renaturalizar con un caudal ecológico: tenemos allí un sarcófago de hormigón enorme, cuando se trata de una zona de gran potencial, aunque sea inundable, que se puede utilizar como un jardín cuando no haya agua en el cauce». Observa no obstante un problema para construir ese inmenso parque de periferia: «El cauce nuevo está flanqueado por infraestructuras a los dos lados». Una configuración que se puede solucionar teniendo en cuenta ejemplos de actuaciones similares en ciudades como Murcia y Barcelona, donde han encauzado los contratiempos derivados del Segura y el Besós, respectivamente, muy enojosos aunque sin alcanzar el nivel problemático que presenta el Turia para Valencia.
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2. Diálogo con la huerta. Integrar el borde 'eco' de los extremos de la ciudad
La liberación de terreno en una zona tan estratégica para Valencia, opina Valle, convertiría el parque de Cabecera y su jurisdicción en un enclave «muy atractivo» y permitiría además reaccionar ante el peligro de la falta de suelo urbano: representaría la manera más pertinente de entender Valencia como una isla rodeada de un anillo verde que menciona en sus reflexiones. Una idea que traslada desde la ciudad de Singapur, según una analogía que le permite observar Valencia como tal: como una isla «donde hemos decidido que la huerta y la Albufera son elementos de gran valor e identidad que hay que preservar». «Esta conceptualización de ciudad-isla como corazón de un archipiélago que sería el área metropolitana», aclara, «nos obliga a ser lo más eficientes con el espacio disponible, creciendo en alta densidad y en altura para liberar zonas verdes dentro de la ciudad». «Y en caso de necesidad de crecer, hacerlo a costa del Puerto, donde se ubican los terrenos más atractivos para vivir», añade. Una nueva fisonomía que tiene que solucionar también otros contratiempos adicionales. Por ejemplo, «el final de Cortes Valencianas y las caóticas infraestructuras que tenemos allí, Campanar, la huerta, Beniferri… Toda esa zona es bastante agresiva». Alude en estos términos a la necesidad de trazar para Valencia ese porvenir que invoca la Agenda 2030, consistente en una esmerada integración de los atributos 'eco' que ahora se localizan en el borde de la ciudad, esos barrios «que no dialogan entre ellos». «Si no puedes crecer hacia Campanar ni hacia La Punta», prosigue, «tienes que urbanizar terrenos ahora mismo industriales». Se refiere a la necesidad de repensar espacios como Vara de Quart, por ejemplo. «Se ha pensado convertir ese barrio en un polo de innovación pero lo cierto es que se encuentra en una posición muy poco atractiva para el inversor», opina.
Una reflexión semejante le merece otra zona que comparte similitudes: los espacios situados frente al Oceanográfico, «que ahora mismo son fábricas abandonadas cuando podría ser la zona idónea para solventar los problemas de falta de metros cuadrados para oficinas y viviendas que tiene Valencia y seguirá teniendo». «Con el Grao», añade, «no será suficiente, porque conservar la huerta y no expandirnos como una mancha de aceite nos obliga a ser muy eficientes con la gestión de los espacios y repensarlos».
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Por el contrario, Valle sostiene que la zona de huertas de Campanar «es muy fácil de integrar». «Tiene un carril intermedio en la actual conexión, un ecotono, una zona de transición entre dos territorios ecológicos intermedios, que se genera porque no está llegada siquiera a construir», dice. «Soy optimista aunque no hay nada planificado», asegura. Cuestión distinta es la huerta de Vera. «Es una zona muy complicada», acepta. «En ella se dan escenarios complejos, muy variados: barrios nuevos, edificaciones de los 70, centros comerciales… Y pueblos muy cercanos, que tampoco son unidades homogéneas. Y sobre todo un territorio que políticamente genera conflicto donde no hay consenso en perspectiva». ¿Alude entre líneas a un sector que siempre surge cuando se menciona el futuro desarrollo de Valencia, el barrio de Benimaclet? Todo indica que, en efecto, en esa zona se juega cómo será la ciudad en el 2030, materia para la reflexión de otro experto consultado: Enrique Giménez, profesor de la UPV, otro experto consultado por LAS PROVINCIAS, descarta que exista entre nosotros una clientela potencial para ubicar allí su vivienda, al revés de las tesis que sostienen quienes promueven la reurbanización del barrio, todavía pendiente. En su opinión, «el habitante ideal de esa clase de edificaciones que promueve algún plan territorial reciente es un tipo de ciudadano que no existe o que no existe en número significativo porque la mayoría de la ciudadanía carece del poder adquisitivo que habitar este tipo de viviendas exige».
Giménez dirige una mirada crítica al Plan de Acción Territorial de Protección de la Huerta de Valencia, donde reside a su juicio la clave de arco de una ciudad mejor organizada y más amable con sus habitantes en ese plazo de los próximos siete años. Un documento «que debería distinguir mejor las situaciones del territorio amenazado que es hoy la Huerta de Valencia». Se trata de tres sectores que concreta en estos términos: el primero sería «los espacios confinados» que señala en las bolsas de suelo de La Punta, de Vera y de Campanar, «que, junto con la del entorno inmediato de San Miguel de los Reyes, deben asumir un papel dentro de la estructura urbana».
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El segundo espacio cuya armoniosa resolución garantizaría un mejor cosido de la ciudad se ubica en lo que llama «los bordes estrictos», es decir, «casos como el del triángulo entre el Oceanográfico, Nazaret y la autopista del Saler». O también el caso de Benimaclet. Conclusión: «Se hace preciso reformular esos límites». «Estos espacios», afirma, «son algo bien distinto de los espacios de huerta que conectan ámbitos metropolitanos de suficiente entidad como para merecer un tratamiento equivalente al de la Huerta del entorno de Valencia, por su papel crucial en el ecosistema hídrico del territorio, siempre vinculado a la agricultura de regadío, como es el caso de la bolsa de huertas de Benaguacil, el entorno de la Rambla del Poyo o Barranco de Chiva de crucial trascendencia para la Albufera, o la bolsa de suelos agrícolas entre Torrente, Alacuás, Catarroja y Picasent, entre otros espacios».
3 Por la Desembocadura. El sector más atractivo cuando resuelva su unión con el Puerto
Si en el mapa de Valencia vamos resolviendo desde el parque de Cabecera hasta la zona de huertas las dudas que plantea su futuro urbano, avanzamos de forma natural hasta otro escenario decisivo. Su frente marítimo y alrededores. «La relación con el puerto va a ser muy interesante, porque va más lejos que la propia resolución de la continuidad del jardín del Turia: es la verdadera zona superinteresante para que crezca Valencia», advierte Valle, que recuerda viejos proyectos «de antes de que estallara la burbuja» nacidos para dar respuesta a la integración de esa esquina de la ciudad, en dirección hacia el norte de Nazaret, pero que no prosperaron: tal vez porque irrumpían en los dominios del Puerto, un espacio que se dividía en dos en aquellos proyectos y que ahora, si se ofrece una solución a la terminal de cruceros, «permitiría que el muelle norte pasara a forma parte de una expansión ordenada de la ciudad». Un propósito «verosímil», en su opinión, apuntando hacia ese horizonte del 2030: «Es el terreno más atractivo de Valencia, al lado del mar y junto al Turia».
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Menos plausible le resulta por el contrario que en siete años Valencia no haya sabido reconducir los problemas urbanísticos que plantea la zona de La Punta. Y muy conveniente le resulta que el diálogo entre el futuro parque de Desembocadura y esa zona del Grao se armonice para que la ciudad quede bien rematada en ese punto (detecta un intento «soterrado» de cambiar la ordenación prevista en vez de mantener la fidelidad al proyecto original) y de paso se organice de una manera también mejor proporcionada la integración del espacio de huerta aledaño que Enrique Giménez describe por su parte no tanto como un todo único e indivisible, sino como una suma de distintas actuaciones: no hay una huerta, por así expresarlo, sino varias.
Los terrenos lindantes con la orilla sin urbanizar del Bulevar poco tienen que ver con los huertos ubicados más hacia Nazaret, de donde surge una pretensión que pudiera materializarse hacia el 2030: intervenir cuidadosamente en el conjunto para realzar los valores medioambientales de ese espacio para que fueran mejor conocidos, y disfrutados, por la ciudadanía. Una especie de huerta jardín, concepto en que coinciden ambos, delimitada por el ramal que lleva el tráfico hacia El Saler: un tramo de carretera que tanto Giménez como Valle, y también otros entendidos, aconsejan abordar como si formara parte de la trama urbana y se pudiera recorrer a pie.
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«Es zona de huerta protegida pero muy degradada», observa Valle cuando menciona la urgencia de intervenir en ese sector, «el más jugoso» de toda la huerta de periferia: de ahí su exigencia de proteger el espacio mediante la implantación de esa fórmula urbanística (no demasiado conocida entre los profanos) denominada parque agrario, un instrumento nacido para compactar construcciones diseminadas por el territorio. Recuerda que en esa zona se ubica el llamado «triángulo del oro», que podría favorecer a su juicio una intervención «aunque más allá del 2030». «Es más sencillo intervenir hacia el Puerto», reitera. ¿Por qué? Porque la lógica de expansión de Valencia detecta en esa zona de fábricas abandonas y sin huerta productiva a la altura de Nazaret el espacio adecuado para seguir creciendo de manera orgánica.
4. Oportunidad en el Grao. La joya de la coronar para rematar la expansión urbana
En esa zona del parque de Desembocadura se ubica un espacio que dispone de identidad propia aunque muy vinculada a la intervención que se aborde en el conjunto: la denominada, en palabras de Giménez, «joya de la corona». Así define el plan parcial del Grao, «pendiente de ejecución y con el diseño más avanzado y la localización más ventajosa de toda el área metropolitana». Para Giménez, una adecuada urbanización de este espacio solucionaría de paso una carencia observada a través de los diferentes planes urbanísticos de los cuales es autor: la imposible oferta de viviendas de lujo para esa clase de burguesía adinerada que pone sus ojos en ciudades de todo el mundo donde se garantice una tipología de vivienda a la altura de sus ambiciones. «Hoy Valencia no tiene esa clase de oferta», apunta. Y pone ejemplos conocidos: el tipo de viviendas que puedan hacer atractiva a la ciudad ante competidores globales y que son propias de Nueva York, París, Londres… «Si no podemos ofrecer viviendas de esa naturaleza, nos quedamos fuera de esa competición global», señala. Y subraya la conveniencia de aprovechar esos terrenos vacantes ahora mismo en el Grao porque se distinguen por un factor que emparentaría los potenciales edificios que acogería («También para oficinas», apunta por su parte Valle) con los existentes «en todas las grandes ciudades del mundo como esas que cito. Viviendas de grandes dimensiones que se sitúan al borde de zonas verdes, de gran poder medioambiental».
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Ese sería también el caso de una futura urbanización del Grao, donde Valencia dispondría de un área urbana bien conectada con el centro histórico pero a la vez asomada hacia sus dos principales pulmones ecológicos: el Mediterráneo y el jardín del Turia.
5 Parque Central. El nuevo sur... en cuanto se culmine el canal de acceso
La conexión entre el Bulevar en su extremo más marítimo, en el entorno de La Punta y Nazaret, con los espacios organizados alrededor del nuevo Hospital La Fe, el Roig Arena y el renovado barrio de Malilla, confluye de manera natural con otra zona de Valencia cuyo remate para el 2030 permitiría hablar en verdad de una ciudad distinta: la urbanización del parque Central. Es decir, las obras de soterramiento de la vía férrea, que generarán en superficie un espacio que revitalizará no sólo ese sector, sino el conjunto de la ciudad. ¿Qué veremos en el 2030? Según Valle, la construcción del canal de acceso deberá estar terminada para entonces, una actuación que no solo transformará el entorno de la estación Joaquín Sorolla (lo cual incluye intervenciones en la ronda Sur, el viaducto de Giorgeta y sus conexiones con Malilla y Cruz Cubierta: es decir, una ciudad casi nueva hacia el sur) sino que permitirá el alumbramiento del bulevar García Lorca festoneado por las torres de viviendas cuya edificación servirá para financiar el coste total de la operación.
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Un anillo verde donde Valle echa en falta la comunicación mediante tranvía por su columna vertebral aunque servirá para coser ese extremo de Valencia donde la conectividad mejorará «el cien por mil» de acuerdo con sus cálculos. «Murcia lo ha hecho», recuerda el arquitecto, que ha colaborado en el grupo Aranea, participando en la elaboración del plan verde de Valencia y en otros proyectos de arquitectura y urbanismo. Es una zona, a su juicio y también al de Giménez, muy atractiva, aunque no tanto como el Grao: opina que la construcción de edificios en el bulevar García Lorca apostará por tipologías variadas, también en su precio, y que aunque la conclusión de toda la obra se trasladará más allá de esa fecha fetiche del 2030, el cierre del canal al menos permitirá configurar un espacio que cosa los sectores urbanos hoy separados.
6 La Albufera. Una visión metropolitana para una asignatura pendiente
En opinión de Enrique Giménez, esa Valencia 2030 ofrecerá una imagen más armónica cuando, luego de «una reflexión urbanística supramunicipal que es urgente», el cosido de los distintos sectores recopilados pudieran aportar al conjunto de la ciudad una propuesta que «transcienda la idea de espacio protegido o paisaje cultural»: un mecanismo más práctico para organizar el urbanismo de Valencia «mediante unas intervenciones mejor medidas» que evitaran los serios defectos que detecta. Es el caso de la necesidad de «resolver las fricciones en los bordes sin condenar a entornos como Nazaret a un inmerecido ostracismo y desconexión». «O una torpe repetición de fórmulas de acabado de las morfologías de extensión periférica como es el caso de Benimaclet», añade. Y señala un criterio adicional para terminar de rematar la ciudad: solucionar la llamada «asignatura pendiente de la conexión hacia el sur con la Albufera».
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¿Cómo? Giménez avanza alguna respuesta. Limitar toda intervención «para evitar el impacto negativo sobre un paisaje tan delicado y valioso» pero desde «una perspectiva metropolitana». Siendo capaces también de «no caer en el error de retrotraernos a fórmulas del pasado», agrega. «La movilidad o la infraestructura verde precisan perspectivas ampliadas para encontrar un discurso coherente», subraya. «Llama la atención, prosigue con su argumentario, «que se haya olvidado el esfuerzo de sobre el conjunto metropolitano y de Alicante-Elche. Tanto para valorarlo como para contradecirlo, es necesario debatir esas elaboraciones: no debemos olvidar que infraestructuras como la CV50 llevan enunciadas desde mediados de los años setenta del siglo pasado y aún hoy se encuentran incompletas. Preferimos mirarnos el ombligo y dirimir la acción pública en la más mediática actuación de mejora de los espacios centrales de Valencia, pese a que ya tienen una funcionalidad aunque sea precaria». En resumen, «nos falta una idea general que defina la estrategia de tratamiento de los fragmentos urbanos de la ciudad dispersa que girará alrededor de una discusión sobre la administración de los techos, sobre la naturaleza de los equipamientos y sobre la red de espacios libres».
Enrique Joaquín Giménez Baldrés, profesor de la Universidad Politécnica de Valencia, es uno de los principales expertos en el urbanismo aplicado a la capital de la Comunitat, materia a la que dedicó su tesis en torno a la formación de la periferia metropolitana allá en 1995. Desde entonces, algunas de las cuestiones que examinaba aquel estudio se han ido modificando pero también observa la vigencia de ciertas conclusiones. Por ejemplo, que «la realidad metropolitana de Valencia es incuestionable». «Sigue casi un modelo de equilibrio poblacional», señala, «pues si reconocemos que esa realidad metropolitana abarca un radio de treinta y cinco kilómetros desde la Plaza Redonda podremos observar que en la corona del área se sitúa tanta población como en el centro, hasta conformar una realidad de más de millón y medio de habitantes». Hecha esta precisión, Giménez avanza otras reflexiones: por un lado, «la fragmentación y dispersión en la periferia suburbana»; por otro, «la continuidad y la compacidad del espacio construido» en el centro de Valencia, que «obliga a una difícil compatibilidad de modalidades de transporte que se disputan un espacio finito y no siempre bien administrado». De ahí extrae uno de los obstáculos decisivos para la configuración, en ese horizonte del 2030, de una ciudad dotada de «un paisaje urbano coherente y bello, que invite a su disfrute tanto más cuanto que tiene una probada función de espacio salón organizador del comercio: se refiere al lamentable «retraso» en las conexiones radiales con las poblaciones de la primera periferia suburbana. «Sorprende la falta de buen criterio en el diseño de algunas secciones viarias», se lamenta el experto de la Politécnica. Una laguna urbanística que limita las posibilidades de expansión sensata y saludable de la ciudad hacia un futuro y que desmiente otro de los objetivos fijados por la ONU en la Agenda 2030: «Apoyar los vínculos económicos, sociales y ambientales positivos entre las zonas urbanas, periurbanas y rurales fortaleciendo la planificación del desarrollo regional». Un mandato que Valencia tiene siete años por delante para cumplir. Lo aconseja la ONU y lo recomienda el sentido común.
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